El mus es una de esas aficiones que han sabido mantener la mayoría de los indianos desde que marcharon a California y otros estados del Oeste americano a mediados del pasado siglo. Pastores procedentes de la montaña navarra reclamados por el país de las oportunidades por su talento especial en el manejo del ganado, su conocimiento de la naturaleza, su capacidad de sacrificio para hacerse cargo de grandes rebaños y la merecida fama que adquirieron de personas honradas (gente noble, de fiar). 

 Aquellos comienzos no fueron fáciles y de hecho los ovejeros o también llamados borregueros fueron prácticamente olvidados por el cine y las leyendas que se forjaron entorno al salvaje Oeste Americano. Se estima que entre mediados del siglo XIX y gran parte del XX, miles de personas procedentes de Euskadi, Navarra y el País Vasco francés, hombres en su mayoría, llegaron a las grandes praderas americanas para dedicarse al pastoreo. 

Aquellos que no regresaron a su país de origen conservaron con mimo su cultura, las danzas, la música, el euskera, el deporte, la pelota, la comida vasca y el mus, un elemento de socialización del pueblo vasco. Gracias a las cartas han sabido conservar sus raíces. Este año han jugado nada menos que 550 parejas de los diferentes estados americanos de las que 45 llegaron a la final del campeonato de mus de Estados Unidos. La pareja vencedora fue la formada por los vecinos del Valle de Erro Juan Felipe Cerdán y Juan José Vizcay, jugadores experimentados que siguen agrandando su palmarés a pesar del paso de los años. El Campeonato Internacional de Mus entre Comunidades Vascas se celebrará este año en Idaho, y ahí volverán a medir fuerzas los viejos pastores. Al campeonato mundial acudirán unas quince parejas made in USA. En el de Estados Unidos participaron este año 550 parejas, 45 procedentes de California. Cerdan y Vizcay se enfrentaron en esta ocasión a Miran Zazpe y Anton Ciriza. De cada sociedad o euskal etxea juegan 20 parejas, la primera y la segunda pasan a la final. 

Juan Felipe Cerdán es natural de Erro, de casa Mantxa. Emigró a Estados Unidos en 1962, primero a Arizona y, acabado el contrato, se marchó a San Francisco donde tenía tres hermanos trabajando de pastores. Diez años después y a la misma ciudad californiana se mudó Juan José Vizcay, procedente de Orondritz (casa Mitxos). En San Francisco le esperaban dos hermanos también pastores. 

 Como ellos miles de españoles embarcaron en los años cincuenta y sesenta rumbo al Nuevo Continente con la esperanza de ganar dinero y conseguir un futuro mejor. Emigraron por falta de horizontes. Hijos de familias de labradores tan extensas como humildes y con pocas alternativas para alimentar a tantas bocas. El que no iba cura, se quedaba a trabajar en casa o se ganaba la vida en el contrabando. En el Far West encontraron cobijo, manutención y un salario con el que podrían ahorrar para comprar una parcela, una vivienda, adquirir maquinaria agrícola o montar un modesto negocio. Otro valderrano José Luis Urrutia Agorreta también fue uno de esos pastores que recaló en el valle de San Joaquín en California. Al año y medio progresó en su trabajo y empezó a trabajar de campero transportando la comida y enseres a otros pastores. En el Valle de Erro el 98% de los que emigraron fueron pastores. 

“La mayoría vinieron de ganaderos desde Baztan, también de Francia y de Vizcaya. Del Valle de Erro fueron menos aunque en las primeras fiestas nos llegamos a juntar unos 90 contando esposas”, destaca Urrutia. De los que protagonizaron aquella diáspora vasca todavía unos 1.200 euskaldunes se siguen juntando año a año para compartir recuerdos el último fin de semana de mayo.

