De pequeño, Fernando Gutiérrez, pamplonés de 51 años, escribía relatos breves de aventuras en un cuaderno que adornaba con ilustraciones. “Me encantaba el cómic, devoraba a Astérix y Obélix y Tintín”, recuerda.

Fernando guardó esas historias “en un cajón”, se convirtió en informático y retomó la afición literaria a finales de 2021. “La escritura es un hobby soterrado que siempre ha estado latente”, asegura Fernando.

El resultado es Campechano, un “espejo psicodélico del país en el que vivimos. Los personajes son ciudadanos que nos podemos encontrar en el día a día y he llevado sus problemas e historias al extremo. El libro es tan extraño como el autor, un licenciado en Geografía e Historia que terminó de informático”, comenta Fernando.

Campechano narra en 230 páginas la historia de una familia que se traslada del campo a la ciudad. “En principio, tienen una vida normal y tranquila. Sin embargo, las apariencias maquillan secretos, desgracias y mentiras”, adelanta Fernando.

Además, la familia cree que se ha mudado a un barrio tranquilo, pero los vecinos, al estilo Aquí no hay quien viva, son de lo más variopintos: alquimistas altruistas, Robin Hoods empalmados, monjas capitalistas o delincuentes octogenarios. “Tiene ese punto, pero mi libro es más macarra. Voy un poco más allá. Tiene un toque de Tarantino y de Berlanga”, concreta Fernando. 

Día tras día, las calles de este “acogedor distrito se desperezan para dar paso a jornadas salpicadas de alcohol, sexo, violencia y religión. Esta banda sonora es el sobrio acompañamiento de un complicado devenir familiar y la prueba irrefutable de un país en el que los verdaderos campechanos son los súbditos. Es nuestra manera de ser”, subraya Fernando.

En su obra, Fernando se acuerda del rey emérito: “Hay guiños. Intento darle la vuelta a esa palabra que, con buen marketing, tapaba las actitudes de Juan Carlos I. La definición de ‘campechano’ de la RAE aparece en la segunda página y no se asemeja a este personaje”, critica. 

‘Una maratón’

Durante un año, Fernando escribió a las tardes en la biblioteca de Antsoain y, aunque tenía un “esqueleto” compuesto por los principales protagonistas, se dejaba guiar por la improvisación.

“Lees noticias en los medios de comunicación, te pasan cosas o te cuentan anécdotas que te inspiran. Crees que la trama debería ir por una dirección y de repente te das cuenta de que es un callejón sin salida”, señala.

Es más, Fernando no sabía cómo “cerrar” Campechano y lo consiguió gracias a una “tontería” que le dijo un amigo: “Me contó una historia que le había pasado hace muchos años en una discoteca y se me encendió la bombilla”, indica. Fernando tecleó por última vez el 31 de diciembre de 2022. “Me dio tiempo a comerme las uvas”, bromea.

Su experiencia literaria, compara Fernando, es equivalente a que una persona que no ha corrido nunca se proponga acabar una maratón. “Ha sido un proceso duro y de mucho esfuerzo, pero he sido capaz de cruzar la línea de meta. La sensación fue espectacular”, afirma. 

Buenas críticas

Después de escribir el libro, Fernando no se atrevía a publicar la obra porque no sabía si le iba a gustar a la gente así que pidió opinión a su mujer, “una ávida lectora. Me dio el visto bueno y me lancé. Sin ella, este libro se podía haber quedado en un cajón”, reconoce.

Por el momento, las críticas están siendo muy buenas: “A la gente les entretiene, les engancha y alguno se ha leído el libro en un solo fin de semana. Ha merecido la pena tantos meses dándole a la tecla”, apunta Fernando, que le ha cogido el gustillo a esto de escribir y ya prepara su segunda obra. “Ya tengo el esqueleto”, avanza.