La cantante del Orfeón Pamplonés Rita Aguinaga o la acróbata Remigia Echarren fueron dos de las mujeres más representativas del siglo pasado en Pamplona. Sus trayectorias y méritos les convirtieron en iconos de la lucha por la igualdad, pero a pesar de ello los recuerdos sobre sus hazañas se han ido deteriorando y olvidando. A diferencia de estas dos mujeres, excelentes cada una en su campo, muchas otras tuvieron que soportar los estragos de la guerra, la postguerra y del androcentrismo desde el anonimato. Lavanderas, tenderas, obreras, amas de casa que han criado a sus hijos y viudas que han tenido que sacar adelante una familia sin recursos, son varios de los ejemplos de estas personas que, sin ser reconocidas y teniendo oficios olvidados, han hecho posible la historia de Pamplona.

La invisibilidad y la memoria de estas mujeres en Pamplona han sido los temas que, desde el programa Memoria de las Mujeres enmarcado en el III Plan para la Igualdad de Ayuntamiento de Pamplona en colaboración con la iniciativa Nombrar Mujeres en Pamplona, se trataron ayer durante el coloquio que tuvo lugar en el Palacio del Condestable. Cerca de una treintena de mujeres mayores de 65 años se acercaron a esta cita en la que aportaron sus propias vivencias y anécdotas sobre el pasado y disfrutaron de los microdocumentales Píldoras de vida, que relatan las vidas de Aguinaga y Echarren.

La historiadora Ana Díez de Ure fue la encargada de dirigir el coloquio y hoy será la guía durante la visita por las calles de Pamplona denominada Pioneras. “La invisibilidad es una de las cosas más evidentes en Pamplona, y en el resto de ciudades, ya que no hay rastro de la gran aportación que las mujeres han hecho desde siempre a su historia”, expresó Ana Díez de Ure.

Para la historiadora la participación de las mujeres en la vida laboral, tanto dentro como fuera de casa, “tampoco está reconocido”. Las presentes en el coloquio relataron sus propias historias respecto a su época laboral donde, a pesar de que alguna trabajó en la hostelería o en la educación infantil, la mayoría de las que intervinieron habían trabajado en fábricas. “Yo estuve trabajando en una fábrica de textiles en San Juan. Por aquel entonces era joven y metía muchas horas en ella, hacíamos ocho horas diarias pero trabajábamos los fines de semana”, señaló una de las participantes del coloquio, quien además resaltó la desigualdad en su trabajo cuando dijo que “había muchísimas mujeres que estábamos trabajando, pero al final el que mandaba siempre era un hombre”.

Cuando estas mujeres eran pequeñas, los trabajos domésticos y los oficios tradicionales estaban destinados para ellas. “Yo iba con ocho años a los lavaderos de San Pedro y me acuerdo que cuando mi madre se puso mala, mi hermana y yo teníamos que ir a lavar con una bañera de ropa húmeda que pesaba mucho”, expresó una mujer del público asistente.

Asun Apesteguía, quien fuera concejal del Ayuntamiento de Pamplona y parlamentaria del Gobierno foral, participó ayer con su relato: “Trabajé en una fábrica de automoción en la que al principio era la única mujer. Cuando ya estuve en política, en concreto en San Fermín, me dijeron que las mujeres no podían correr el encierro. Miré en los archivos y en ningún lado ponía que no se pudiese, así que a pesar del miedo que me daba corrí y así durante doce años”. Según Apesteguía, la presencia de las mujeres en Pamplona ha sido notable, “aunque somos las grandes olvidadas y la historia se sigue repitiendo, todavía nos queda mucho que decir y que hacer”.

La lucha de las mujeres durante la época de guerra y de postguerra por mantener a sus familias es un hecho que Ana Díez de Ure recordó: “En 1946 hubo una subida del precio del pan y las mujeres de Pamplona se levantaron e hicieron una cacerolada porque había mucha hambre y sabían que la seguiría habiendo”. Ante esta anécdota, una de las presentes que nació años antes del comienzo de la guerra civil, comentó: “Entonces pasábamos mucha hambre y nos daban una cartilla de racionamiento, que era una tarjeta con la que conseguíamos comida. La verdad es que no nos daban muchas cosas y no nos las daban todos los días, sino cuando tenían que hacerlo”.

archivar recuerdos Dentro de este programa, el Archivo de Pamplona pretende recoger la memoria doméstica y familiar de la ciudad. La archivera Ana Hueso explicó: “Tenemos la memoria fotográfica más institucional, pero existe un vacío en la construcción de la memoria de la ciudad, que surge de los archivos fotográficos familiares”. Por ello, piden la cesión de fotografías originales, donde los protagonistas estén identificados y se pueda desarrollar una ficha que aporte al relato.