Dice que él es feliz entre animales, por eso siempre ha estado rodeado de ellos. Con 9 años ya ayudaba con las ovejas, en Panticosa, y las trece que tiene ahora en Mugartea campan a sus anchas y pastan -a modo de cortacésped natural-, a escasos metros de la ciudad. Manuel Picón, vecino de Mutilva Baja de 66 años, aprovecha su tiempo libre como pastor y también como guardián en los terrenos de este espectacular parque, enclavado entre los límites de Pamplona y Mutilva, en una pequeña granja con vistas excepcionales. Su balcón, vestido de verde, se asoma a la Higa de Monreal, con el estadio Sadar a lo lejos y montículos que compiten con bloques de edificios y grúas que funcionan a pleno rendimiento. “Es como tener la granja en plena ciudad, y eso casi es un lujo -confiesa-. “Al lado de casa”.

Cuidan del rebaño -e incluso juegan con él, aunque a veces las espanten- India, Luna y Cuca, su pastor aleman, border collie y pastor vasco, que corren a saludar en cuanto ven a alguien: están acostumbradas a recibir visitas. “Vienen muchos críos a ver los animales, se quedan a jugar y a aprender, pero ahora con toda esta historia no puedo dejar entrar a nadie. Y es una faena, ni mis nietos pueden venir”, lamenta Picón. Tiene cuatro.

Entre rato y rato, se va a la huerta a ver cómo van las cebollas y las patatas que acaba de poner junto a unas acelgas que lucen ya hermosas. Su pequeño paraíso cuenta con una veintena de gallinas, conejos y alguna cabra -desde la semana pasada, tres corderos más-, que conviven con su yegua, Zuria, sin duda la más reclamada por quienes se acercan. “A ésta la crié yo, con cuatro meses la cogí. Y tiene 14 años ya”, recuerda.

-“Si le das pan o zanahoria ya verás como se acerca”, bromea Picón con un niño que le pregunta por el nombre del animal mientras, tras la valla, intenta reclamar su atención.

La granja, el corral e incluso un palomar dan a Picón bastante trabajo, aunque asegura que lo hace encantado porque estando jubilado tiene bastante tiempo. “Mi mujer me dice que me quede aquí ya a vivir. Total, paso más horas aquí que en casa...”, bromea.

Natural de Badajoz, con seis años se fue a Panticosa hasta recalar, una década después, en Mutilva, donde consiguió trabajo en la construcción. Ya tenía su huerta con animales, al otro lado de la variante, una pequeña atracción que contaba con su particular público y que trasladó hace dos años al parque de Mugartea para acercarla a más gente.

Un refugio

“Los sábados y domingos se llena de gente, los días que hace bueno es una gozada y, por lo general, están muy contentos. Es bonito tenerlo cerca de casa y para mí es como un refugio. Un remanso de paz, aunque da mucho trabajo”, asume. “Eso sí, cuando estábamos confinados era un lujo poder venir a alimentar a los animales, aunque tampoco me excedía: si había que estar en casa, es lo que tocaba”, valora.

La cosa, señala, “ha cambiado mucho con el covid, los críos no pueden venir, a los nietos no les puedo ver... Y es una pena que las visitas no puedan entrar”, dice. “Tenemos pensado ir haciendo más cosas, poner riego para la huerta, un embalse pequeño para que vengan los patos a darse un baño... Pero de momento está todo parado, no se puede hacer nada”, reconoce. Tiene ganas de recuperar la normalidad aunque ya, poco a poco, se va viendo más movimiento en uno de los enclaves más frecuentados y concurridos de la zona.

Y es que no hay nada como salir a dar un paseo, buscar un respiro en plena naturaleza sin alejarse mucho -o casi nada- de casa y toparse, de repente, con un camino de hierba y árboles que conduce a un rebaño de ovejas, una hermosa yegua y gallinas que revolotean por los alrededores.