Estella-Lizarra - El silencio es el primer contacto que uno siente cuando se acerca a este cámping de Artaza, en el corazón de Améscoa. Un silencio que inunda el paisaje y que se encuentra en las construcciones de madera del recinto. En apenas un minuto se entiende que el cámping de Artaza haya sido seleccionado por la Federación Española de cámpings, que aglutina a un total de 1.700 alojamientos, como finalista en la categoría de Más original. “Y lo bueno de todo es que no nos presentamos. Fueron otros quienes se fijaron en nosotros”, comentaba Joseba Ossa, vecino de Zumaia y propietario del cámping “rural y alternativo” como luce en el letrero de bienvenida y que nos recibió con el resto del equipo: Florentino Jaime (uno de sus fundadores), Yolanda Urra, Roberto Zúñiga, los tres venidos desde Pamplona, y Gema Balerdi que vive “de toda la vida en Zudaire”.

La historia del cámping se remonta a 2002 y la conoce bien Florentino Jaime porque lo construyó con sus propias manos: “Vinimos buscando un terreno para vivir y nos encontramos con este paraje ideal para construir un cámping”. Lo que comenzó siendo un proyecto se convirtió en un modo de vida. “Decidimos autoconstruirlo; lo hicimos todo nosotros. Nos costó alrededor de siete años”. La idea era utilizar elementos naturales: madera, lana de oveja como aislante, aceite de linaza como protección. “Quisimos que si algún día nos íbamos de aquí, no se notara que habíamos estado”. Un reto que llevaron también al uso de la energía solar con la ayuda de un aerogenerador. Todo para conseguir los 10.000 vatios que las instalaciones necesitan: nutrir el bar-restaurente, las dos casas grandes para 14 personas cada una, los 7 bungalows, las cabañas y el resto de los servicios de las 220 plazas que posee, incluidas las de acampada. Un cámping pequeño, si lo comparamos con las “ciudades” que suele haber en el sector. Algo que ha animado a Ossa a presentar un proyecto de ampliación que haga viable en el futuro el trabajo de los siete personas que están vinculadas al negocio.

Pero si el cámping ha sido valorado por su originalidad, lo que los inquilinos habituales buscan también es la tranquilidad, “incluso en la temporada alta del verano que está lleno, aquí se respira tranquilidad”.

Una de las aportaciones de Ossa al proyecto fue la de apostar por un servicio de sauna finlandesa. Un ciclo que consta de sauna, ducha fría y baño caliente. Un spa con calor de leña que ofrece una sensación “más natural”, además de la vivencia de estar a la intemperie: “Desde la bañera de agua caliente puedes ver cómo sale la luna desde Krezmendi. Mi sueño era que en un sitio público de Euskalherria, se pudiera disfrutar de una sauna finlandesa y en Artaza lo hemos conseguido”. Una iniciativa que ha reforzado la oferta del cámping en el invierno, además de todos los atractivos naturales que lo rodean y que están ahí accesibles: Urbasa, Andía, el Nacedero del Urederra... La experiencia de tomar la sauna de leña es una razón para venir en este tiempo al cámping. “Aquí, si algo hay, es leña, una sauna eléctrica se llevaría todo el consumo eléctrico del cámping y la sensación no tiene comparación”. El concepto de alternativo es otro de los sellos del cámping de Artaza, y “el que busca marcha se va a otros sitios”. Ossa tiene claro que el negocio tiene que pasar por lo viable pero también por lo sostenible. “¿Cuál es el negocio del cámping? ¿Cuando el párking está lleno? Cada coche consume más energía que la que consumimos aquí en varios días”. En su filosofía pesa el no dejar huellas; sentirse cómodos dando vida y ofreciendo al público “unas construcciones naturales como estás que desaparecerán un día sin dejar rastro”.

El tamaño y la distribución de los bungalows y cabañas son un buen reclamo para familias y también de parejas, el cámping de Artaza Urederra se está especializando en reuniones de grupos. Por aquí se realizan retiros de practicantes de yoga, grupos de biodanza o de comida macrobiótica. “Con las dos casas grandes tenemos capacidad para asumir a grupos ya numerosos para que pongan en práctica sus actividades en común”. En este sentido, destaca en el centro de la zona de acampada una yurta, una construcción réplica de las típicas construcciones circulares de Mongolia de nueve metros de diámetro, que sirve de punto de encuentro para numerosas actividades. Se trata de un espacio diáfano que “da mucho juego” para hacer este tipo de actividades corales.

Uno de los aspectos más logrados del conjunto urbanístico del cámping de Artaza, es su vinculación con la naturaleza que le rodea y llama la atención de quien lo visita. Ossa relata que el halago que más ilusión le hizo fue el de un matrimonio australiano. Una pareja que llegó a Artaza en bicicleta. Desde que se jubilaron hacía una década, estaban haciendo la vuelta al mundo en bicicleta y recorriendo todos los continentes. Siempre se alojan en cámping y habían visitado numerosos países como Tailandia, Pakistán, India, Nepal, Grecia, Francia, Croacia, y en España se habían alojado ya en 56 cámpings diferentes. Cuando llegaron al de Artaza alargaron dos días la estancia y antes de irse les dijeron que “era es el cámping más bonito de cuantos hemos estado después de diez años de viajes”. “Es el mayor piropo de los que he escuchado”, recordaba Ossa.

Y es que entre las valoraciones de los visitantes se repiten ideas como que se “palpa bienestar” o que se siente “una energía positiva”. Algo que nace del paraje y que tiene su continuidad en los elementos utilizados en las construcciones; detalles constructivos que forman ya parte natural del paisaje y que contribuyen a que el conjunto tenga algo de pequeño universo. Ejemplos en muchos casos de reciclaje, como los adoquines extremeños de la entrada y las calles, o las pizarras de Ponferrada con las que están forradas las paredes del bar. Todos los elementos forman parte natural de este rincón de Améscoa donde, además de habitar el silencio, se siente con fuerza una energía positiva.