En casa de “Paty”, como la llaman sus pequeños, hay sitio para todo. Para los juegos, para las risas, para las siestas y para la educación en valores. Ellos y ellas, que son como unos X-men-“tienen superpoderes: no saben hablar pero lo entienden todo”- han cambiado el aula por un hogar, y una clase numerosa por tres compañeros. Aquí no hay fiebre todas las semanas ni conflictos que no se puedan gestionar. No hay estrés. Ni virus ni contagio que valga.

Las antaño conocidas como Casas Amigas se han convertido, de un tiempo a esta parte, en un servicio cada vez más demandado por las familias. Una alternativa que se ha revalorizado en tiempos de confinamiento -fueron las únicas que se mantuvieron abiertas en mayo- y en la que cada vez más personas confían, ya no tanto para dejar a sus txikis mientras trabajan, como una simple medida de conciliación, sino también para que, además de cuidarles, les eduquen. Porque cuentan con una filosofía distinta, su propia pedagogía, que en los últimos años no ha dejado de generar adeptos: en Navarra eran 18 casas en 2014. En 2017 llegaron a las 38 y son 47 en la actualidad, 35 de ellas en Pamplona y su Comarca y el resto en zonas rurales. Atienden, en total, a 188 menores.

Reguladas por una Orden foral desde 2006, el que prestan ha sido el único servicio que se ha mantenido operativo durante algunas fases de la pandemia, como algo esencial, mientras las haurreskolas y las guarderías privadas permanecían cerradas. Han sido también las primeras en volver a abrir, y se trata de un sector en plena expansión: este mes de septiembre iniciarán su andadura tres nuevas en la ciudad. ¿La clave? La ratio es mucho menor que en los centros educativos: máximo cuatro niños por educadora. “Y no es lo mismo estar a cargo de 20 menores que de cuatro. Con más niños y niñas son muchas emociones y más conflictos -si surgen- que gestionar. La atención no es igual, ni su calidad ni el tiempo que puedes dedicarles. En las escuelas infantiles hay profesionales maravillosas, pero les están proponiendo un objetivo que no es asumible”, valora Patricia Valle.

Hace 13 años que esta vecina de Barañáin licenciada en Pedagogía descubrió una iniciativa que le conquistó desde el primer momento y para la que sin duda tiene un don especial. El suyo, en el que trabaja, es un espacio familiar. “Para que un niño crezca tiene que sentir un vínculo seguro con la persona de referencia. Eso, en un espacio frío como puede ser un aula, es muy difícil. En un hogar, donde te conocen a ti, tu casa, y también su familia te conoce a ti, te elige, es diferente”, señala. Cada vez que se van, porque cumplen el ciclo, las familias le dejan algo: un rocódromo, un piano de suelo, fotografías, recuerdos, regalos... “Hay familias con las que llevo siete años, que traen a sus hijos e hijas hasta los tres años, y a sus hermanos o hermanas”, explica. Tiene lista de espera: “Todo completo, no para este septiembre, sino para el de 2021”.

El pequeño Oier, vecino de Olcoz e infalible imitador de Spiderman a pesar de sus escasos dos añitos, le busca con los brazos para reponerse de un pequeño berrinche. Arropado por su educadora, le dura dos segundos, los que tarda en volver a jugar con Uxue (de Mendillorri, hará 3 años en septiembre), que se mantiene entretenida arreglando una careta mientras Abril (de San Juan, que cumplirá dos en octubre) levanta una torre con bloques de colores. “Cuando tengan que empezar el cole me va a dar una pena tremenda, les coges mucho cariño. Y a sus familias también. Se crea un vínculo muy especial”, confiesa Valle, experta en desarrollo infantil y formadora, también, en escuelas de familias de varios centros educativos de Navarra. Asume que el perfil de las educadoras ha cambiado: “Ahora son más jóvenes, todas mujeres porque en Navarra no hay ningún hombre -estaría bien que se animara alguno- y con mucha formación. También las familias se implican cada vez más”.

La pandemia les ha obligado a hacer algunos cambios, aunque se han adaptado rápido. Cuentan con un protocolo similar al de las escuelas infantiles y al tener una ratio tan reducida no es necesario establecer grupos estancos, ya que prácticamente lo son en sí mismos. “Mantuvimos en mayo una reunión con Derechos Sociales, hemos estado coordinados y tenemos protocolo. Algunas casas hicieron el suyo e incluso abrieron antes. Es una pena que las familias no puedan entrar ahora a las casas, porque todo es mucho más frío. Tampoco pueden venir a levantarles de la siesta y era un momento muy positivo para los txikis, pero es lo que toca”, asume Valle.

Explica que entre las familias hay también “mucha incertidumbre. Está todo el mundo a la espera, y con miedo. La Asociación Española de Pediatría recomendó máximo 5 niños en las escuelas, y nadie les escuchó. Aquí el riesgo de contagio es menor, la clave está en las ratios y es lo que la gente se está planteando, aunque quien es fiel a escuela infantil lo seguirá siendo, igual que a las guarderías o a casas amigas. Pero, ¿por qué se limita el aforo en todo menos en los centros educativos? Un grupo estanco no es limitar el aforo”, denuncia.

