Con 70 años a sus espaldas y casi 30 recorriendo los diferentes caminos de Santiago que atraviesan la Península Ibérica, el tudelano Rolando Baigorri es sin duda una de las personas que mejor conoce de cerca los entresijos de una ruta que nació con un cariz religioso y que ahora es, más que nada, un motor económico para muchas comarcas y pequeñas localidades. Charlar con Rolando frente a un café es perderse en un sinfín de anécdotas, recorridos, nombres de pueblos, historia y curiosidades. Acostumbrado a hacer amigos en ruta, su conversación salta de un recuerdo a otro, llevado por las innumerables experiencias que ha vivido al amparo del Camino.

Enganchado al Camino de Santiago

Pese a todo, su pasión no se centra solo en esta ruta del apóstol conocida internacionalmente, sino en andar. Abrir caminos que pasan por pueblos remotos, donde poder descubrir y fotografiar, su otra pasión, las joyas arquitectónicas medievales perdidas tras una curva o en las faldas de un monte. Con su mochila detrás y su cámara delante ha atravesado la Península.

Tratando de recordar comienza, “el Francés (entra por Roncesvalles), el de la Costa del Cantábrico, El Catalán desde Montserrat, desde Tortosa, desde Valencia, desde Alicante, desde Almería, la Ruta de la Plata, el portugués, el de Bayona que entra hacia Navarra y va a Pamplona, el de Irún por el interior que va a parar a Burgos, La Ruta de la lana, el Camino del Ebro...”. Alguno de ellos los ha repetido en varias ocasiones e incluso, además de andando lo ha hecho también en bicicleta.

Siempre le había interesado el camino, pero el librero tudelano, Julio Mazo, le vendió un libro sobre el tema y su pasión se desbordó. La primera vez que lo hizo fue en 1993, “aprovechado el fondo que tenía de hacer atletismo”. Entonces hacía etapas de 40 ó 50 kilómetros diarias, “me levantaba a las 5 y alas 5.20 empezaba a andar de noche. Cuando llegaba al primer pueblo desayunaba o almorzaba en condiciones y luego seguía hasta el mediodía. Para entonces ya había hecho 40 o 50 kilómetros”.

En este tiempo ha visto evolucionar el camino y no siempre para bien. “Ha cambiado todo, el camino, los peregrinos, y también las ciudades. En 1950 inauguraron en París el primer albergue de peregrinos, pero en España no fue hasta 1963, en Estella. Ahora hay unos 6 u 8”. A Rolando le apasiona también la historia y así descubrió que el camino recuperó su vitalidad a raíz de que tres navarros en 1963 decidieran recorrerlo y redescubrirlo: Jimeno Jurío, Antonio Roa y Jaime Eguaras. El viaje, realizado con la ayuda de un burro, marcó un antes y un después. La ruta había caído prácticamente en el olvido y sus crónicas lo revitalizaron.

“Ahora hay gente que va con su GPS y que incluso no sigue la ruta, o van sin mochilas y hay coches y furgonetas que les llevan el equipaje”, relata este tudelano que incluso ha visto cómo familias se hacían pasar por peregrinos para pagar menos en sus viajes.

Su motivación dista mucho de ser la religiosa, sino más bien para disfrutar del camino y poder visitar y conocer pueblos y gentes. Entre orgulloso y sorprendido, presume de que en los casi 30 años que lleva siguiendo las señales amarillas “nunca he tenido una rozadura ni una ampolla. Realmente es muy curioso”.

Por qué hacerlo

Como si se tratara de un médico, aconseja a todos que lo hagan alguna vez. “A mi me relaja poder pensar. Lo hago también por poder descubrir el arte que hay en el camino. Siempre empiezo solo, porque me dicen que ando muy deprisa y que no se puede caminar conmigo”. Rolando Baigorri aconseja que se pruebe a recorrer cualquiera de los caminos que atraviesan la Península Ibérica “si están estresados, si tienen problemas, si no aguantas en casa. Ayuda mucho a pensar y también haces ejercicio físico. Pero lo que no se puede hacer es ir sin haberse preparado nada”.

Justo antes de entrar en Santiago de Compostela y ver el Obradoiro cumple siempre con la misma tradición, “me corto el pelo y me afeito y así, por lo menos entro en condiciones”.

A sus 70 años, cada mañana camina entre 3 ó 4 horas, por lo que se conoce buena parte de los caminos de la Ribera. Como él mismo señala, entre risas, la edad se le va notando y ahora hace las etapas de 20 ó 30 kilómetros. En su cabeza ya está pensando en la próxima que hará, “quizás la del Norte, es la que más me gusta porque es la que más mantiene la esencia”.