Enseñaba en Pamplona recientemente un obispo sabio por haber sido misionero durante más de 50 años en un país subdesarrollado que el ser humano tiene normalmente 4 etapas: la primera desde que nace hasta que cumple 30 años en la que se vive de ilusiones. La segunda desde los 30 años hasta los 60 en la que se vive de realidades. La tercera desde los 60 años hasta los 80 años en la que se vive de recuerdos y, en la última, desde los 80 años en la que se vive? de milagro!

Los que actualmente vivimos de milagro, pero con grandes reminiscencias de nuestra etapa anterior, tenemos muy gravados en nuestra memoria hechos, dichos y vivencias de nuestra niñez en la posguerra de España.

En aquella época de gran pobreza y escasez de medios, los niños no teníamos parques infantiles en Los Llanos, ni en ningún otro lugar de Estella, ni disponíamos de móviles, ni televisión, ni teléfonos, ni bicicletas, ni pagas los domingos pero éramos los dueños absolutos de la calle y del río que bañaba el antiguo Burgo de San Miguel y en este escenario organizábamos diariamente con gran imaginación nuestro programa de festejos y diversiones con plena libertad.

Los protagonistas éramos todos los niños y niñas del barrio aunque las niñas solamente hasta que cumplían 12 años por disposición materna. En plena Calle Ruiz de Alda, ahora Zapatería, teníamos un frontón cuya pared frontal eran las 2 puertas de la serrería de Chasco y Mendizabal donde jugábamos grandes partidos de pelota mano y de futbol a lo largo de toda la calle. Organizábamos en la misma calle corridas de toros y a veces de cabras cuando los encargados no se habían podido proveer en el matadero de astas toriles, sino capriles para clavarlas en un simple armazón de maderas que eran toreados con sacos, a guisa de capotes, extraídos de la trapería del señor Sandalio. Pero el deporte -rey era el juego del escondite consistente en ocultarnos en las casas del barrio mientras que el buscador se tapaba la cara con ambas manos para no ver nuestro escondrijo y así contaba hasta 20 para intentar encontrarnos seguidamente. Todos conocíamos la picaresca del buscador que disimuladamente miraba de reojo entre sus dedos para comprobar la dirección de nuestra huida. Pero cuando el buscador era del Barrio de San Juán, por tanto inexperto en estas lides, nosotros éramos más astutos e íbamos a escondernos en las casas existentes al lado contrario del que habíamos iniciado la huida. Para esto, iniciábamos la carrera tomando el Callizo de Pelaires y, bordeando el Cuartel de la Guardia Civil, a toda velocidad subíamos hasta la Iglesia de San Miguel que la cruzábamos de Norte al Sur sin santiguarnos siquiera para descender a saltos por las escaleras nuevas hasta la calle Zapatería donde nos escondíamos en la Casa de Peral, antes de Ruiz de Alda o de la señora Jenara y Clotilde, sitas en el extremo contrario al que sabíamos que habíamos sido vistos. Nos escondíamos bajo las camas ya que las casas y sus viviendas estaban abiertas, pero nunca faltó nada a pesar de la gran necesidad que había.

Toda esta maniobra era observada por un viejo desdentado, sentado en una silla de mimbre sita en la mitad de la calle Zapatería y nos aconsejaba a risotadas con estas palabras:

“Visus, escondisus e qui nadie sus vea, ¿eh?.

No quiero que nadie me malinterprete. No añoro, ni deseo el retorno a aquella sociedad empobrecida y casi harapienta. Todo lo contrario. Solamente pretendo ensalzar la libertad y la gran imaginación creativa de aquellos niños y niñas para hacer frente a las duras condiciones de su existencia de una manera positiva. Y digo esto porque la sociedad de consumo actual ha olvidado que su finalidad natural no es la posesión de bienes, sino la conquista de la felicidad y libertad. Hoy veo que casi todos nuestros hijos y nietos viven colgados de su móvil o de los dibujos animados de la T.V. Internet, etc, atiborrados de la tecnología, tumbados en el sofá. Apenas saben jugar por iniciativa propia.

Hay que darles casi todo hecho y organizado. Pero hay que reconocer que no son más felices que los que vivimos una infancia mucho más austera y difícil. Los altos índices de suicidios de adolescentes y jóvenes en los países más desarrollados avalan esta afirmación. Lo dicho: paradojas de la vida que me ha parecido oportuno recoger en este escrito costumbrista para que sea publicado, si parece oportuno, en el semanario de la Merindad de Estella de DIARiO DE NOTICIAS.