La energía de los niños no perdona tampoco durante las fiestas. A ellos poco les importan los trasnoches, las resacas y los desequilibrios. Ellos a las 9 de la mañana ya están despiertos como si tal cosa, dispuestos a continuar desgastando las calles, deseosos de ver a los gigantes e impacientes por arrasar con todos los tickets de las ferias. Si papá o mamá han salido la noche anterior, siempre están los abuelos, los tíos o alguien que pueda hacerse cargo de las soleadas mañanas. Así, mientras los jóvenes regresan de empalmada a la cama, dispuestos a meterse en la cueva hasta que el kalimotxo llame por la tarde a su puerta, ellos se levantan con las pilas cargadas, esperando que la agenda festiva no se termine nunca.

Un niño mira de frente a las astas mientras corre sin parar en el encierro de la Federación de Peñas.

Una de esas actividades imperdibles son los toritos simulados, que durante varios días les han regalado a los más pequeños la adrenalina de sentirse en un auténtico encierro de verdad. Eso sí, con la tranquilidad que supone que sean falsos y bastante mansos, llevados con precisión y soltura para que niños de todas las edades acompasen sus pisadas sin temor ni peligro. Ayer, a las 9 de la mañana se reproducía el encierro que escasamente una hora antes habían corrido los mayores con los toros de verdad. A los morlacos, les siguieron después los toros simulados. Por ello, algunos mayores miraban con frialdad a los toros, indiferentes ante un peligro que ya conocían que no existía. Sin embargo, los más pequeños se dejaban llevar por la magia y, embriagados por el sonido de los cencerros y los gritos de sus amigos, echaron a correr por la avenida Zaragoza como si no hubiera un mañana. Luego, ya calentados, los más atrevidos se bajaron hasta la calle Rúa, en donde la Orden del Volatín siempre organiza varios encierros. Eso sí, ya a partir de las 12 y 30 y con la presencia de todos los progenitores. Con el estruendo de los cohetes, la tensión se disparaba entre los adultos. Y es que más peligroso que un toro es un padre protector.

Los pequeños, delante de los toros rodantes en el encierro de la Orden del Volatín

Ambos encierros son una cita ineludible para los más pequeños, que a pesar de las caídas y de los momentos de tensión disfrutan como nadie sobre el pavimento tudelano. Por si acaso, siempre hay alguna patrulla de la protección civil para desinfectar las heridas y roces que de vez en cuando se producen entre tanta multitud. Como el encierro de los adultos, a lo largo del recorrido se van creando distintos grupos, de mayores y pequeños, en función del ritmo que puedan llevar. Pasar de un toro a otro es un paso importante, que va demostrando que uno va creciendo hasta que al final, los más crecidos, ya no desean acudir a un acto “que es para niños”.

Varios niños y niñas de la peña La Teba en el encierro de ayer por la mañana.

Siempre les quedará entonces el encierro real, pero los padres generalmente prefieren no hablar del tema, sabedores de que jugarse la vida delante de un toro es, a menudo, “una tontería”. Mientras tanto, toca disfrutar de una actividad sana, divertida y que desahoga a los más pequeños durante unos minutos. Los suficientes a menudo para que los adultos recuperen el aliento perdido y sigan corriendo detrás de sus hijos durante el resto del día.