José Ignacio Ulayar, una vida ligada a la muerte
Tras casi medio siglo en el sector funerario, a este etxarriarra le ha llegado la hora de la jubilación / Se despide con palabras de agradecimiento
A José Ignacio Ulayar Mundiñano le ha llegado la jubilación “con 46,5 años cotizados”, según precisa. Para cerrar esta etapa quiere despedirse de todas las personas con las que se ha cruzado en su trayectoria profesional, especialmente de aquellas a las que ha acompañado en momentos difíciles, y para quienes se encadenan las palabras de agradecimiento. “Muchos casos han terminado fraguando una relación que va más allá de la prestación de servicio a un cliente. Me emociona haber constatado que hemos sido importantes en ese momento de sus vidas”, destaca.
La suya ha sido una vida ligada a la muerte. Y es que se crió en torno a la funeraria que fundó su padre, Jesús Ulayar, en Etxarri Aranatz en 1947. Asesinado por ETA en 1979, su viuda, Rosa Mundiñano, junto a sus cuatro hijos trabajaron por la continuidad de la empresa, principalmente el segundo, José Ignacio. “Todos echaban una mano en casa y me descargaban en ocasiones, dejando a un lado sus ocupaciones”, recuerda. Hace 30 años se incorporó su mujer, Blanca Echarri, “Hemos tenido el privilegio de estar en un lugar y en un tiempo determinado con tantas familias que perdieron a sus seres queridos. Esta profesión me ha dado la oportunidad de ser recibido en la intimidad del duelo familiar, acompañar en la pena y ayudar”, incide.
Y es que su trabajo se ha desarrollado en momentos de dolor para las familias. Si bien la muerte es inevitable, a veces se manifiesta de una manera especialmente traumática. “La rutina en nuestro trabajo consiste en estar preparado para la imprevisibilidad de la vida, en este caso de la muerte. En esta situación, la capacidad de ofrecer un acompañamiento emocional es esencial para que las familias reciban lo mejor de nosotros en el momento de su pérdida concreta. Ese ser querido no volverá a morir”, insiste.
Lo cierto es que le ha tocado vivir situaciones que dejan a las familias devastadas. “Siempre recordaré cuando tuve que comunicar en persona a una chica que me abrió su domicilio con un niño en brazos que su marido había fallecido. Me acompañaba el hermano del difunto y no tuvo valor para verbalizar nada”, rememora.
También guarda vivo en su memoria el accidente de tren de Uharte Arakil, con 18 fallecidos, y otro de tráfico ocurrido en la década de los 80 en Ziordia. “Fallecieron seis personas portuguesas: abuelos, hijas y nieta. Los maridos de las hijas fueron localizados a los 4-5 días. Los tuvimos alojados en mi casa durante los días que llevaron finalizar las gestiones y nos fuimos con el traslado de los difuntos hasta cerca de Coimbra. Sólo sobrevivió la perrita, a la que con uno de los maridos llevé en el coche fúnebre. Al llegar, mujeres de luto demostraban su duelo golpeándonos el coche y con grandes expresiones, gritos de dolor. Fueron unos días de desgaste pero de gran satisfacción por la convivencia con ellos en casa”, destaca.
De época más reciente, hará unos cinco años, recuerda con especial emoción la conducción a la iglesia y cementerio de un joven fallecido en accidente de tráfico. “La realizó un tío suyo soltero como último servicio a su sobrino. Me pidió que se lo permitiera. Nadie de los que los vivimos lo olvidaremos”.
VOCACIÓN DE SERVICIO
José Ignacio Ulayar insiste en el espíritu de servicio del trabajo de una funeraria en el mundo rural. “24/7/365 como se dice ahora”. Por ello, agradece a sus hijos y especialmente a su mujer y compañera su apoyo. “La vida familiar queda interferida casi siempre en el trayecto del servicio desde el primer contacto hasta el acompañamiento al cementerio. Blanca ha demostrado, de forma muy personal, llegar con humanidad y cercanía a las personas en las que deja una huella difícil de olvidar. Doy fe”,
De hecho, en el binomio formado por este matrimonio, ella se ha centrado en atender a las familias y realizar labores burocráticas mientras que él realizaba sobre todo labores de chófer y de acondicionamiento de los fallecidos. “Me ha gustado cantarle al difunto canciones religiosas mientras lo preparaba. A uno de los últimos le ofrece el Aleluya de Leonard Cohen”, observa.
Este etxarriarra ha sido testigo privilegiado de los cambios experimentados en el sector de las funerarias. De los velatorios en el domicilio del difunto a los modernos tanatorios actuales, desde donde también se realizan otras gestiones. “En este tiempo y este mundo en el que las prisas y el mercantilismo nos pueden hacer correr el riesgo de deshumanizarnos, muchas veces decía a mis compañeros que la empresa nos paga pero no olvidéis que trabajamos para las familias”, indica. Con una media anual que supera los 200 servicios en Sakana, Larraun, Araitz-Betelu y Leitzaldea, José Ignacio Ulayar apunta que la mayoría de las despedidas son religiosas y que la incineración hace años que es una tendencia en alza.
En este repaso de casi medio siglo de profesiónJosé Ignacio Ulayar no quiere olvidarse de Fernando Suescun, el enterrador de Altsasu, fallecido en 2023. “Ha sido hasta poco antes de morir, dispuesto, amable y servicial. Tenía en la cabeza la ubicación de todos los panteones de Alsasua y de muchas personas la localización exacta de su inhumación. Le pedías, se encargaba y lo hacía. Ante cualquier solicitud, aún jubilado, la conversación terminaba con las mismas palabras: a mi cuenta”.