No es propio de él venderse por las redes sociales ni siquiera ha salido jamás en ningún medio de comunicación, pero quien es buen profesional no necesita más que el boca a boca para ver florecer su negocio. Markel Gómez Larrainzar acaba de cumplir 10 años desde que abrió su local de fisioterapia y osteopatía en Zubiri y asegura estar “muy contento”, con un gran volumen de trabajo y con larga lista de espera. De hecho, a sus 35 años, Markel se ha colado entre los mejores fisioterapeutas de Navarra y muchos clientes de Pamplona, Lekunberri y otras partes de Navarra se acercan hasta esta localidad de Esteribar recomendados por otros pacientes y por personal sanitario y farmacéutico, que han oído que “hay un fisio muy bueno en Zubiri”. “Con el tiempo lo he normalizado, pero es una suerte muy grande tener el trabajo que yo quiero en la puerta de casa, poder gestionar mis horarios y estar rodeado de trabajo”, explica con humildad.
FLECHAZO LABORAL
Sin tener un vínculo con el sector sanitario, el flechazo con esta profesión surgió en su adolescencia, cuando tenía un problema a la hora de andar. Tras pasar por varios especialistas, acabó en el centro Deyre de Iturrama, y durante un año y medio, en las horas de espera, sin saberlo fue forjando la pasión por este oficio. “Veía deportistas que entraban fatal después de operarse y se iban súper bien y yo preguntaba: ¿cómo se llama esta profesión? Yo quiero ser esto de mayor”, recuerda. Ahí comenzó todo. “Me cautivó. Para mí fue un referente total, aprendía en el día a día el funcionamiento y me encantaba el trato con la gente”, asegura.
Así, tan cabezota como se describe, acabó estudiando la carrera de Fisioterapia en Tudela y después, la de Osteopatía en Donosti, mientras iba buscándose hueco a nivel laboral, primero haciendo sustituciones en el hospital de Navarra y luego, a caballo entre una sala en el Polideportivo de Zubiri y un centro en Andoain. “En cuestión de un mes, ya estaba petado de pacientes en ambos sitios y, a medida que fueron pasando 3 años, tuve que elegir y dejar Andoain”, expresa, agradeciendo a Aritz todo el apoyo que le ofreció y que aún le ofrece.
Entonces, estando en Zubiri y con la seguridad de tener clientela, se lanzó a la búsqueda de un centro propio. “Era una pena contar con mucho curro, pero no con una sala adecuada, ni sala de espera, ni los horarios que quería. Y a mí, como soy muy cuidadoso, aparte de la parte técnica, me gusta que el lugar sea bonito, esté limpio y que huela bien”, reconoce. Y lo consiguió. Precisamente en un lugar céntrico del pueblo que antes fue propiedad de su padre (lo compró como almacén al regresar de América tras trabajar 17 años como pastor). Un local de 70 m² ahora rehabilitado a su gusto, muy acogedor y con ese componente emocional.
MARRONES
El hecho de estar a 20 kilómetros de Pamplona no ha impedido que deportistas, gente con problemas musculares o neuronales o profesionales de trabajos pesados, hayan acudido a las manos de Markel para paliar sus dolores. “Los fisios abordamos las regiones del cuerpo a nivel global, analizamos el movimiento y procuramos, a través de herramientas, mejorar la funcionalidad y la salud del paciente”, admite. En estos 10 años, ha tratado un sinfín de dolencias, desde lumbagos hasta vértigos, pero, puestos a elegir, se queda con los marrones. “Me encanta cuando viene gente que ha estado en muchos sitios y no encuentra solución o procesos crónicos en los que tienes que aplicar la pedagogía del dolor y hacer que recuperen la confianza y le quiten el miedo al ejercicio y al movimiento”, dice. “Poder hacer que una persona vuelva a tener capacidades desde un grado bastante alto de incapacidad es un súper reto, porque son procesos difíciles, pero es muy bonito”, añade.
Sin dejar de formarse y con una inquietud activa, ya está centrado en su próximo reto de este año: la adaptación del local para hacer un gimnasio y ofrecer programas de ejercicio terapéutico. De esta manera, podrá pautar ejercicios y supervisar desde una rotura de menisco hasta procesos más complejos como enfermedades oncológicas, problemas reumáticos o enfermedades respiratorias, entre otros. “Hay una necesidad muy grande porque no existen espacios donde se programe ejercicio terapéutico y los neurólogos y oncólogos no saben adónde mandar”, asevera.
Funcione o no, si de algo puede estar orgulloso Markel en esta década es de haber sacado adelante, y más en un medio rural, un negocio con el que ha mejorado la calidad de vida de cientos de pacientes. Ese niño que observaba con ojos de fascinación tiene ahora otro referente donde poner su mirada.