Sin relevo generacional, se corre el riesgo de perder costumbres y tradiciones que hacen que un pueblo sea como es. Por eso, es más que crucial transmitir a través de las generaciones los saberes aprendidos de nuestros antepasados. Así lo entienden los orbaizetarras Javier Goicoa y Jesús Mari Larrañeta, quienes recientemente han impartido en la Selva de Irati un curso de formación sobre la colocación de tablillas de haya para arreglar el tejado de una chabola de pastoreo situada en Azpegi (Orbaizeta).

Se trata de una práctica que ya está en desuso por su alto riesgo de combustión, pero que en el Pirineo era muy habitual emplear hasta hace unos pocos años. Empero, varios incendios que asolaron pueblos como Garralda (en 1898) o Auritz-Burguete (en 1910) motivaron prohibiciones y nuevas normativas en torno a la construcción de tejados. Aún así, algunas casas continuaron conviviendo con la teja o la uralita, como la de Jesús Mari, cuyo tejado de tablillas fue puesto en 1957 y tras unos 30 años, se retiraron y guardaron, lo que les ha permitido a estos artesanos tener un referente para perpetrar la tradición. “Por suerte, han aguantado 70 años sin polillas y esto nos ha servido para explicar lo qué es, cómo han evolucionado, cómo se hicieron y el resultado que han dado estas tablillas”, afirman. Teniendo esta base y con la idea de que no desaparezca esta práctica, en los últimos seis años estos maestros tablilleros han hecho demostraciones y talleres, participado en documentales, e incluso han hecho encargos como la reconstrucción del tejado de la Ermita de la Virgen de las Nieves o de un antiguo peso de ganado en Garralda.

Tejado de tablillas José Etxegoien

LEER ENTRE VETAS

El catalán Gabor Buoman, Peio Irigoyen, de Urroz-Villa, Carlos Ibañez, de Ancín y los aezkoanos Ion Iriarte y Maddi Txapar son los cinco alumnos que no han querido perderse la posibilidad de conocer este oficio de antaño de la mano de dos de los últimos maestros tablilleros del Pirineo.

El curso práctico, que cuenta con el respaldo de la red de maestros de la construcción tradicional Intbau (la Red Internacional para la Construcción, la Arquitectura y el Urbanismo Tradicionales) y el apoyo del arquitecto Leopoldo Gil, está diseñado en dos partes. La primera, ya se inició en enero, con la elección de la madera. Durante tres fines de semana se encargaron de escoger en la zona de Aztapar las tres hayas que tenían adjudicadas para el curso. “Es importante cortarla entre mediados de diciembre y mediados de febrero y siempre en luna creciente porque tiene menos peso. Y hay que tener en cuenta otra serie de premisas como que los árboles ya hayan hecho su vida (unos 40 años si están en sombra), valorar el ramaje, si tiene musgo, que haya nacido en hondonadas donde no le haya dado el sol, que sea liso y no haya retorcidos o exceso de curvas…”, explica Goicoa.

Iriarte, Ibáñez, Goicoa y Buoman cortando tablillas José Etxegoien

La segunda fase del curso se retomó este mes de junio, tras el periodo de maduración de los troncos. Ello es necesario para que salga la savia hacia las ramas y hojas, es decir, el momento propicio para elaborar las tablillas. Así, estos días, de cada haya han ido cortando tramos de 65 centímetros y, una vez puestos en vertical, han ido haciendo cortes con el hacha hasta formar un dibujo similar a una tarta troceada. “En su tiempo no había metro, esto viene de antes del sistema métrico decimal; lo hacían a base de palmos y medidas corporales”, apostilla. Y de ahí se obtiene la tablilla, aprovechando en torno al 60 % de todo el tronco. “Las vetas nos dicen los años que tiene el árbol y hay otras líneas radiales que nos indican dónde poner el hacha. La madera es como un libro, sólo tienes que saber interpretarla”, reconoce Goicoa.

Así, con esfuerzo, han conseguido elaborar manualmente unas 2.200 tablillas, las cuales han ido apilando en cuadrados, como la técnica tradicional manda, con la suficiente separación para que puedan airearse, y han sido ubicadas en una zona sombría. Aquí permanecerán unos 8 ó 10 meses hasta que se curen y sean aptas para ser colocadas en su destino final. “Para la chabola de Azpegi se necesitarán unas 1500 tablillas. En todos estos años que llevamos, ya habremos hecho unas 20.000 tablillas”, admite el maestro.

GENERACIÓN ARTESANA

Este sábado se dará por finalizado el curso de elaboración de tablillas con la entrega de diplomas a las 17 horas de la tarde en el espacio Kultur Ola a esta nueva generación de tablilleros que han participado en el taller. Satisfechos, los expertos Jesús Mari Larrañeta y Javier Goicoa ven con más optimismo la preservación de este oficio casi extinto. “Es muy importante que haya continuidad, que haya alguien que se interese en hacer lo que hicieron nuestros ancestros”, exponen.

Pero no todo acaba aquí. Por lo pronto, ya tienen en mente ideas interesantes como dejar expuesto un trozo de carbón en Kultur Ola rescatado de una carbonera que han elaborado también durante este curso, realizar una mesa de metacrilato con uno de los troncos sobrantes del curso o estudiar la manera de conseguir que las tablillas sean ignífugas. “La madera ofrece muchas ventajas, ya que es un buen aislante térmico. Las tablillas se colocan una encima de otra de manera que siempre hay mínimo tres tablas. Eso te protege del frío en invierno y del calor en verano, y también admite humedad. Y sabemos que puede durar 50 años. ¿Por qué no usarlo?”, se pregunta Goicoa.