La reciente publicación de la editorial Pamiela sobre este olvidado personaje, recupera una importante figura del panorama municipal de Iruña. La incansable labor de creación por parte de su familia del Fondo Lorda, hizo que su hija Trini tuviera como misión principal la divulgación de la figura de su padre y en consecuencia la aparición de esta obra. Tras varios intentos a lo largo de su existencia, fue al final de su vida, cuando Gurutze Ciga le puso en contacto con el gran historiador recientemente fallecido Bixente Serrano Izko, que supo ver el potencial que encerraba esta documentación delegando la tarea en Aitor Pescador, que ha sido finalmente el autor de este libro.

Lorda y Ciga, vidas paralelas

El destino quiso que la vida de estas dos grandes figuras, aparecieran unidas desde el primer momento y así permanecieran hasta el final. Los dos nacieron el mismo año de 1877, en casas contiguas de la calle de Navarrería, más concretamente en los números 33 y 31, juntos pasaron su infancia para años más tarde, ir forjando una sólida militancia en tiempos de juventud, ligada al nacimiento del Nacionalismo Vasco en la capital del Viejo Reyno, y concretamente en la fundación del primer Centro Vasco-Euzko Etxea (Batzoki), en 1910 situado en el número 4 de la Plaza San José. Tres años más tarde) la sociedad Jauregizar, adquirió la nueva sede de la calle Zapatería 50, en el conocido palacio de los Navarro Tafalla.

El Nacionalismo Vasco en Navarra no nacía de la nada, sino de un rico sustrato que fue tomando cuerpo a partir del último cuarto del siglo XIX y que tuvo como máxima expresión La Asociación Euskara y figuras tan egregias como las de Campión, Olóriz, Iturralde y Suit y un largo etcétera; todo ello tendrá su continuación con La Gamazada, la intensa labor de fray Evangelista de Ibero y su obra Ami Vasco, así como el surgimiento de la prensa nacionalista en torno al semanario Napartarra (1911) y más tarde el diario La Voz de Navarra (1923).

El panorama municipal de Pamplona a principios de siglo, demostraba un agotamiento del sistema turnista nacional nacido de la constitución de 1876, basado en la corrupción, compra de votos y en la alternancia de los dos partidos dinásticos: conservadores y liberales. La única especificidad constituía la fuerte presencia y enraizamiento del carlismo, denominado Jaimismo en este tiempo.

Por otra parte la izquierda: republicanos y socialistas se irían abriendo paso con dificultad. En las elecciones municipales de 1911 y 1915, irrumpe una nueva fuerza electoral que es el Partido Nacionalista Vasco (PNV-EAJ), que si bien no logra representación ya presenta una sólida estructura que se plasmará, en las elecciones de 1917 consiguiendo un éxito considerable con tres concejales: Santiago Cunchillos, Félix García Larrache, y Francisco Lorda.

Pero el verdadero éxito vino en las elecciones del 8 de febrero de 1920 (de acuerdo con el sistema renovación parcial bianual), donde se consiguen cinco concejales nacionalistas más, haciendo un total de ocho, además de los tres citados se incorporan: Javier Ciga, Ramón Unzu, Leoncio Urabayen, Serapio Jauregui y José Lampreave. Para las elecciones de 1922, se revalida esta situación y se logra la mayoría municipal, fruto del pacto con el Jaimismo en la denominada Alianza Foral de 1921, en torno a la reintegración de los Fueros y las esencias vascas de Navarra. Jaimistas y Nacionalistas Vascos, copaban 18 de las 25 concejalías del consistorio pamplonés. Siendo el alcalde Tomás Mata (Jaimista) y primer teniente de alcalde Francisco Lorda (Nacionalista Vasco).

La Dictadura de Primo de Rivera en septiembre de 1923, acabará con esta realidad municipal, nombrando a dedo una nueva corporación, si bien una vez finalizada la dictadura se restableció el anterior Ayuntamiento entre 1930-31. Paco Lorda fue el auténtico factótum del grupo municipal nacionalista, llegando a ser primer teniente de alcalde; su actitud proactiva y su incansable trabajo, aportaron una nueva visión municipalista, que partiendo de las firmes convicciones de las esencias vascas de Iruña y la Reintegración Foral, derivaron hacia un interesante trabajo de carácter social, como fueron: el apoyo a las clases desfavorecidas, la carestía del pan, de la vivienda, los problemas de sanidad, así como el apoyo a la cultura local (La Pamplonesa, teatro Gayarre etc).

