iete casas, una iglesia, el lavadero y un edificio a modo de centro de interpretación y sede social sobreviven entre la masa cerrada de pino silvestre que coloniza el monte. Una docena de vecinos de a diario, señoríos en sus cuatro puntos cardinales y los 1.046 metros de la peña Lakarri, el punto más alto de la cuenca de Pamplona, como atalaya. Pertenece al Valle de Esteribar, pero la sienten como suya porque allí nace el camino hasta la cima. Es el paisaje protegido de Elía, rincón casi virgen del Valle de Egüés que mantiene la esencia rural a tan solo 15 minutos de la capital.

“Es un pueblo que conserva el estilo medieval; no hay una urbanización de chalés, es uniforme, es súper tranquilo y tiene un paisaje que cambia después de Etxalaz”, explica María José Larrea, presidenta de Elía, sobre un lugar en el que el sol se pone antes que en la capital. “Es la paz, el silencio... y a pocos kilómetros de Pamplona. Eso es algo a valorar muchísimo. Además tienes todas las comodidades. Excepto Internet. Eso es una reivindicación”, añade.

Aunque las piedras que dan forma a Elía son las mismas, el día a día de sus vecinos ha cambiado de forma radical. Como en el mundo rural en general: “Ahora hay que trabajar fuera”, reconoce José Miguel Equiza. “Cuando yo era niño a lo mejor en una casa tenían 60 ovejas y un poco de campo, y con eso vivían como se podía. Hoy no se puede. Ni con eso ni con mucho más”, recalca. José Miguel ha vivido sus 63 años en el concejo y su apellido lleva más de dos siglos instalado en el pueblo. “A mí la gente me dice, ‘tú un día lluvioso, ¿qué haces ahí?’ Me apoyo en la puerta y miro cómo llueve. Hay quien no lo entiende. No sé... es difícil de explicar”, argumenta.

Él es uno de los vecinos que mantienen Elía en su sitio: lo mismo arregla los caminos que mira el cloro y vigila el depósito de agua o acompaña a Guarderío en las limpiezas de un monte que “nos está comiendo”. “Se pasa el tiempo volando. Haces chapuzas y te entretienes. Siempre en el monte para arriba y para abajo. En un sitio hay que cortar unas matas, en otro levantar dos piedras que se han caído... lo haces y ya has pasado el día”, dice quitándose mérito.

¿Por qué está protegido?

Carretera, ladrillo, molinos

Las tres amenazas

En el año 2007, a petición del propio concejo, Elía adquirió el estatus de paisaje protegido. “Por aquí iba a pasar la carretera a Francia. Y fue una forma de frenarlo, de hacer algo de fuerza en contra”, recuerda José Miguel. “Veíamos que era un lugar verdaderamente a conservar”, añade María José. Después llegó un Plan Urbanístico “de un montón de viviendas en el valle. Y eso te blinda de alguna manera para que el pueblo no se transforme ni llegue la especulación urbanística. Si hay que ampliar se amplía, pero siempre con las características de la piedra, la madera...” concreta la presidenta del concejo. “Estamos a favor de que crezca, pero no masivamente. Poco a poco”, apunta José Miguel.

Los vecinos se enfrentan ahora a una nueva amenaza. Y es gigante. De 200 metros de altura. “Es un lugar tranquilo, tienes para pasear, estás en plena naturaleza... Pero ahora lo que amenaza el paisaje protegido de Elía son los molinos. No estamos en contra de la energía sostenible, pero este paisaje se protege porque tiene un valor. Y el impacto sería terrible”, opina María José a propósito de los proyectos (en fase inicial) de cinco parques eólicos promovidos Sacyr en Egüés y los valles del entorno, con un total de 56 aerogeneradores. Ninguno se proyecta en Elía “porque jurídicamente no se puede. Pero, ¿qué ocurre? Lo ponen a 200 metros del paisaje protegido. Uno de los parques tranquea a ambos lados de Lakarri. Ahí anida el águila, está el problema del ruido... y la perspectiva sería el molino, no el paisaje”, lamenta Larrea.

Contra una cuarta, inesperada y reciente amenaza del concejo no hay alegato posible: el entorno de Lizoáin y Egüés ha sido epicentro de más de 600 terremotos en los dos últimos meses. “Nos había tocado antes, pero no tan numerosos ni tan seguidos. El epicentro está muy cerca. Asusta un poco”, comenta José Miguel. “Pero las casas son fuertes”, asegura María José.

relevo generacional

“Parte activa en el pueblo”

Asociación vecinal

Jon Larrea tiene 25 años, vive en Pamplona porque no le queda otra (la inversión que requieren las casas libres del concejo se lo impide) y su vínculo con Elía se remonta “a mi más tierna infancia. Paso aquí los veranos desde que tengo uso de memoria”. Conforme pasaban los años “veía que la vida aquí en el pueblo es una gozada, iba desarrollando más afinidad y participando en la vida del pueblo; la organización de fiestas, Olentzero, romerías... Pasas de ser un mero espectador y de disfrutar de la vida del pueblo, a ser parte activa e involucrarte”, comenta.

Larrea, junto con otros jóvenes con raíces en el pueblo, han creado Elía Bizi, una asociación “para promover la vida social, porque esto en invierno se queda un poco solo. Empezamos en febrero y justo estalló la pandemia. Nuestra labor es promover lo cultural, lo medioambiental, lo social. El pueblo ya es bonito, se trata de intentar llevarlo un poco más allá”, dice. Y de garantizar el relevo generacional: “Aquí jóvenes y mayores nos llevamos muy bien. Ahora que ellos se están jubilando, se trata de que no tengan que convertir su residencia en un nuevo trabajo”.