Hola personas, antes de entrar en harina, he de decir que os pongáis galas de festejo principal, espíritu de celebración y el ánimo de las grandes ocasiones para brindar conmigo. Suenen trompas y fanfarrias, repique la campana María, respóndale la Gabriela, redoblen tambores y timbales, suban y exploten fuegos y cohetes para anunciar urbi et orbi que El Rincón del Paseante cumple, con este que aquí comienza, 250 ediciones, 250 domingos llegando a vuestras manos, entrando en vuestras casas, contándoos mis cosas, mis pamplonadas, mis navarradas, intentando entreteneros, intentando arrancaros una sonrisa a veces, en otras un interés o una reflexión y queriendo, en todas, haceros pasar un rato agradable en el día festivo que, generalmente, aquí comienza.

Bien, celebrados los fastos, recibidos parabienes y felicitaciones, y agradecido todo ello, vamos a lo nuestro que es pasear y recorrer nuestro palmo de tierra.

Estaréis descansados ¿no?, ¡menuda semana de fiestas y vagancia!

Yo, aprovechando uno de esos días que vienen en rojo en el calendario, concretamente el día 6, día de la constitución, me hice una excursión que hacía tiempo que quería hacer. Vamos a verla.

Resulta que andaba yo hojeando y ojeando el periódico y en la página de anuncios de actividades culturales, vi que se anunciaban unas visitas guiadas al Museo del Carlismo de Estella. Esto puede ser interesante, pensé, el Museo no lo conozco y tengo ganas de hacerlo y Estella siempre tiene un bonito paseo. Así que cogí mi móvil y llamé para hacer la correspondiente reserva, me dieron a elegir la hora y quedé a las 12,30. Preparé los aperos de fotografiar, tomé la autovía del camino y a las 12,15 estaba aparcado frente al monumento del Auroro, en ese rincón tan céntrico junto al Ayuntamiento, el puente y la entrada al casco antiguo. Frente a mí se abría la calleja de Rosas, un estrecho callejón, de esos que hay en Estella y que tan bien conservan, espacios entre casas que se rematan con unos arcos de lado a lado y que comunican unas calles con otras. Por él llegué a la calle mayor e hice derecha para tomar la calle Ruiz de Alda y por ella llegar al puente de la cárcel, más conocido por el puente picudo, ese que aparece en las postales de Estella, originalmente era un puente románico de un solo ojo de medio punto, pero la tercera guerra carlista le costó la vida. Fue reconstruido tras la contienda. Lo subí, lo bajé e hice derecha para alcanzar mi destino ubicado en una calle que es un auténtico pleonasmo: calle de la Rúa. A la hora acordada atravesé el umbral del palacio que lo alberga y, tras un pequeño trámite en la entrada, accedí al patio en el que esperaban otros visitantes llegados de tierras tan lejanas como Madrid o tan cercanas como Villatuerta. Llegó nuestro cicerone, un muchacho llamado Iñaki y nos hizo un pequeño preámbulo sobre continente y contenido. Acerca del primero nos explicó que se trataba del palacio del Gobernador, levantado en el siglo XVII siguiendo líneas del barroco civil madrileño. Acerca del segundo nos explicó, por encima, la causa carlista y nos adelantó un poco lo que a continuación íbamos a ver. Tras estas palabras nos dio acceso al interior. Del patio pasamos a subir unas sólidas escaleras de piedra que a mí me llevaron a imaginarme a los caballeros de la época del gobernador, autor de la casa, con su capa y su jubón, su gola al cuello y su espada al cinto, o a las damas airosas con el frufrú de sus guardainfantes, subiendo y bajando por ellas. Una vez arriba comenzamos a ver un lugar ciertamente interesante en el que se ofrecían al visitante con un orden expositivo claro y fácil de entender un amplio y ecléctico catálogo de piezas, retratos, libros, monedas, vestimentas, mapas y un largo etc. de artículos que de alguna manera habían pertenecido al mundo carlista y que ayudan a conocer un poco más tan controvertida tendencia. En nuestro recorrido vimos esquemas que nos indicaban los hechos de manera cronológica, desde el reinado de Fernando VII hasta la marcha de Carlos (VII). Se nos recordó la siempre liosa cuestión de la ley sálica, la pragmática sanción, su firma, su revocación forzada, su nueva promulgación, y todo aquel carajal en el que los carlistas se apoyaron para reclamar un trono que parecía claro que no les correspondía, reclamación que dio lugar a tres guerras civiles que dejaron el siglo XIX lleno de tristeza y amargura, cosas ambas que, inevitablemente, dejan las guerras a su paso.

No todo el territorio nacional se vio afectado de la misma manera, hubo zonas que mostraron más apoyo a la causa del pretendiente y en estos terrenos fue donde más se sufrió sus consecuencias. Pamplona, por ejemplo, durante la tercera guerra carlista (1872-1874), sufrió un sitio, por parte de las tropas de Carlos de Borbón, que duró de agosto de 1874 al 2 de febrero de 1875 fecha en la que el general Moriones liberó la plaza que había vivido uno de los peores inviernos de su historia.

Abrazos, paces y acuerdos varios parece ser que siempre fueron insuficientes para conformar la causa de los pretendientes tradicionalistas y cada dos por tres volvían a reivindicar su causa con los resultados que la historia nos cuenta. Según se nos explicó la pretensión abierta por Carlos (V) en 1834 no se cerró hasta los hechos de Montejurra en 1976 en los que ya no lucharon carlistas contra isabelinos o contra liberales, sino que la lucha fue interna y dejo la causa prácticamente desaparecida del mapa político español.

No entraré a dar mi opinión sobre el movimiento en cuestión, no tengo ganas de discutir y tengo claro que diga lo que diga seguro que tengo enfrente alguien con una opinión contraria.

La visita fue amena, Iñaki nos amplió con todo lujo de detalles lo que íbamos viendo e incluso se formó un poco de diálogo y participación entre los visitantes.

Entre lo expuesto se pueden admirar obras de pintores tan interesantes como Cusach, Maeztu, Vicente López, Salaverría o Benlliure y piezas como la espada de Espoz y Mina o la famosa bandera La Generalísima.

Terminada la visita me quedé un poco más para ver las piezas con más calma, pero se hicieron las dos de la tarde y me pidieron, amablemente, que ahuecase el ala que tenían que cerrar.

Salí del museo con la mochila del saber bien llena y me dispuse a recorrer la bonita ciudad del Ega para ver todo lo que allí se ofrece, pero eso lo contaré la semana próxima, hoy ya no queda sitio para tanta belleza.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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