"La primera noche en el hospital se me apareció cuando me disponía a cenar. Casi no me atrevía a mirarle a la cara. Por el rabillo del ojo vi que levantaba la tapa de mi flan de huevo que me pusieron de postre. A continuación, sacó una diminuta bolsa de unos polvos blancos que los depositó sobre el flan y con mucha habilidad volvió a cerrar el envase y desapareció de mi vista para hacer lo mismo en todas las habitaciones. Aquellos polvos blancos eran levadura que una vez ingeridos fueron a parar al escroto de todos los ingresados por coronavirus. Los testículos de los pacientes, comenzaron a hincharse y a explotar por los pasillos". Esta es una de las muchas alucinaciones que Luis Fernández Olavarri, fundador de la Vinoteca de Pamplona y presidente de la Cofradía del Vino de Navarra durante 15 años, sufrió durante su batalla con la covid 19 y que relata, junto con un diario personal y real, en el libro De los idus de marzo. Elogio a covid 19.

Allá por los tiempos del Imperio Romano, los idus se consideraban jornadas de buenos augurios que se celebraban el 15 de marzo, mayo, julio y octubre. Un día antes, Pedro Sánchez decretaba el Estado de Alarma porque un virus azotaba al mundo entero y Luis empezaba a sentirse indispuesto. "Estuve una semanas pachucho y el 28 de marzo me desperté con fiebre, 38.3º", relata con precisión. El 31 empieza a tomar antibióticos para intentar bajar la fiebre, pero sin éxito: las dificultades respiratorias se agudizan y el 3 de abril la doctora del ambulatorio de Buztintxuri le diagnostica neumonía. Esa misma noche le ingresan en la habitación 613 del Hospital Virgen del Camino: "Lloré durante el traslado. La horrible noche que pasé no se la deseo a nadie", asegura.

Estuvo seis días ingresado "con sus seis noches", aunque afortunadamente en ningún momento en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI): "Respondí bien al tratamiento y sin pasar por la UCI me enviaron a casa con medicación porque la fiebre no acababa de desaparecer y los pulmones no paraban de dar guerra", explica. El confinamiento domiciliario duró casi un mes, tiempo que su familia pasó en el "refugio" de Irurtzun.

Con música satánica

El proceso de escritura se inició a la vez que las alucinaciones en la habitación 613 del hospital: "Comencé a escribir de forma compulsiva por miedo a que la covid-19 me quitara del medio cualquier día. Escribía en unos papeles que tenía en la mesilla porque eran unas historias tan espeluznantes que no quería que se me borraran de mi memoria al día siguiente", reconoce. Cuando volvió a casa, pasó a limpio sus anotaciones llenas de "tachaduras" y "letras ilegibles" y siguió tecleando en el ordenador.

Luis no desaprovechó sus 27 días de confinamiento domiciliario: le dedicó al libro una media de 12 horas diarias con jornadas que llegaban a las 16. E incluso redactaba a altas horas de la madrugada. "Comenzaba a las cuatro de la mañana y para no distraerme descolgué los teléfonos, me di de baja de los chats de WhatsApp, no ponía la televisión, tampoco leía la prensa y comía velozmente", relata. De lo que no se desprendió fue de su música "satánica" que le acompañaba mientras escribía: Mozart, Chopin, Sabina, Tartini, los Rolling Stones y akelarres de Zugarramurdi.

El vino como antídoto

En la obra no podía faltar el vino, el arsenal que emplea para derrotar a la covid-19: "Es el arma con que cuento para ganarme su confianza, emborracharlo y su ingesta excesiva me ayuda a descubrir sus intenciones, por qué ha venido al planeta Tierra", apunta.

Luis finalizó el libro el 9 de mayo y lo celebró con una copa de vino rosado navarro desde su balcón de Irurtzun. A partir de ahí comenzó la "interminable" tarea de diseño, impresión, edición, maquetación y portada. El 17 de noviembre por fin tenían en casa los 300 volúmenes de la primera edición: "Cuando vi las cajas intenté sacarles unas fotos pero los ojos empezaron a jugarme una mala pasada y tuve que echar mano del pañuelo", confiesa.