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Grito contra el desamparo

La lodosana Kristina Pozo Sevilla ha publicado ‘Caterva’, un libro con el que quiere movilizar y politizar la violencia sexual contra la infancia

Grito contra el desamparoMaría San Gil

Alejandra Pizarnik habla del trastorno post traumático y lo describe como “vivir en una permanente catástrofe”. Tras muchos años en terapia, y después haber sacado su historia a la luz y de haberse despojado de esa culpa que le atenazaba, la lodosana Kristina Pozo Sevilla, de 32 años y víctima de violencia sexual contra la infancia, afirma a viva voz que “ya no vivo en una permanente catástrofe”.

Ahora ha publicado, y presentado recientemente en Sartaguda (dentro de los actos de Euskaraldia), Caterva. Una cartografía de la violencia sexual contra la infancia (Trinchera Ediciones), un libro con el que, lejos de contar su historia con pelos y señales, espera “ayudar y, sobre todo, movilizar y politizar la violencia sexual contra la infancia”.

Presentación del libro en el Parque de la Memoria de Sartaguda

Al mostrar su intimidad, “no sabía a lo que me estaba exponiendo. Me dio mucho miedo y lo pasé bastante mal porque no sabía cuál iba a ser la reacción de la gente, la reacción del pueblo. Ser de un municipio pequeño me ponía un poco nerviosa, pero también que mi tío, que es mi agresor, se muriera en todo este proceso, me dio mucha calma. Aquí todos se conocen y te conocen, y tuve bastantes quebraderos de cabeza a la hora de publicar, pero concluí que no hacía nada malo por contar la verdad”.

El libro relata su camino, su testimonio desde que empieza a tener recuerdos de lo que le pasó y decide ir a terapia; sin todavía habérselo contado a nadie (y no por miedo a que no lo creyesen, afirma).

El título,Caterva, que significa un grupo desordenado de cosas de poco valor, “lo tuve claro porque esto es lo que somos las víctimas en general, y las víctimas de violencia sexual contra la infancia, en particular; somos muchedumbre, gente que no le importamos a nadie porque si lo hiciéramos, habría otras leyes, otra reparación”. La portada, de Makaustika, va en esa línea de deconstrucción, y hay ilustraciones de Sofía Velasco y de Eneritz Basabe.

En su relato, insiste, no da ningún detalle, y está hecho así a conciencia; “creo que valorar que sea peor que te hayan hecho una cosa u otra es un juicio que no tiene mucho que ver con el impacto que la víctima vive”.

Estructura definida

El ejemplar tiene dos prólogos, el primero lo hace Elisa Jiménez, psicoterapeuta y sexóloga, y el otro, Anita Doinel.

Después hay una introducción; “lo denomino un testimonio político porque tiene cosas personales que uso de manera vehicular para explicar aspectos que no tienen que ver conmigo, sino con la estructura, con el sistema patriarcal en el que vivimos, con la violencia, la justicia y con cómo eso interfiere y afecta a los cuerpos que sufrimos esa violencia sexual”.

Acto seguido, Kristina cuenta su historia; las consecuencias, el trauma. “Haber vivido violencia sexual contra la infancia me ha quitado muchas posibilidades; no lo puedo perdonar. Vives tu vida anclada a lo que te pasó. No te permite avanzar. Vives en una profunda disociación. Te afecta socialmente; te da vergüenza y te sientes muy culpable. Para mí lo más difícil de encajar ha sido el duelo; las cosas que no he podido hacer por ir cada semana a sentarme a un sillón a llorar”.

Después habla de la familia y recala en la sociedad. ¿Qué se puede hacer? En su caso, denunciar ya no, “y es bastante frustrante, porque toda la reparación pasa porque tú tengas una denuncia y el sistema judicial te reconozca como víctima. Ese desamparo es el que me lleva a escribir el libro”. 

Y después llega a la colectividad; “lo que le falta a la violencia sexual contra la infancia es hablar de ella y, sobre todo, lo que le falta es cuerpo político; que rompamos el silencio, que hablemos más, que tomemos la calle”.

El papel de la sociedad

De acuerdo con esta lodosana,uno de cada cuatro niños o niñas sufre violencia sexual contra la infancia y, entre el 65 y el 85%, ocurre en el seno familiar. Ahora, recalca, hay más recursos y una mayor visibilidad, pero, aún y todo, queda mucho por hacer. “Tenemos que creer a la gente que nos cuenta las agresiones y tenemos que quitarles la carga social que le ponemos y entender que la vergüenza, la culpa y la impunidad tiene que ver con lo social”. Además, y a quienes están pasando por un proceso similar, “les diría que no tuvieron la culpa de nada de lo que les pasó. Que no nos merecíamos nada de lo que nos hicieron”.

Ella, asegura, “ahora soy distinta. Noto mucho el trabajo. Me veo con una capacidad y con una expansión que antes no tenía. Esto no va de que tengas miedo, va de cómo vas a vivir con ese miedo”. Y parte de culpa de su mejora la tienen quienes han estado a su lado; su madre y hermano; Eder, Falqui, Mónica; sus amigas Paula, Kike, Josune, Ele, y las señoras, entre muchos y muchas otras.

Caterva, expone, “no concluye, porque quiero que esto sea un camino, que nos planteemos qué opinamos sobre los discursos que tenemos sobre la violencia sexual contra la infancia, sobre el imaginario, que cuestionemos la homogenización de las víctimas…”. De hecho, la segunda edición del libro, a la que le ha añadido un epílogo con siete textos, está en imprenta.