Cuando la luna comienza a trepar por el cielo del 31 de octubre y las sombras se alargan por las callejuelas de Estella-Lizarra, algo más profundo que el simple cambio de estación se siente en el aire. Es Gau Beltza, la noche en que los tambores de nuestras raíces resuenan, llamando a los vivos a recordar a los que ya no están. Esta celebración, humilde pero poderosa, une a todo un pueblo, tejiendo lazos de comunidad, como el auzolan que organizan con ahínco las familias de Lizarra Ikastola para revivir nuestras tradiciones.
Mientras Halloween, con su resplandor mediático y disfraces disparatados, nos invade en cada esquina, nosotros nos aferramos a Gau Beltza, la noche en la que las almas y las historias de nuestros ancestros encuentran su eco en las voces de los más jóvenes. Aquí no se trata de pedir caramelos ni de imitar celebraciones ajenas; aquí jugamos a asustar al miedo. Nos disfrazamos con sacos, manchamos nuestros rostros como podemos y caminamos, acompañados por la música, en una danza que rinde homenaje a la oscuridad, a la naturaleza y a esa conexión íntima con nuestra tierra que solo quienes han vivido aquí pueden comprender.
No necesitamos máscaras brillantes ni luces estridentes. En Gau Beltza, una simple calabaza vaciada con una vela parpadeante en su interior basta para iluminar nuestras plazas. Esta tradición, que algunos vecinos de Estella recuerdan haber celebrado en su infancia saltando calabazas a lo largo de la Calle Mayor, nos lleva de regreso a lo auténtico, a lo que siempre nos ha pertenecido. Como ha sucedido con otras costumbres tan arraigadas hoy en día como Santa Ageda u Olentzero, Gau Beltza ha renacido de nuestra memoria colectiva. Porque la verdadera magia no necesita artificios; solo requiere de un pueblo dispuesto a no olvidar.
En noches como esta, lo cotidiano se suspende, y el pueblo se transforma en un escenario donde se entrelazan la vida y la muerte. En el calor del chocolate que se reparte y en los bailes compartidos, se forja algo más que una simple fiesta: se fortalece nuestra comunidad, se refuerza nuestra identidad. “Festina lente”, como dirían los romanos: apresurémonos despacio. Porque Gau Beltza nos recuerda que nuestras raíces, aunque a veces escondidas bajo la superficie, siempre están ahí, esperando el momento adecuado para resurgir con toda su fuerza. Mientras tanto, Halloween se presenta como un coloso de plástico y tonos estridentes, impulsado por el poder de imponentes campañas de marketing. Nos bombardea desde las tiendas, la televisión y las redes sociales, pero carece del alma que define nuestra tradición. Esa conexión profunda con el silencio de la noche y los ecos de nuestros antepasados. No necesitamos importar sustos de fuera: los nuestros resuenan en lo más hondo, arraigados en nuestra historia y en nuestros recuerdos. No tememos a lo superficial, sino a lo que realmente importa: perder de vista quiénes somos. Y para sustos y terror, ya tenemos los que nos encontramos a diario en las páginas de la sección de internacional, política o economía de este mismo periódico.
Así que, cuando el sol se oculte este 31 de octubre y las primeras sombras invadan la plaza Santiago, recordemos que estamos celebrando algo más que una fiesta. Estamos celebrando nuestra historia, nuestros miedos, nuestras esperanzas. Y lo hacemos en euskera, la lengua de nuestros antepasados, esa que, aunque a veces parece caminar en la oscuridad, siempre encuentra una luz en nosotros.
Nos vemos mañana jueves de mercado en Gau Beltza, la noche en la que Estella-Lizarra, más que nunca, será nuestra.