isó suelo africano por primera vez para hacer la mili en Ceuta, como muchos, hace unas cuatro décadas. Ya como médico, con 26 ó 27 años, el milagrés Javier Carrillo de Albornoz, quien falleció inesperadamente el 28 de febrero en Zaragoza, cruzó el Estrecho de Gibraltar y desembarcó en la ciudad autónoma para ejercer su profesión en el Hospital Militar. "Llegó y ya no se fue", cuenta Laura Arce, "decía que aquí en Ceuta vivíamos muy bien porque esto es muy tranquilo". Esta enfermera trabajó codo con codo durante 21 años con un médico navarro que, de forma discreta pero incansable, veló por la salud de los ceutíes en un contexto donde la presencia de varias culturas y costumbres es el día a día e influye también en lo que hace referencia al ejercicio sanitario.

Aunque, tras los meses de servicio militar, Carrillo de Albornoz regresó a Ceuta y trabajó para el Ministerio de Sanidad, la transferencia de competencias sanitarias hizo que pronto pasara a trabajar para la Consejería de Sanidad de la Ciudad Autónoma. Era el Jefe del Servicio de Vacunas porque ellas, las vacunas, eran su auténtica pasión. "Cuando salía de trabajar se metía en casa, en el ordenador, y seguía investigando y leyendo", comenta quien, en la práctica, fue, más que una subordinada, una amiga, prácticamente una hermana.

Entre sus logros estuvo hacer de Ceuta, esa pequeña ciudad con menos de 100.000 habitantes, un modelo a seguir a nivel nacional en estos temas de salud. "Él era un referente, tanto en vacunación infantil como en vacunación antirrábica", explica Arce, "le llamaban colegas de toda España para hacerle consultas porque, aunque en Ceuta tenemos a los animales controlados, eso no ocurre en Marruecos así que de vez en cuando nos saltan algunos casos".

clave en la pandemia Podría haber estado ya jubilado, descansando, pero con 68 años seguía en primera línea. "Pidió una prórroga, disfrutaba con su trabajo", recuerda Arce. Y llegó la pandemia y entonces Javi -tal y como se le recuerda-, lideró toda la estrategia de vacunación.

Cuando muchos tenían dudas, él siempre defendió que la información clara era vital. "Siempre decía que 'la peor vacuna es la que no se pone', explicaba las cosas siempre sin medias tintas, siempre muy bien documentado para dar a conocer las ventajas y los efectos secundarios", explica la enfermera Laura Arce, "hablaba siempre con mucho conocimiento de causa".

Pero Javier Carrillo de Albornoz no solo hablaba de vacunas, también de sus raíces. Navarro de nacimiento, mañico de adopción y ceutí de corazón, sus sentimientos (que no ventilaba fácilmente pero sí entre quienes consideraba más cercanos) estaban demasiado divididos. "Sí, siempre nos contaba cosas de Milagro y de Zaragoza, siempre volvía dos veces al año por allí", reconoce Arce quien lo define como un caballa-navarro en referencia al gentilicio que se usa en la ciudad autónoma. Las fiestas del pueblo, la peña, las partidas de mus y el cardo, su verdura favorita, siempre estaban en el recuerdo.

Un navarro al que ahora Ceuta echa de menos y que, a pesar de la distancia, llevó sus raíces y dio lo mejor de sí, con esfuerzo, profesionalismo y discreción, en el norte de África.