Hola personas, un placer estar de nuevo con todos vosotros. Esta semana vamos a tener un ERP con dos vertientes bien diferenciadas. Veremos en primer lugar un paseo urbano con un poco de miga y luego os haré un anuncio de algo que a mí me llena de gozo.

Veamos. Hoy día 8, viernes, he aprovechado que era fiesta para salir pronto de casa y poder pasear por la ciudad semi vacía. A las 9,30 he empezado mi caminata y, ciertamente, en las calles había poco más que algún deportista velando por su salud y algún dueño de perro, con la legaña aun pegada, cumpliendo con el peaje que exige tener un peludo en casa, el can no entiende de fiestas.

He llegado a la Medialuna y la fauna urbana era parecida. La mañana era fresca, pero no fría, y aun se mantenía bastante solitaria y silenciosa. He llegado al final y he bajado al paseo que rodea el bonito fortín de San Bartolomé, que he dejado a mi izquierda. He seguido bajando por esas anchas y ricas escaleras que, hoy enmoquetadas de amarillo y ocre, conducen a la cuesta de la Playa de Caparroso y subiendo un poco me he plantado en la cuesta de la Txantrea que he atravesado. He seguido hacia mi objetivo y para ello he tomado la calle de la Merced, calle castiza donde las haya y calle de vida gitana durante muchos años. A ella le sigue la Plaza de Compañía, amplio espacio lúdico en esta zona de lo viejo y la calle homónima en la que se encuentra la que fue iglesia de Jesús y María y hoy es albergue peregrino de alto standing. Por Curia he llegado a la Catedral y, frente a su atrio, he encontrado el primer grupo de turistas que rodeaban a una guía, la cual, en ese momento, les estaba explicando qué era el Privilegio de la Unión. Dejando nuestro primer templo a mi derecha, he llegado a donde me dirigía.

Vi una cara apergaminada de la que sobresalían los dientes, una mano en la que se adivinaban los huesos y los pies en un estado bastante deteriorado. 400 años difunta, por fuerza, se notan.

Os cuento. Resulta que el día 8 se cumplían los 440 años de la llegada a Pamplona de la orden carmelita. Sucedió un año después de la muerte de la fundadora de la institución, Santa Teresa de Jesús, y llegó de la mano de una mujer de su total confianza, se llamaba Catalina de Cristo y venía de fundar el convento de Soria. El día de la inmaculada de 1583 unas cuantas carmelitas entraban en la vieja y medieval Iruña y eran recibidas en la ciudad con gran alegría. Residieron sus primeros años en una casa particular que se encontraba entre los números 18 al 22 de la actual calle Jarauta, para pasar un par de décadas después al gran convento que levantaron en los terrenos que hoy ocupan el palacio de la Diputación, el antiguo Archivo, el primer tramo de Carlos III y la casa del Crédito Navarro, casi nada. Llegó la desastrosa desamortización de Mendizabal y fueron expulsadas de su casa en 1838. En su solar se levantaron el Palacio de Navarra y el Teatro Principal. Tras vivir unos años en el convento de los Descalzos, que habían sido expulsados, pasaron en 1901 a su nuevo convento de la calle Salsipuedes. Allí trasladaron todos sus enseres y con ellos el cuerpo incorrupto de la madre fundadora, Catalina de Cristo, cuerpo que el viernes, con motivo del aniversario, exponían al público. No podía perdérmelo, esas cosas no se pueden ver todos los días, así que allí me planté. Llegar a Salsipuedes y ver al fondo la puerta del convento abierta ya es una cosa rara, como casa de clausura que es, está siempre… clausurado. Recorrí los escasos 20 metros que mide la calle y, muerto de curiosidad por ver como era aquello por dentro, traspasé el umbral. Lo primero que me sorprendió fue el tamaño de la capilla, mucho más grande de lo que imaginaba. Es obra, como el resto del convento, del ínclito Ansoleaga, presenta planta de cruz latina, con una gran cúpula sobre el transepto y se decora con un retablo principal y dos laterales. El principal es obra de Florentino Istúriz, retablista de cabecera del arquitecto historicista y está fechado en 1902. En su hornacina central luce una Sagrada Familia rescatada del retablo del viejo convento del XVI-XVII obra de Juan de Echenagusia y la diferencia es bien apreciable. Los altares menores están dedicados uno a la Virgen del Carmen y el otro a Santa Teresa. Una vez vista la iglesia me dirigí hacia una celosía tras la cual se encontraba el cuerpo incorrupto de la monja fundadora, velado en todo momento por una sor. La verdad es que daba un poco de yuyu, no sé yo qué se considera incorrupto, pero lo que yo vi fue una cara apergaminada de la que sobresalían los dientes, una mano en la que se adivinaban los huesos y los pies en un estado bastante deteriorado. 400 años difunta, por fuerza, se notan.

Salí del convento y me dirigí a darme una vuelta por el Redín y Barbazana que hacía días que no iba. Los recorrí a capricho, bajé al portal de Zumalacárregui, donde encontré al segundo grupo de turistas pastoreados por un guía que les explicaba los avatares del general Carlista, lo miré y admiré una vez más, subí de nuevo y me asomé a los balcones que el baluarte ofrece, escudriñé el bonito edificio del Caballo Blanco, levantado en 1961 con los restos del palacio de Aguerre y que costó en su día 295.200 pesetas, unos 1.800 euros y recorrí el paseo del Obispo Barbazán con ida y vuelta, ya que cuando llegué al palacio arzobispal me quedé con ganas de más y volví sobre mis pasos.

Al llegar de nuevo a la Plazuela de San José, atestada ya de turistas que lo fotografiaban todo y se autofotografiaban con todo, un sonido conocido retumbó en mis oídos: la campana María empezaba su grave y hondo tañido para llamar a la misa mayor del día de la Inmaculada, su inconfundible sonido lo llenó todo en décimas de segundo y de manera casi simultánea todas sus compañeras de las torres catedralicias le hicieron coro organizándose un inesperado concierto para campana y badajo que nos dejó a todos los viandantes estáticos y escuchantes de semejante alarde. Bajé Curia, por donde subía un gran número de fieles que se dirigían a la misa mayor, y por Calderería llegué al ensanche para dirigirme a mi cueva tras más de dos horas de delicioso paseo pamplonés. Las calles ya no estaban vacías, la fiesta se hacía patente.

El anuncio que he de haceros es corto y conciso y es que mi tercer libro, El Rincón del Paseante III, estará en las librerías a partir de este martes día 12, en él podréis leer todos los ERP que se han publicado en los años 2021 y 2022 y podréis ver más de 100 fotografías a página de la Pamplona más actual con todos los que somos protagonistas de sus calles. Así mismo os comunico que he reeditado los dos libros anteriores ERP I y ERP II que estaban agotados.

Estas navidades regala paseos.

Besos pa tos.

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