Los vendedores ambulantes situados en el paseo del Queiles han comprobado con impotencia cómo el cambio de ubicación desde el paseo Pamplona ha mermado de forma considerable las visitas y ventas que conseguían en años anteriores. Acostumbrados, antes de la pandemia, a sacar incluso 500 euros en días grandes como el Chupinazo o el día de Santa Ana, sus ventas se han reducido hasta unos escasos 40 euros al día, ni 10 euros en una mañana tranquila. Por ello, se sienten “engañados” y “tristes” por un cambio de ubicación que se hizo sin contar con ellos y utilizando como excusa que el paseo Pamplona estaba en obras. Unas tareas que, sin embargo, finalizaron semanas atrás, lo que ha generado todavía un mayor malestar entre los comerciantes.

Uno de los trabajadores es Siny Diop Diop, que desde hace 15 años acude a Tudela a vender productos de cuero artesanales y que este año lamentaba que “lo que antes sacábamos en un día, este año lo sacaremos en una semana”. Asimismo, aseguraba que este era “el peor año de todos” a pesar de la gran afluencia de gente porque hasta allí “no viene nadie”. En el mismo sentido se manifestó Luis Amaguaña, hombre que lleva más de un lustro acudiendo a la ciudad junto a su mujer y sus dos hijos y que aseguraba estar “perdiendo dinero”. “Nos dijeron que era un parque con buena visibilidad, al alcance de todos, pero hasta que no hicimos el ingreso no nos pasaron la ubicación exacta”, se quejaba. Lo cierto es que este año el Consistorio les ha cobrado la misma cuota de alquiler del espacio de antes de la pandemia. Un total de 500 euros por toda la semana festiva. Y, aunque este año es un día más, el cambio ha reducido sus ventas hasta más de la mitad, por lo que aseguraban “estar perdiendo dinero”.

Una situación complicada que se suma a los problemas que la pandemia trajo a este tipo de negocios, obligados a estar parados durante dos años sin fiestas ni celebraciones. “La gente que viene nos dice que qué hacemos aquí, que si nos hemos perdido porque hasta aquí no va a venir nadie”, comenta Amaguaña. Esta circunstancia se ha agravado con otros problemas, como la falta de baños y duchas con las que contaban en el anterior emplazamiento. “Ahora nos cobran por ducharnos en los vestuarios de las piscinas, mientras que antes nos dejaban hacerlo gratis”, lamentan.

Pero este cambio no ha afectado a todos los vendedores, porque mientras unos han mantenido su ubicación en la céntrica calle Muro, otros se han visto relegados a un paseo por el que “no pasa nadie”. Esta diferencia se basa en la antigüedad. Por tanto, los que más años llevan conservan su puesto, mientras que los “más nuevos” se quedan con las ubicaciones más relegadas. Catarina Quinche, que precisamente tiene la mala fortuna de ostentar el último puesto al final del paseo del Queiles afirmaba que “esperamos por lo menos sacar para gasolina, aunque no estamos vendiendo nada” y pedía que por lo menos la gente supiera “que están allí”.

La situación que denuncian es fácil de comprobar. Basta con acercarse para ver de primera mano cómo apenas pasan visitantes. De este modo, muchos advierten que, si el año siguiente continúa así, “preferirán no venir”. Puede que con el cambio obligado de las ferias a partir del año que viene la zona se revalorice, pero, mientras tanto, alrededor de una quincena de familias habrán sufrido las consecuencias de “una horrible localización”.