"Los críos son un encanto. Son más listos que el aire, educados, nos tratan bien... y nosotras también a ellos, claro. Yo me los comería. Da gloria estar con ellos, la verdad que sí”. María Ángeles Esparza, residente en Amavir Mutilva desde hace 11 años, está pasando una semana feliz. También Carmen Elso, de 88 años. “Estoy encantada porque nos dan mucha alegría. Y tienen mucho compañerismo entre ellos”. A Serafina Ovejero, que va a cumplir 92 años, le da “mucha pena que se vayan. Quiero mucho a los críos, y con ellos nos distraemos”, reconoce.

Ellas son tres de los 181 residentes de Amavir Mutilva que esta semana han vivido una pequeña revolución. La de 12 niños y niñas de entre 6 y 12 años –hijos o nietos o bisnietos de residentes y también de trabajadores, como medida de conciliación laboral– que han alborotado el lugar. “Que corran y griten por los pasillos es buenísimo. A los mayores estos días no les duele nada, aquí hay más alegría. Y a los niños les da una experiencia de vida”, explica María Loperena, directora del centro. 

José Manuel Beúnza, con su nieto Unai. Jon Urriza Guillen

 El programa De acampada con mis abuelos finaliza este viernes, con fiesta incluida, en las residencias de Amavir Oblatas, Argaray, Valle de Egüés y Mutilva, donde estos campamentos intergeneracionales nacieron hace más de 15 años. “El objetivo prioritario de la Organización Mundial de la Salud es juntar generaciones. Esa era la misión por la cual se empezó”, recalca Loperena. 

De acampada con mis abuelos: niños bailan con los residentes de Amavir Mutilva

De acampada con mis abuelos: niños bailan con los residentes de Amavir Mutilva Mikel Bernués

Después de dos años sin esta actividad por el coronavirus, la directora del centro reconoce que están “felices de recuperar las visitas, las actividades la fiesta... tenemos que volver a vivir”. La idea es “no sacar a las personas mayores de las rutinas del día a día e integrar a los niños en las actividades que realizan habitualmente. Participan en las gimnasias, talleres de manualidades, de estimulación, hacen pizza y galletas en talleres de cocina, carteles y pancartas de San Fermín... y como colaboramos con Asorna (Asociación de personas sordas de Navarra) ha venido un voluntario y les ha enseñado lenguaje de signos”.

Loperena, como madre, reconoce también que “a nuestros hijos los sobreprotegemos, les queremos meter en una burbuja, que no sufran y no vean la realidad... Aquí la idea es que vean el día a día de una residencia y de lo que pasa una persona mayor. Porque esto es la vida”, concluye. 

“De aquí me gusta todo”

Entre voltereta y voltereta, Amy Guillén, de 5 años, explica que de los campamentos “me gusta todo. Me lo estoy pasando súper bien”. También dice que le gusta el trabajo “de mi madre y de mi abuela”, las dos empleadas de la residencia. Y que “los abuelos son súper majos”.

Amy Guillén juega con María Fernández. Jon Urriza Guillen

Héctor Sánchez, hijo de una trabajadora de la residencia, también está “muy contento” en el campamento, aunque le da “mucha pena que se acabe. Hacemos actividades, manualidades, juegos, vemos a las gallinas, nos dan clases, hacemos teatros...” resume sobre su día a día esta semana especial y atípica.

Héctor Sánchez y Laura Gaztambide se dan la mano. Jon Urriza Guillen

Su hermana Malena, tres años mayor (tiene 10) opina que “es una experiencia muy bonita estar aquí con los mayores. Bailamos, jugamos, pintamos y hacemos diferentes actividades aptas para ellos. He venido más años y me gusta mucho. El último día hacemos un acto final de despedida con teatros, bailes y cosas así. Yo lo recomiendo, es muy bonito, de verdad”. Y a sus 8 años a Valentina Larrea, nieta de la residente María Dolores Arizcuren, los días se le han pasado volando. “Se me ha hecho corto”. Y como Amy, dice que lo que más le gusta del campamento es “todo”. 

Ángel Vallejo y la niña ucraniana Sofía Kravchenko, pintando. cedida