Hola personas, aquí estoy de nuevo con vosotros para comentar este verano del 25 que de momento nos lleva montados en una montaña rusa (con perdón) de temperaturas: hoy te asas, mañana te hielas y viceversa.

Esta semana son dos los temas que vamos a ver en el Paseante. Por un lado, vamos a continuar el continuará de la semana pasada y, por otro, vamos a ver un pequeño capítulo de índole social. En la parte vieja he vuelto a estar este viernes por la mañana así que en mi descripción haré un mix noche y día.

Habíamos visto los dos primeros núcleos de población que habían crecido en Pamplona, si bien con un milenio largo de diferencia, la Navarrería, punto de partida de la ciudad, y el burgo de San Cernin, creado por el obispo Pedro de Roda en 1100 y privilegiado por Alfonso el Batallador en 1129 con el fuero de Jaca, que fue, como ya vimos, poblado por francos. Unos años más tarde, a finales del XII, en terrenos de la iglesia, el obispo de turno promocionó otro burgo, el Burgo Nuevo, llamado Población de San Nicolás, con afán de contrarrestar el poderío que la corona había tomado con los dos anteriores y con el fin de dar cabida y vivienda a clérigos y artesanos que estaban vetados en el vecino burgo de San Saturnino. Así nació el tercero y último de los núcleos de población medievales.

Pero, bueno, esto es ya cosa conocida, veamos mi paseo. Pasé de un burgo a otro, del grande al pequeño, del viejo al nuevo, por terrenos que fueron terrenos de nadie y hoy en día están ocupados por la plaza de San Francisco. Entré por la Plaza del Consejo y me di de morros con el precioso palacio de los Mencos, levantado en 1753 por D. Gaspar de Eslava y Monzón, primer marqués de la Real Defensa, cuya hija se casó en 1770 con el conde de Guendulain. Parado ante el palacio perdí unos minutos en ver y admirar el maravilloso escudo policromado con cuatro cuarteles que trae a la palaciega fachada los linajes de Eslava, Berrio, Lasaga y Eguiarreta. Vi, con agrado, que, a pesar de estar cerrado, dos empleadas se afanaban en limpiar los pomos de bronce que coronan las esquinas de los balcones, lo cual indica que la familia propietaria, conserva con celo su patrimonio, que, al fin y al cabo, sin serlo, es patrimonio de todos. El ambiente en la plaza del Consejo, así llamada porque en sus inmediaciones se encontraba el Consejo Real de Navarra, era de gran vida, Neptuno niño tomaba el sol y lo presidía todo poniendo orden con su tridente, a sus pies un guitarrista ponía los dorremís al ambiente preguntándose, “… ¿de qué depende?” “ de según como se mire” se auto respondía. Más allá el telón de fondo lo ponía el fabuloso edificio de la biblioteca, antiguo Gran Hotel, obra del donostiarra Francisco Urcola Lazcanotegui.

Tomé dirección calle San Antón, antigua Mártires de Cirauqui y más antiguamente, aun en épocas burguesas, rúa de las Ferrerías y Zapaterías. Antes de pasearla, entré a hacer la última compra de mi vida en la querida droguería López, ¡cómo la voy a echar en falta!, sus gomas lacas, sus tintes, sus brochas, sus mil titos que solo ellos tenían, ¿dónde los compraremos ahora? Llegué hasta el final de tan señera calle y di la vuelta para volverla a recorrer y tomar la calle de Eslava para salir a la plaza homónima del Burgo que preside su iglesia fortaleza. Está muy rehecha, esa torre con matacanes es un poco Exin castillos, pero es bonita, para mi gusto lo más bonito del exterior es la portada románica que da a la calle San Miguel, pero que no se puede apreciar bien gracias al espanto de porche que le plantificaron delante a principios del XX de la mano del ínclito Ansoleaga. Por San Nicolás, la calle con más bares por metro lineal de Pamplona y con la maravillosa pescadería de Cipriano, salí a comedias y por ésta abandoné el burgo, saliendo por lo que era, cuando estaba amurallado, la puerta de la Tripería.

En tiempos más cercanos a nosotros, pero aun con la ciudad cerrada, al salir por donde yo salí, nuestros ancestros salían a un espacio de paseo y relajo, encontraban la reja del jardín de las carmelitas a su izquierda y la arboleda continuación de Taconera a la derecha. De frente llegarían a la basílica de San Ignacio y poco más allá al portal de San Nicolás por donde abandonaban la ciudad en dirección sur.

Bien, por otro lado, y cambiando totalmente de tema, os voy a contar algo que a mí me ha hecho ilusión y que lo viví el jueves a la tarde. Resulta que hace tiempo llegaron a mis manos un montón de negativos de Jose Luis Nobel Goñi, fotógrafo aficionado a quien conocí en la AFCN y con quién tuve una buena amistad. Tristemente hace años que se fue a fotografiar gitanos a otros mundos, y digo fotografiar gitanos porque ese era su tema favorito y lo hacía como nadie. Los gitanos lo conocían y lo apreciaban y se dejaban fotografiar por él en situaciones que a otro payo no hubiesen permitido. Él y el payo Jacques, en el Somorrostro barcelonés, habrán sido, sin duda, los que mejor han retratado a esta etnia. Pues bien, yo publiqué esas fotos en Facebook y enseguida aparecieron algunos de los fotografiados diciéndome, ese niño soy yo, o esa señora es mi madre, o ese señor era mi abuelo. Me puse en contacto con ellos y quedé en prepararles todo lo que tuviese para que ellos pudiesen tener aquellas fotos que en los años 70 les hiciera Jose Luis. Había fotos de cuando vivían en el monasterio viejo de San Pedro, de la vendimia en Olite, de cuando vivían en las viejas, y ya abandonadas, casas de Iturrama, o de campamentos con carromatos en los que se lee: Circo. Quedé en llamarles cuando estuviese todo preparado y esta semana nos hemos reunido en la plaza de las casas de San Pedro. El jueves a la tarde aparqué en la avenida de Villava, territorio multirracial donde los haya, y anduve un poco para entrar en las viejas casas de San Pedro, barrio conocido por mí desde la infancia. Allí me esperaban Mateo y su madre. Él en las fotos es un churumbel, siempre sonriente, despeinado, desdentado y con cara de niño feliz. A Carmen, su madre, en la obra de Nobel, la vemos en el convento, así llaman ellos al monasterio viejo, rodeada de niños y con otras gitanas que, según me cuenta, son sus hermanas, y que tienen un nexo común: su belleza. Gitanas guapas con belleza de vida dura pero feliz. Una jovencita, Ana, a la que llaman la Moños, destaca sobre todas, es de una belleza exultante. Carmen, con sus 81 años sigue siendo una mujer guapa, en su rostro lleva los surcos que han marcado tantos caminos recorridos, caminos que no recuerda, memoria selectiva. Hermana de 12 hermanos y madre de 7 hijos su vida se ciñe a la familia. Mujer de pocas palabras, pero amable y educada. Bajé mi ordenador y vimos dos mil fotos que llevaba cargadas en un pendrive, se lo di para que ella, que flaqueaba de la vista, vea parte de su pasado en un buen televisor.

Aprendí. Nunca es tarde para conocer otras maneras de vivir.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com