Los momotxorros regresaron el martes de carnaval a las calles de Altsasu para imponer su ley, una catarsis colectiva en la que este personaje encabezó una comitiva que daba cabida a cientos de personajes que miraban a un pasado rural. Ayer volvió a ser lo grande, aún más si cabe. Y es que tras el parón del pasado año había ganas de coger la sarda y enfrentarse de alguna manera a casi dos años de pandemia. Lo cierto es que la comitiva fue multitudinaria y también la presencia de público durante todo el recorrido, atraído por la fama de esta fiesta y también por una tarde-noche primaveral. Además, era el 40 aniversario de la recuperación del carnaval rural de Atsasu, una fiesta que con el tiempo se ha convertido en seña de identidad de la villa.

En este espectáculo sin guión, siempre igual y diferente, hay un claro protagonista, Momotxorro, un ser salvaje que reúne la principal simbología del carnaval, llena de rituales relacionados con la naturaleza. Simbiosis de humano y bovino, cubre su cabeza con un cesto del que asoman grandes cuernos y un ipuruko o cabezal, del que cuelgan crines que ocultan su rostro. Por la parte de atrás lleva un narru o piel de oveja, sujeto a la cintura por un cinturón del que penden dos cencerros y por delante una sábana manchada de sangre, al igual que sus brazos y cara.

Su fiero aspecto va acompañado de un comportamiento agresivo, blandiendo su sarda o tridente a los pies de sus víctimas, que deberán saltar para poder evitarlas. No obstante, la masiva presencia de publico obligó a frenar los ímpetus de algunos. Estos golpes serían símbolo de fertilidad, matar lo viejo para dar una nueva vida, mientras que los sonidos de los cencerros ahuyentan los malos espíritus y las crines tienen un sentido purificador. La sangre mostraría su decidida defensa de la comunidad. También tiene una cara más amable, sobre todo cuando baila la Momotxorroen dantza y también cuando se deja fotografiar entre una nube de cámaras a la búsqueda de captar imágenes que trasladen la magia de esta fiesta.

Pero el carnaval de Altsasu es mucho más que una manada de momotxorros. Aunque pocas, no faltaron las maskaritas, su contrapunto femenino, que se cubrían con una sobrecama adamascada, fruncida encima de la cabeza y acordonada en el cuello y la cintura, ocultando su rostro con una puntilla; una especie de burka que casi nadie quiere llevar. Asimismo, una multitud de sorginak se agrupaba en torno a Akerra, un impresionante macho cabrío con grandes dunbak que intentaba controlarlo todo desde su carro. Para marcar territorio, bajaba de vez en cuando ante el delirio de las brujas, que le hacían pasillo con sus escobas.

También estaban los mullidos juantranposos, que rodaban por el suelo arrastrando a más de uno y una en su caída. Junto a los principales personajes del carnaval de Altsasu había otros muchos variopintos que tenían en común elementos de un pasado ligado a la tierra, algunos todo un derroche de imaginación y ganas. Asimismo, en este mundo al revés que representa el carnaval se ha convertido en costumbre que los quintas y quintas que en febrero celebraron Santa Águeda, salgan de nuevo con la ropa de esos días pero con cambio de sexo.

Tampoco faltó la ereintza, con los bueyes que prepararon la tierra para la siembra, o la boda en la calle San Juan y un akelarre con la sorginak de Dantzarima, que invitaron a sentir el fuego de la primavera. Asimismo, fueron las encargadas de despertar a los diferentes personajes en la plaza de Los Fueros mediante bailes, conjuros y música. Así, se daba por finalizado el periodo de penumbra, el invierno. Y es que la naturaleza dormida, ya purificada por el sonido de los cencerros y las cenizas, inicia un nuevo ciclo. Pero aunque hoy comienza la Cuaresma, en Altsasu no dan por acabadas las celebraciones en honor de Don Carnal, que volverán este próximo sábado con el carnaval piñata, la cara urbana de esta fiesta.

Por la tarde hubo un carnaval txiki, una maskarada en pequeño formato pero con todos los elementos que también estuvo muy animada, muestra de que hay cantera en la villa. Después de una chocolatada en la plaza Zumalakarregi, la comitiva salió a las cinco de la tarde, con una animada kalejira que finalizó en la plaza de Los Fueros, con el baile de los momotxorros y Momonsuzko, un momotxorro de fuego. Después se tomó el camino de Zelandi, dónde fue el ritual de la sangre y concentración de la comitiva rural, que salió en estampida a las 19.30 horas.

40 aniversario de la recuperación de esta fiesta

Se cumplen 40 años desde la recuperación del carnaval rural de Atsasu, desaparecido en los años 30. Tras el parón del pasado año, también era la 40 edición de esta fiesta que con el tiempo se ha convertido en seña de identidad de la villa. Fue el 23 de febrero de 1982 cuando un centenar de altsasuarras salieron a la calle para dar forma a una celebración que Enrike Zelaia rescató de la memoria de mayores de Altsasu en los años 60. Y es que descubrió una fiesta que algunas personas recordaban con terror, una celebración anárquica en la que Momotxorro era la figura central y Maskarita una secundaria anónima además de escenas como la siembra o la boda. Dos años después se introdujo Akerra para aglutinar a las sorginak.

La semilla estaba echada y enraizó fuerte. Lo cierto es que los y las altsasuarras pronto hicieron suya esta fiesta y año a años se superaba. Y es que es una celebración que une a un pueblo, que año tras año sale a la calle para sumergirse en una gran maskarada. De que siga muy viva se encarga el colectivo Pro-Carnaval, impulsor y embajador de esta fiesta declarada en 2011 cómo de interés turístico.