Las aezkoanas también hicieron historia
La Asociación Gure Aizpea recupera en un libro historias de vida silenciadas de las mujeres del valle de Aezkoa que, desde los cuidados y trabajos, sostuvieron la sociedad sin ser nunca reconocidas.
Con frecuencia escuchamos historias de pastores americanos que emigraron de zonas rurales de Navarra en busca de fortuna, pero poco se habla de mujeres que emigraron o que trabajaron lejos largas temporadas y, menos aún, de las que se quedaron aquí al cargo del hogar y las labores del campo.
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En el valle de Aezkoa se sabe que más de un tercio de quienes emigraron eran mujeres, una realidad que impulsó a la Asociación de Mujeres Gure Aizpea a sacar a la luz el libro Aezkoa. Mujeres en la Historia, Historias de Mujeres. Una publicación que, más allá de relatos de emigración, reúne cientos de historias y vivencias sobre las mujeres del valle, desde la Inquisición hasta su papel en educación o en los cuidados.
LA PRIMERA MUJER
Varios hallazgos arqueológicos confirman que Aizpea, cuyo esqueleto completo se encontró en una cueva de Aribe, es la primera mujer aezkoana conocida y la más antigua y bien conservada de Navarra. Con su hallazgo comienza el libro, y aunque las únicas referencias históricas femeninas que le han sucedido sólo aparecen en documentos inquisitoriales o sentencias judiciales, su presencia y valentía es innegable. “No sólo ha habido mujeres audaces, sino que su participación en la vida cotidiana ha sido importante a lo largo del tiempo”, expresan desde la Asociación Gure Aizpea, destacando su incansable lucha.
TRABAJOS
Una lucha que, siglos después, no ha parado de persistir. En el ámbito educativo, por ejemplo, las maestras oriundas del valle o las destinadas a otros lugares sufrieron desigualdades y una clara brecha salarial, llegando a cobrar hasta un tercio menos que sus compañeros. En la República, figuran varias maestras que aplicaron “ideas innovadoras y métodos de enseñanza más modernos”, sin embargo, con la Guerra Civil, muchas fueron “depuradas” y sancionadas, como Sinforosa Grasu o Paulina Lugea y otras de fuera, como Concepción Adrián o Amelia Garro, fueron enviadas a Aezkoa como castigo o como reingreso tras la suspensión de su puesto.
En general, en Aezkoa la mano de obra femenina se dedicaba a la agricultura y ganadería, sin embargo, la llegada de talleres y fábricas en el siglo XIX, hizo que las cosas cambiasen en el valle. El libro desvela que muchas jóvenes solteras iban a servir a casas de Pamplona, Donostia o Iparralde; otras, como Basilia y Claudia, iban a Hazparne a cuidar durante meses a un centenar de ovejas. También había mujeres que, en su mayoría viudas, y ya más en el siglo XX, regentaban fondas y comercios, incluso hay registros de comadrona, estanquera, responsable de farmacia, telefonistas o modistas. Una oportunidad que les permitía alejarse de los rígidos convencionalismos sociales en entornos rurales y de las autoridades patriarcales y eclesiásticas. “Para ellas supuso un cambio de mentalidad, de ver la vida con una perspectiva más amplia y contar con una independencia económica”, reconocen desde el colectivo. De alguna, como Demetria Arozarena de Orbara, se sabe que llegó a montar su propia sastrería en Madrid. Trabajos peor retribuidos que los masculinos, pero, al menos, remunerados.
SIEMPRE CUIDANDO
Sin embargo, la Asociación también honra a esas mujeres que se quedaron aquí y lucharon por salir adelante. Las llamadas “viudas blancas” eran mujeres de maridos emigrantes que no habían muerto, pero a las cuales se les exigía una conducta como viudas, siendo apartadas de la vida social, desprotegidas de derechos y viviendo en la pobreza. Mª Andrés, por ejemplo, tuvo que salir de su casa con sus hijos porque su marido la perdió en una apuesta en Argentina y Fermina y su hija vivieron en la miseria hasta que, estando enferma la madre, abandonaron su hogar y se trasladaron al de su hermano. Lo peor es que muchas de ellas nunca supieron qué fue de sus maridos, pero cargaron con aquella losa toda su vida.
“Pasaron muchas penurias y dificultades. Mientras el marido emigraba para ganar dinero, la mujer se quedaba en casa asumiendo todo el trabajo”, apostillan. Una carga de trabajo históricamente invisibilizada, pero que hoy Gure Aizpea reivindica con la dignidad que se merece. Son aquellas mujeres al cargo de los animales, las celebraciones en casa, el matatxerri, el amortajamiento de los difuntos, de elaborar infusiones y ungüentos, colaborar en el contrabando o limpiar ermitas e iglesias. “La mujer siempre ha estado ligada a los cuidados, realizando trabajos necesarios que nunca han sido reconocidos”, dicen.
En el capítulo de responsabilidades, mención especial merecen los cuidados de salud, como la atención a embarazadas, asistencia en los partos o crianza de bebés, tarea siempre relegada en manos femeninas. “En algunas épocas se les persiguió, pero en otras más recientes se toleró la presencia de herboristas y parteras para atender las ‘enfermedades propias de las mujeres’, bajo la atenta mirada de los curadores y cirujanos que sólo podían ser hombres. Nunca se valoraron esos conocimientos ni se pagó los servicios que prestaban a la comunidad”, comentan.
SORORIDAD
Y es que era un trabajo de mujer a mujer, de sororidad, que trascendía más allá. Parteras, comadronas, herboristas, madres que acogían a niños de la Inclusa o nodrizas que amamantaban a los hijos de otras para sobrevivir, creaban una red invisible de protección entre mujeres. “Como en otros aspectos, la solidaridad y ayuda entre mujeres queda constatada”, resaltan.
Así, destacan historias como la de vecinos de Abaurregaina que tiraron de pala en una nevada para que la partera María atendiera un parto, o la de Petra de Abaurrepea, que en un invierno frío asistió un parto de gemelos y que mandó a su compañera a meterse con ellos en una cama para salvarlos dándoles calor. También curiosas las anécdotas de Luisa, partera de Garralda que predijo que Felisa de Aria tendría sólo hijos varones (tuvo 4) y que, al nacer su nieta Begoña con 800 gramos, fabricó una “incubadora casera” con una caja forrada y la mantuvo al calor de la cocinilla de leña.
Todas ellas, con sus historias, sus sueños y sus luchas silenciadas, recuperan hoy, gracias a Gure Aizpea, el lugar que merecen en la memoria colectiva del valle de Aezkoa. Porque su legado es un testimonio vivo de la valentía y entereza de mujeres que han construido a lo largo de los años la sociedad aezkoana. Y, sin ellas, este valle no sería lo que es hoy.