Cambio de conciencia

En el período 2006-2010 el servicio se gestionaba fundamentalmente por la Asociación Xilema (Casas Amigas) y las educadoras recibían una subvención por parte del departamento. A partir de 2010 dejaron de recibir ayudas, Xilema dejó de prestar este servicio y muchas decidieron prestarlo por su cuenta. Otras, como Creciendo Juntos, se convirtieron en asociación. Y agrupa a una decena de casas amigas repartidas por Pamplona y su Comarca. “Hay mucha más demanda porque hay un cambio de conciencia con la educación infantil, se le está dando más importancia a la atención individualizada”, valora Irati Lautre, vecina de San Juan de 33 años y educadora infantil.

Ella lleva seis años formando parte de la asociación, como una de las más veteranas y explica que aunque durante la pandemia han recibido muchas llamadas demandando información e interesándose por el servicio “el tema de los contagios siempre ha sido importante: hay niños que entran a la escuela y se pegan todo el invierno malos. Aquí no, porque son grupos muy reducidos. Puede que la covid haya servido para visibilizar y para poner en valor el servicio, que es una buena opción y es esencial. Pero la reflexión va a ser posterior”.

Aunque todos son respetables, ellas apuestan por un modelo educativo diferente. Lautre ha trabajado también en haurreskolas y asegura que lo que le impulsó a hacer el cambio “fue la ratio, es un factor muy importante”. En la asociación siguen la misma línea pedagógica, que da importancia a los espacios, que los materiales sean naturales , el movimiento libre, “que para la autonomía es vital. Los txikis necesitan sentirse queridos y respetados, y por mucho que seas una educadora maravillosa, muy formada, con 30 niños y niñas en un aula no puedes atenderlos a todos. Es una realidad”.

Una ratio de cuatro niños y niñas, “permite dar más calidez a cada proceso. Es muy importante la gestión emocional, y todo el tiempo en una convivencia activa somos partícipes de las cosas, no nos perdemos un momento por tener mucho trabajo. Es lo bonito y a las familias, que son las que dejan sus grandes tesoros en manos de alguien, les encanta. Aquí se respeta la individualidad de cada txiki, no se pierden entre otros niños”.

Ibai, de Mendigorría; Jon, de Cordovilla; y Zihara, de Ardoi, salen a la calle todos los días. “Es importante que tengan contacto con la naturaleza, no en un espacio limitado como puede ser el patio. Que vean las cosas cotidianas, estén en contacto con tierra, agua, cojan palos, vean animales… Espacios naturales, amplios, con muchas posibilidades sensoriales, que es lo que necesitan en esta etapa”, dice. A las educadoras también les ayuda: “Saber que estás haciendo las cosas como quieres hacerlas, que todos los txikis se han ido felices a sus casas, acompañados... La tranquilidad de saber que lo estás haciendo lo mejor que puedes”.

al detalle

El recurso. Las antaño denominadas Casas Amigas están reguladas por la Orden foral 27/2006, que clasifica el recurso de conciliación de la vida laboral y familiar denominado “servicio de atención a menores de tres años en el domicilio de las cuidadoras”. Son, en realidad, educadoras, porque lo que nació como algo para conciliar exclusivamente se ha convertido ahora en un servicio educativo. De 2006 a 2010 estuvo gestionado por Xilema (Casas Amigas) y recibían subvención, aunque ya no la reciben, lo que ha llevado a muchas a prestarlo por sí mismas o a crear una asociación.

Ubicaciones. Hay en la actualidad 47 casas amigas en Navarra. Están repartidas en Pamplona (18), Ansoáin (1), Artica (2), Barañáin (1), Cizur Menor (1), Berriozar (2), Burlada (1), Mutilva (1), Noáin (1), Gorráiz (1), Olloki (1), Sarriguren (3), Zizur Mayor (3), Villava (1), Sunbilla (1), Villafranca (1), Añorbe (1), Azagra(1), Erice de Iza (1), Lekaroz (1), Obanos (1) y Olite (2) y Murchante (1).

Cada vez más hogares en euskera. La demanda de hogares para el cuidado y la educación de los menores es cada vez mayor, también en euskera tras el recorte de plazas que llevó a cabo el Ayuntamiento de Pamplona en las escuelas infantiles municipales, que ha dejado sin opciones a muchas familias este año. En la Asociación Creciendo Juntos, por ejemplo, de las diez educadoras que ofrecen el servicio, siete lo hacen en euskera.

“No es lo mismo estar a cargo de 20 menores que de 4, la atención no es igual”

Educadora y pedagoga

“Nos gusta salir todos los días, es importante que tengan contacto con la naturaleza”

Educadora