Los que marcharon de pastores en los años sesenta tuvieron contratos de tres años con prórrogas de seis meses. Muchos tuvieron que salir del país para regresar después. Apenas diez años antes lo tuvieron más fácil ya que obtenían el permiso de residencia y no se veían obligados a marcharse. Urrutia viajó en 1968 procedente de Mezkiritz (Valle de Erro) con apenas 23 años. “Fuí de los últimos. Para entonces ya había más trabajo en Navarra y estar de pastor era un trabajo muy sacrificado. Había que estar 24 horas pendiente del ganado y no había tanta gente dispuesta a marcharse”, admite. “Muchos de los que fueron ni siquiera cogieron vacaciones, se marcharon de allí sin conocer el pueblo, fueron a ahorrar dinero”, añade.

José Luis recuerda de aquellos años la presencia de carromatos o caravanas que sustituyeron las viejas tiendas de campaña donde residieron años antes otros pastores que se echaron al monte y encendían fuego para hacerse la comida. 

 Los pastores se movían junto a su rebaño según las estaciones buscando hierba por diferentes altitudes en una trashumancia entre el desierto de Mohabe y la montaña de Elko Nevada con la única compañía de un burro o un caballo. Amanecían con el sol y por la noche encendían la radio para combatir la soledad. “Las ovejas parían para últimos de octubre y había que tener alfalfa seca para alimentarlas en invierno. En verano bastaba con que comieran el pasto fresco”, señala. Para marzo-abril se trasladaban a las montañas donde la soledad se hacía mucho más dura. Nevada, Arizona o Wyoming eran además estados menos poblados. 

En California se concentraron muchos de estos pastores que recorrieron sus enormes praderas en busca de los mejores pastores. “Cada dos semanas se recorrían diez kilómetros de un sitio a otro buscando pastos nuevos. Se montaba el corral en el campo, el campero llevaba la comida (latas, fruta, verdura, pollo, huevos, leche...y lo que necesitaran) y también se encargaba de que hubiera agua para las ovejas mediante tanques que se llenaban cada cuatro o cinco días”. Los pastores guardaban un fusil bien cerca. Había que vigilar la presencia de osos y coyotes que atacaban el ganado y asustaban a las borregas”, relata Urrutia. Los rebaños eran grandes, de más de 1.500 ovejas. “La comida se calentaba en el gas y teníamos nevera, nos traían vino y lo que quisieras al menos una vez por semana. El problema es que no había muchas opciones para distraerse, una radio como mucho, aunque las condiciones fueron mejorando con los años”.

José Luis Urrutia posa en una imagen de los años sesenta junto a uno de los rebaños de oveja y el carromato donde dormían. Cedida

Urrutia reconoce que la soledad era lo más difícil de sobrellevar. “Fueron a Estados Unidos chicos incluso de 16, 17 o 18 años que nunca habían salido de casa, del pueblo. Eran unos críos cuando llegaron al monte. No tenían problema en cocinar o trabajar desde pequeños, estábamos bien acostumbrados porque en todas las casa había faena, pero estar en el monte sin poder hablar con nadie era muy duro”. La ventaja, que “con 25 o 30 años no veías el peligro, no te molestaba ni el calor ni el frío, ni tenías miedo a nada”.

Muchos de ellos se casaron, emprendieron nuevos retos y formaron allí una nueva familia. Eso sí todos siguieron unidos a través de las Euskal Etxeas, asociaciones culturales que se crearon en cada estado. Una vez al año se reúnen en uno de estos centros entorno a la cultura vasca para organizar una barbacoa con baile y misa. 

Cerdán trabajó de electricista, Vizcay de mecánico y Urrutia montó su propia empresa de jardinería. Hoy están jubilados lo que aprovechan para viajar a su pueblo natal y visitar a su familia al menos una vez al año. El mezkiriztarra tiene dos hijos y un nieto. El hijo se maneja en euskera, le gusta el mus y este año participará con él en la final: “Hay que conservar nuestra cultura”. Ahora apenas quedan pastores por California: “Se ven algunos peruanos pero con muy pocas ovejas”. “Haber qué chaval con 17-18 años quiere trabajar solo en el monte y tiene que hacerse la comida”, sentencia. l