Un año más, mamoxarros y muttus volvieron a ser dueños y señores de Unanu. Vara de avellano en mano, había que correr y saltar para sortear los temibles urritzak que blandían a los pies de sus víctimas, un ritual relacionado con la purificación y la fertilidad, matar lo viejo para dar vida a lo nuevo. También es un momento de juego para los txikis, aunque a veces se convierte en terror.

Cuentan en este concejo de Ergoiena que los carnavales nunca ha faltado en los días previos a la Cuaresma desde tiempos inmemoriales. Y es que sortearon las prohibiciones del franquismo y también de la pandemia. Este domingo una docena de jóvenes renovaron esta tradición que llama a despertar a la naturaleza. Desde hace nueve años no tiene sexo, cuando se incorporó la mujer. Este domingo fueron tres.

Carnaval fustigador, el anonimato se asegura con la kattolas, máscaras de chapa que llevan mamoxarros y muttus y que lo hacen único. El resto de la vestimenta de estos personajes difiere poco de la de otros carnavales rurales. En el caso del mamoxarro es camisa y pantalones blancos, fajas rojas negras o rojas a la cintura, un cinturón de cuero con cascabeles, panpaxilak como se llaman en Unanu. Cubren su cabeza con pañuelos y sombreros con cintas de colores. Los muttus van vestidos de mujeres con colores vivos y sin cascabeles para no ser oídos, de ahí su nombre, mudos.

Para recuperar fuerzas con tanto movimiento no faltó un auzate. Después mamoxarros y mutus fueron casa por casa en una una puska biltza para cenar con lo recogido. Mañana martes se repetirá el guión.

Menos conocidos que otros carnavales, los de Unanu han cogido fama con Zetak. Lo cierto es que Aaztiyen, el último disco del proyecto de Pello Reparaz, bebe de los carnavales de Navarra, y en especial de los mamoxarros, a partir de los cuales han creado un imaginario que trasladó a la escenografía y vestuario de sus vídeos y conciertos, sobre todo en Mitoaroa.