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El hacedor de historias que comenzó con un 'tornillico'

El milagrés Miguel Herreras aprovechó la pandemia para fabricar esculturas con chatarra. Desde entonces, ha hecho más de 80 piezas y ahora expone 30 de ellas en el Centro Comercial La Morea

El hacedor de historias que comenzó con un 'tornillico'Iñaki Porto

De pequeño, Miguel Herreras (Milagro, 1972) cogía unos tornillicos, como también hacía su padre, que era soldador, y realizaba manualidades con ellos; “pequeñas cosas de no demasiada importancia”, pero que supusieron la primera pieza con la que un niño –ahora ya adulto– comenzó a soñar con todo cuanto se puede fabricar con un poco de chatarra, algo de mimo y mucha imaginación. Ha pasado ya un tiempo desde aquellos jueguecillos a los que dedicaba unos ojos inocentes, pero sigue creando –ahora ya son esculturas de verdad– como si fuera un niño. Y, de hecho, 30 de ellas se podrán ver hasta finales de abril en el Centro Comercial de La Morea con la exposición Chatarrearte, un espacio en donde se reúnen sus recuerdos, su vida, su pasión.

Durante muchos años, encontró un hueco trabajando como herrero en la zona de la Ribera, de donde extraía la chatarra, palos de labranza o los picos que de vez en cuando se quedaba bajo la promesa de que “algún día...”. Y entonces llegó la pandemia. “Como tenía mucho tiempo libre, me puse manos a la obra. Cogí una pala y traté de formar un rostro. Le puse rodamientos, un martillo como nariz, una herradura que funcionaba como bigote... Me gustó mucho cómo quedó y lo puse en la entrada de mi casa”. Eso supuso un punto de no retorno, ya que los vecinos alababan el resultado de su primera escultura y le animaron a seguir con aquel hobby. Y Miguel empezó a crear tanto que en su casa alberga más de80 figuras.

Algunas de las esculturas de animales que aparecen en la exposición.

Un artista emergente

Hace dos años, la Mancomunidad de la Ribera Alta le brindó la oportunidad de exponer sus piezas en los nueve municipios que la conforman –Azagra, Cadreita, Falces, Funes, Marcilla, Milagro, Peralta, San Adrián y Villafranca–, además de realizar talleres y charlas informativas para los más pequeños en sus respectivos centros escolares. “Les comentaba para qué servían cada uno de los materiales que uso para hacer mis esculturas y luego pasaban a la exposición para adivinarlas en las figuras. Y se sorprendían de ver animales, peces, pájaros, a Don Quijote...”, recuerda.

Después, llegó otra exposición en Castejón que hizo por su cuenta, algún que otro ensoñamiento –como llevar su San Fermín a la Misa de la Escalera de San Lorenzo– hasta por fin llegar a la presentación de Chatarrearte en las escaleras de acceso al Centro Comercial de La Morea, que consiguió gracias a la insistencia de su mujer, “la que siempre ha confiado en mí, la que me apoya en todo”, dice con cariño.

Un 'homenajico' a San Fermín

La estatua de San Fermín, que pidió que se colocara en lo más alto de la rampa.

Miguel realizó una selección de sus 30 mejores piezas y solo pidió una cosa: que su San Fermín se encontrara en lo más alto de la rampa. “Como navarrico que soy, me parecía lo justo. Además, nos representa a todos”, señala. Esta figura nació de un reto de su madre. Le dio un calendario del santo y le preguntó a ver si podría imitarlo. “¿Cómo no voy a ser capaz? Y, además, viniendo de tus manos”, le respondió. Así que comenzó con esta empresa. Por la noche estuvo dando vueltas en la cama mientras encontraba la manera de realizar la escultura. Se levantaba, iba al taller, probaba cosas. No funcionaba. Volvía a la cama, se le ocurría otra cosa. Y tampoco. Hasta que, por fin, dio en el clavo –nunca mejor dicho–. “Puse las rejas de corazón sobre la mesa y vi el manto. A partir de ahí, incorporé una herradura para el rostro, una falleba de puerta antigua para el bastón, una bisagra central y dos rejas de motocultor para la corona. Lo que recoge el manto es un bocado que llevaban antes los caballos; las manos están hechas de ferralla y la base es una antigua máquina de coser”, enumera.

El esqueleto de un pescado realizado con chatarra.

Miguel tiene entre ceja y ceja hacer un homenaje al agricultor y colocarlo en su pueblo, Milagro, sin darse cuenta de que, desde que comenzó su andanza como artista, ya estaba mostrando su amor hacia el pasado –también el suyo propio con esas ganas de imitar a su padre– y hacia el futuro, haciendo que la tradición del campo perdure, aunque de una forma distinta. “No quiero que toda esta chatarra desaparezca, sino que sirva para que los críos conozcan lo que sus abuelos hacían antes en el campo y que apuesten por crear algo nuevo”. Como un hacedor de historias, de los que cuentan el pasado y construyen el futuro.