En Navarra quedan apenas seis empresas dedicadas a un oficio que parece casi olvidado y más cercano al imaginario de Mary Poppins que a la vida cotidiana. Sin embargo, el trabajo de deshollinador continúa siendo una función imprescindible para los que calientan sus hogares con la calidez de la leña prendida. Un trabajo casi en peligro de extinción al que, sin miedo, se ha incorporado este verano Lasua Deshollinados, la empresa familiar del joven pamplonés Iker Iriarte, al que ayuda su padre Javier.
La historia arranca varios veranos atrás, cuando Iker –todavía estudiante de ADE en la Universidad Pública de Navarra– pasaba las vacaciones en Catalunya trabajando en la empresa familiar de un amigo de la infancia. Aquella casa, dedicada al deshollinado “de toda la vida”, se convirtió en su escuela. “Iba para ganar algo de dinero en verano y me acabó picando el gusanillo”, explica el joven. Además, los ratos que pasaba junto a su familia en su pueblo del Valle de Basaburua, limpiando su chimenea, también dieron sus frutos.
Iker, al acabar el pasado año la carrera –el pamplonés tiene 23 años de edad– ya sabía que lo suyo era emprender. Aunque no en lo digital, como dicta su generación, sino “en algo físico, manual”. Esa pasión siempre había albergado en su interior, solo que, como él relata, necesitaba un impulso que lo hiciera posible. “Siempre he tenido espíritu emprendedor y este oficio me gustó muchísimo”, confiesa. Así, poco tiempo después de colgar la toga, la idea de traer el negocio a su tierrica surgió sola. “Mucha gente sigue utilizando la chimenea y el problema de que se te pueda quemar siempre está ahí”, aclara el pamplonés. De esta forma, nació Lasua Deshollinados. “Queríamos revivir un oficio que se está perdiendo y estamos encantados”, declara Iker.
Javier, diseñador gráfico y “muy manitas”, jamás había trabajado en el sector. Tampoco estaba en sus planes. Pero ambos han construido el negocio desde cero. “Es peculiar, divertido y, sobre todo, muy gratificante trabajar con tu padre”, reconoce el emprendedor. “Vamos aprendiendo juntos. Él lleva más la parte de la comunicación y la relación con los clientes, y yo hago la mayor parte del trabajo técnico”, subraya.
La empresa comenzó a trabajar oficialmente en Navarra durante este verano. Desde entonces, la respuesta ha sido, como Iker relata, “sorprendentemente buena”. La demanda de su empresa se concentra, sobre todo, en el este de Navarra, con muchas llamadas desde Monreal y la zona de Estella, También en el Valle de Basaburua y en Pamplona y Comarca. “Curiosamente”, la zona más activa es Mutilva Baja. Deshollinan dos o tres chimeneas al día, de lunes a sábado. “Estamos muy contentos. Intentamos que nadie tenga que esperar más de una o dos semanas”, explica Iker.
Deshollinar una chimenea, como el joven refleja, es un proceso que suele llevar entre una y dos horas, aunque el tiempo varía según la instalación. Iker y Javier trabajan casi siempre desde abajo, introduciendo varillas flexibles armadas con un erizo –herramienta de limpieza para conductos de humos– que rasca las paredes internas del tubo mientras un aspirador industrial recoge el hollín que cae. Padre e hijo tan solo suben al tejado cuando la construcción es antigua o no permite el acceso inferior. En estos casos lo hacen siempre con arnés de seguridad. Además, en el interior utilizan mascarillas P3, para evitar riesgos en su salud.
La importancia de este oficio es esencial y, aunque parezca antigua, la necesidad de limpiar chimeneas no desaparece. “Cada vez arden más casas. Hace poco ocurrió en Leitza”, revela Iker. “El hollín es muy inflamable y, si no hay limpieza, la llama toca una pared sucia del tubo. Puede quemarse el tubo u ocurrir una tragedia”, continúa el joven. Pero, ¿cada cuánto hay que “pasarle el polvo”? La frecuencia ideal depende del uso. Si la chimenea se emplea como sistema de calefacción diario, toca una vez al año; si solo se usa fines de semana o de forma esporádica, el intervalo puede extenderse a dos o tres años.
Iker y Javier quieren consolidarse en Navarra y seguir ofreciendo un servicio rápido y profesional. “Esto se nota mucho: si lo haces bien, se corre la voz; si lo haces mal, también”. Con el tiempo, no descartan ampliar fronteras. Así, aunque el día a día puede parecer duro –ceniza, polvo, mascarillas, tejados, tuberías complicadas– la satisfacción es inmediata. “La gente te lo agradece mucho. Y al final estás cuidando algo que tiene mucho riesgo si se descuida”, concluye el joven pamplonés.