l vermú devolvió ayer el ambiente a los bares del Casco Viejo de Pamplona en una mañana en la que imperó el control del aforo, tanto en el acceso a las calles y plazas como a los establecimientos. Si bien en las primeras horas del día no hubo mucho movimiento, a partir del mediodía los bares acogieron, sobre todo en las mesas colocadas afuera de los locales, a clientes que no quisieron dejar de lado la tradición de comerse un frito después del Chupinazo, a pesar de que este año no se celebrara.

Responsables de los establecimientos y clientes coincidieron en que fue una mañana de 6 de julio atípica, más parecida a la de un día cualquiera que al que da comienzo a los Sanfermines, aún así, fueron varias las cuadrillas que se vistieron de blanco y rojo y dieron ambiente a la ciudad. Con sus amigos se juntaron Santi y Pilar, quienes confesaron que, "acostumbrados a vivir los Sanfermines de otra forma, el ambiente es un poco triste, diferente, pero hay que sacarle el lado positivo y pensar que hace tres meses estábamos mucho peor".

Se encontraban tomando unos vinos en el bar Zanpa, en la Estafeta, donde habían reservado una mesa pensando en los controles de acceso a la calle. "Quedamos todos los años y este no iba a ser menos, vamos a disfrutar a tope de lo que se pueda. Lo único que esta vez hemos cambiado el almuerzo por una comida", señalaron.

En la puerta, la gerente del bar, Lorena Acaz, controlaba el aforo del interior e informaba a los clientes de que no tenían más sitio disponible. "Está siendo una mañana peculiar, pero estamos contentos porque estamos trabajando. El cliente se está animando poco a poco, pero nosotros queremos mantener el aforo y las medidas de seguridad para que la salud sea lo principal", aseguró.

En ese sentido, reconoció que controlar el acceso al bar y desinfectar las mesas es "muy duro, porque nuestra sensación es que trabajamos cuatro veces más y facturamos 20 veces menos". Aún así, se mostró positiva por poder abrir el bar, el cual tiene un aforo máximo de 73 personas.

También hubo quienes señalaron haber tenido muy poco trabajo durante la mañana, como es el caso de Alfredo Escudé, propietario de La Mejillonera. "Es como si fuera un día laboral, no hay apenas gente", señaló. A pesar de esto, conforme pasaron las horas, Navarrería fue una de las zonas más concurridas, como es habitual.

El aforo máximo de La Mejillonera es de 34 personas, y Escudé reconoció que, si en algún momento no pudiera controlarlo, apagaría la música y desalojaría a los clientes para reabrir con seguridad. "Sabiendo los protocolos que hay que seguir, hay clientes que aún así se molestan por exigirles que cumplan las medidas. Mismamente ayer les dije a tres mujeres que tenían que esperar y se negaron y abandonaron el local", lamentó.

Por su parte, Roberto Recasens, propietario del bar Río, en San Nicolás, señaló que la primera hora del día había sido "bastante suavecita, más que un lunes normal" en cuanto a clientes se refiere, aunque a la hora del vermú, su fuerte, estos respondieron. "Nuestra clientela para un día como este es normal y tranquila", dijo.

Varios grupos de amigos optaron por cambiar el almuerzo por una comida, como por ejemplo Elisa Fernández y sus amigos, que estaban disfrutando del vermú en la calle San Nicolás. "Intentamos almorzar en un bar, pero al final no ha dado almuerzos, y decidimos ir a comer", explicó la pamplonesa de 27 años, para señalar que buscaban un sitio en el que pudieran sentarse y estar tranquilos.

"Nos apetecía por lo Viejo, aunque éramos conscientes de cómo se podía poner la situación. Al final encontramos una terraza apartada y el plan es quedarnos sentados y luego irnos a casa", apuntó Fernández, a quien le sorprendió "la poca gente que hay; pero para bien, porque quiere decir que estamos siendo responsables".

También Cristina, Susana y María vieron que había "poca gente; nostálgica, pero animadilla. Y con mucha precaución y un ambiente sano, por lo que hemos visto hasta ahora", señalaron antes de irse a comer.