Lorda, retratado por Ciga

Tal y como se recoge en la tradición oral de la familia Ciga, este retrato puede considerarse como un buen ejemplar de este género, ya que como constató el propio pintor no fue fruto de un encargo con la rigidez e imposiciones que ello conllevaba, sino expresión de una profundo conocimiento del retratado y sentida amistad, sacando así lo mejor del retratado y del propio pintor.

Debido a la proverbial actividad de Lorda, Ciga no conseguía que su modelo posara durante largos periodos de tiempo tal y como requería este tipo de trabajos del natural. La fractura de rótula, como consecuencia de una caída, el 6 de abril de 1923, propició un periodo de inmovilización de siete semanas, que le permitieron realizar el posado y que Ciga consumara su magistral retrato. Se trata de un óleo sobre lienzo de 104 x 86 cm, que por donación de su hija Trini Lorda, se expone en el Museo Goaz de la Fundación Sabino Arana de Bilbao.

En la variedad de temas ejecutados por Ciga, es el retrato por su maestría, significación e importancia uno de los pilares de su carrera pictórica haciendo una gran aportación en este exigente y difícil género. El retrato de Ciga de influencia posromántica, se caracteriza por sus fondos neutros pero matizados, de colores generalmente pardos, donde el autor concentra toda su atención en los rasgos físicos y psíquicos del retratado, resaltando por medio de la luz, rostro y manos, y poniendo énfasis en una mirada profunda que se convierte en protagonista de la obra, al mismo tiempo que conecta con el espectador.

Con este retrato se aleja de la sobriedad y rigidez de los retratos decimonónicos, para incorporar un colorido y ambientación que le dan mayor naturalismo, constituyendo un ejemplo de un retrato más moderno acorde con las nuevas influencias de la retratística internacional.

Además de esto, las dos características que mejor definen el retrato de nuestro pintor son, por un lado, la fidelidad del natural, la dignidad con la que trata al retratado y, por otro, la captación psicológica. Con ser importante la fachada física, Ciga no se queda ahí y horada en el interior del ser humano, hasta llegar a sacar el alma del retratado. El aforismo de Anatole France: "Un buen retrato es una biografía pintada", define bien la actividad de nuestro pintor en este género, ya que además de tener en cuenta los aspectos físicos y psíquicos, incorpora todos aquellos detalles que pueden relatar las diversas facetas y vicisitudes del retratado, en un compendio de vida que conforma el retrato.

Así pues, Ciga puso especial cuidado en el entorno o el contexto, es decir, todos aquellos objetos, actividades, profesión, estatus, indumentaria, símbolos, etc., que nos pueden dar idea del efigiado y que completan su tratamiento integral. Así lo podemos ver en esta obra. Ciga retrata a Lorda en un interior, posando con absoluta naturalidad sentado, en un cómodo sillón en una representación de más de medio cuerpo, apoyándose en el reposabrazos, en una postura ladeada, pero volviendo su rostro al frente para interactuar con el espectador.

Elige para su ejecución, un punto de vista bajo, para realzar así la figura del retratado. Uno de los valores que singularizan esta obra, es el tratamiento de los fondos representando un espacio interior neutro con un juego que va de la luz a la sombra y de los tonos ocres a los verdes más oscuros, creando una atmósfera cálida y elegante que envuelve al personaje y que le da movimiento, ambientación y profundidad espacial. En esta obra subyace una excepcional corrección dibujística, bien ejecutada, con pincelada minuciosa en el tratamiento anatómico, que se contrapone con la mancha de color del fondo y de la negritud del traje, que contrasta con el blanco intenso del puño y cuellos de la camisa, que adquieren por su rigidez valor escultórico y a la vez constituyen un foco de luminosidad.

La luz incide directamente en rostro y manos consiguiendo un modelado perfecto y rotundo, por medio de sutiles juegos de luces y sombras. Desde el punto de vista del espectador, la parte izquierda del rostro es un claroscuro que modela el relieve facial haciéndolo completamente real. Los ojos y la mirada, son objeto de especial atención haciendo aflorar el rico interior e inteligencia del retratado, Las manos son de gran naturalidad y preciosismo, destacando el anillo del dedo meñique izquierdo y los guantes de cuero que singularizan y dan elegancia al personaje. Relevancia especial adquiere la insignia de concejal, que por su valor simbólico identifica y enfatiza la importancia del cargo.

El preciosismo también está presente a través de los juegos de luces y sombras que resaltan las calidades del claveteado, cuero verde y bordes de madera del sillón.

En definitiva, la intensidad expresiva de este retrato traspasa el realismo para hacer un ejercicio de interpretación naturalista de una elegancia serena y sublime, que sella la profunda amistad entre retratista y retratado.El autor es historiador del Arte y presidente de la Fundación Ciga.