"Estábamos ya que no dormíamos", confesaban ayer Juana González y Antonio Romero. "Normalmente venimos un día sí y otro no. Es que tenemos dos hijos aquí de 18 y 19 años. Como para no venir...", explicaba ella. Ha pasado los dos últimos meses "con una sensación malísima. Hoy les decía, hijos míos, tanto tiempo sin poder venir, pero no ha sido culpa nuestra. No nos han dejado entrar ". Y se emocionaba al recordar a José Antonio y Juan Pedro, que perdieron la vida hace 30 años cuando, volviendo de Puente la Reina, un vehículo que bajaba el Perdón invadió el carril contrario y se los llevó por delante. El cementerio de San José, cerrado al público desde el 16 de marzo, día en el que se decretó el estado de alarma, volvió a abrir ayer sus puertas en horario habitual de verano (de 8.00 a 19.00 horas). Máximo grupos de 10 personas y dos metros de distancia social, recordaban varios carteles repartidos por la instalación. Y ahí regresó este matrimonio con escoba, cubo de agua, fregona y jabón. "Llevamos ya casi una hora limpiando todo, porque esto estaba hecho un desastre", decía Antonio. También traían flores recogidas de su huerta de San Jorge y que colocaron en una maceta "que la tenemos como un tesoro, preparada para mis niños. Por lo menos así sabemos que esto está limpio mientras vivamos. Después ya no sé", añadía Juana. Antonio no entendía que el cementerio haya permanecido tanto tiempo cerrado. "Hay quien mete a sus familiares y ya no vuelve, pero para los que creemos en estas cosas ha sido una molestia de las grandes. Si fuera que se amontona la gente..., pero aquí ya no viene nadie. No es como antiguamente. Fíjate el tiempo que llevaba esto cerrado, y... ¿cuánta gente hay hoy aquí? Nadie", apuntó. "Una amiga que estaba para las 8 de la mañana solo ha visto a un trabajador cortando los setos para Sarasate. No sé para qué han cerrado si no hay gente", finalizó Juana. enteradas "de puro churro" Las hermanas Pilar y Tere Gutiérrez Martínez se enteraron "de puro churro" de la reapertura del cementerio. Y modificaron su paseo diario para recuperar una rutina previa al coronavirus. "Antes venía todos los días. Suelo ir a andar con la hija por Landaben, vamos por la orilla del río y volvemos por aquí. Entramos, damos una barridica, que con los cipreses esto se mancha bastante, y ya está", explicaba Pilar. Su marido descansa en un panteón familiar impoluto. "Ha venido mi hija a la mañana, ha barrido y lo hemos encontrado todo limpio. Y como ha hecho buen tiempo, tengo las flores en un tiesto que está precioso", decía. Pilar y Tere han perdido a un hermano durante la pandemia, "y hoy hemos podido venir a verle por primera vez, que no pudimos acompañarle en el funeral", explicaba Tere, reconfortada tras la visita: "No sé..., no haces nada pero te sientes mejor". "Mientras podamos, seguiremos viniendo", confirma Pilar. Para Mari Carmen Polo, acompañada ayer por su hija Loli, estos dos meses sin entrar en el cementerio han sido "muy dolorosos". Ella también es de visita diaria desde febrero de hace cuatro años, cuando a su marido le dio "un infarto fulminante. Murió en media hora. Él no sufrió, pero los que quedamos sí. Sobre todo cuando no te esperas una cosa así", decía. Mari Carmen y Loli estaban "deseosas de que abrieran". Ella siempre le pone rosas a su marido en días señalados: en año nuevo, "que es su cumpleaños", por el día de los enamorados y el 15 de marzo, "el aniversario de bodas". Las últimas las puso el 14 de febrero "y ya no habíamos podido entrar. Yo pensaba, madre mía, estarán las flores secas, podridas... y esta mañana lo primero que hemos hecho ha sido venir". Dice que estas visitas le sientan bien: "Aunque ellos no te vean, solamente de pasarle la mano a la lápida, a la Virgen del Pilar, ya parece que me da fuerzas. Y llego a mi casa con una tranquilidad que para qué". viudas en compañía Mari Cruz Portero y Mercedes Poderoso son amigas de toda la vida. La primera enviudó hace dos décadas. La segunda hace ocho meses. Desde entonces se acompañan mutuamente en sus visitas al cementerio una o dos veces por semana. Y tenían ganas de volver. "Vinimos ayer y estaba la puerta cerrada...; es que llevamos dos meses sin ver a nuestros novios. Venimos, damos la vueltica, lloramos un poco, rezamos y otra vez para casa. Esa es nuestra vida", decía Mercedes. "Yo no rezo tanto", le corregía Mari Cruz. "Esta reza para todos los santos, pero con un Padrenuestro vale. Si ahora es cuando no nos oyen. Las cosas hay que hacerlas en vida", confesaba. Al marido de Mercedes, Miguel Medrano Jiménez, "el que más trabaja y menos tiene", le dio un ictus con 40 años "y lo he tenido 39 años enfermo. Luego le volvió a repetir, y en septiembre ya se me murió". Y a Mari Cruz su marido Gregorio Martín "se me fue el día de su cumpleaños. Pero vio casar a los dos hijos que tenemos, que terminaron la carrera, que estaban colocados...", explicó. "Ya que he estado toda la vida aguantando mucho y queriéndolo mucho, quiero que cuando me muera me entierren aquí con él", pidió. "Y yo también. Pero que me pinten el morro, no como ahora, que no me lo pinto por la máscara esta", añadió su amiga. "Me han quitado dos meses de venir aquí. Así que, por favor, que me lo dejen como está", pedía ayer Purificación Jiménez Sar en el panteón familiar. Le acompañaban su hijo Jonathan y su nieta Raquel. También ella ha pasado un tiempo "de mucha fatiga por no poder venir. Y venga a preguntar y llamar a las oficinas. Que si el día 9, de ahí al 23... y ahora porque me ha llamado mi hijo, si no ya ni sabía cuándo lo abrían". Volver dos meses después "un buen llorero me ha costado, de verdad que sí". Pero ya se siente mejor. "Aquí sí. Aquí se te tranquiliza el cuerpo".