Se llama Antonio Trujillo y desde hace algo más de un año se ha fundido con el paisaje del Casco Viejo, “lo que más belleza tiene de Pamplona”. La plaza del Ayuntamiento y Mercaderes no se entienden sin Trujillo, sus cuadros y sus pitillos. “Es mi único vicio, fumo hasta tres paquetes al día”.

Lo suyo es la pintura y ahí pinta todo el día, desde que se levanta hasta que se acuesta. “A las 8 ya estoy pintando. Compro comida en el supermercado, me siento en un banco, como por aquí y sigo pintando hasta las 8 o las 9 de la noche. Es mi vida, hay que llevarlo en el corazón. Otros dicen que son pintores, artistas -categoría esta última, defiende Trujillo, que no se puede alcanzar en vida- y cuando les digo que vengan a la calle a pintar al natural, que es como se aprende, me dicen que no”, explica.

Este pintor callejero de 71 años, natural de Badajoz, empezó a dibujar con 4 años. Su tía era navarra y su primera incursión en la ciudad fue una Semana Santa de hace 40 años. Entonces pintó un enorme mural en el suelo de la Plaza del Castillo. “Era un dibujo de 6 metros con un cristo y varios romanos. Un cuadro muy bonito que hice a pastel, con tizas. Y gané 120.000 pesetas en dos días. Hasta el obispo Cirarda me vino a traer 1.000 pesetas”, recuerda.

Aquí vivió 11 o 12 años, hasta que hace 23 se compró una autocaravana y se marchó a recorrer buena parte del Estado y Europa; Francia, Bélgica, Alemania, Suiza, Austria e Italia. Siempre pintando. En París los Campos Elíseos, en Berlín la puerta de Brandeburgo... “esos cuadros me los quitaban de las manos. Antes de tener la obra terminada, ya tenía comprador”.

Su estilo variaba en función del escenario. “Si era un parque hacía impresionismo por las flores y las plantas. Si era en la calle, hacía realismo. Y si era algo especial, hacía hiperrealismo”. En Pamplona trabaja algo el realismo, pero el estilo que más le gusta es el impresionismo “como a Basiano, el pintor más grande que ha tenido y tendrá Pamplona”.

Un día lo dedica a “manchar” el lienzo y hacer el boceto. “Tarda dos días en secarse, porque lo cargo de pintura. En el impresionismo hay que trabajar con mucha pintura para hacer el relieve y los volúmenes. Luego empleo un día más para darle los colores reales. Porque trabajo siempre con oscuro, pero luego tiene que llevar la luz, la sombra... Si al cuadro no le das color no tiene vida. La belleza está en los colores cálidos, que es lo que sobresalta del lienzo”.

La vida en la calle

Dice que ahora le han dejado una habitación en el Casco Viejo para dormir, pero Trujillo ha pasado mucho tiempo en la calle. “Me compré un saco de dormir, el mejor que había, que aguanta 35 grados bajo cero, y en la calle estoy”, reconoce.

Hace 9 años en Vitoria le quitaron su autocaravana, sus cuadros y su material. “Caí 9 años en la tristeza. Ni pintaba. Vivía mendigando. Ahora soy feliz otra vez porque en Pamplona he recuperado el estilo de pintar, que lo había perdido. La gente me ha apoyado para que pinte”, relata emocionado. Y dice que está “muy contento porque Pamplona tiene belleza. La belleza es su gente. Si estás caído te tienden la mano, eso es lo más bonito que tienen”.

A Trujillo le gusta hablar con todo el mundo “porque de la gente aprendes diariamente. La vida está ahí, en la calle. Y la calle te enseña diariamente cosas nuevas”. Aunque le queda la espinita de pintar la catedral de Santiago -“la tengo siempre presente, pero cuando que he ido y lo he intentado me ha llovido”- su intención es quedarse en la capital navarra: “Ya estoy cansando de ver países y ciudades”. Aquí seguirá, fundido con el Casco Viejo, pintando, fumando y vendiendo sus lienzos para ganarse el pan y, sobre todo, “para que la gente tenga obras mías y el día de mañana me recuerden”.