ace más de medio siglo que el valle de la Bizkaia guarda silencio. La pequeña comarca histórica fue en tiempos pretéritos del antiguo valle de Aibar y desde 1841 pertenece al término municipal de Ezprogui, se sitúa en la Navarra Media Oriental (entre la Valdorba y la Val de Aibar), con Moriones y Ayesa, y hoy es un valle desconocido que los descendientes de sus moradores se afanan por sacar a la luz. Comprendía la Bizkaia (la Vizcaya en castellano) los lugares de Arteta, Gardaláin, Guetadar, Irangote, Julio, Loya, Sabaiza, Usumbelz, Eyzko (dudoso) y Usaregui/ Usaragui (sin constancia de que fuera núcleo vecinal).

Entre sus piedras latía la vida, hasta que en el año 1966 los últimos vecinos del valle que quedaban en Sabaiza se trasladaron a vivir a Pamplona. Antes partieron las familias que habitaban las 9 casas de Sabaiza, las 7 de Guetadar, y otras 7 en Gardaláin, 2 en Usumbelz y 2 en Loya, 3 en Arteta y 2 en Julio, mientras que en Irangote solo vivió el ermitaño. Gentes sencillas, protagonistas de formas de vida de un pasado reciente transmitido entre generaciones que nunca perdieron su sentimiento de pertenencia a la tierra que les vio nacer.

Los que fueron sus últimos moradores hoy cuentan con 80 y 90 años. Repartidos entre Pamplona, la Valdorba o los pueblos cercanos a su territorio, han mantenido viva la memoria gracias al interés de sus descendientes y al apoyo del Ayuntamiento de Ezprogui y del Concejo de Ayesa, unidos en esta causa.

Juan J. Recalde Recalde es nieto de una de aquellas mujeres que poblaron la Bizkaia (su abuela paterna, Florentina Armendáriz Zuazu nació en julio de 1895), y cuando dejaron el pueblo eligieron la Valdorba para instalarse. Allí, en Solchaga, creció y vivió junto a su familia este investigador y aficionado a la historia local, pasión que ha desarrollado desde su infancia y a la que ha dedicado años de su vida; los tres últimos a la escritura del libro que hoy presenta en Ayesa, La Bizkaia de Navarra. Memorias de un valle en silencio. Su objetivo es uno y claro: rescatarlo de olvido.

Recalde, vecino de Zizur Mayor, de 54 años y operario en una empresa del sector del metal, ha materializado su hobbie de forma autodidacta: la recopilación de la Historia e historias, vivencias y costumbres rurales, en incontables horas de archivos, sobre todo en el Archivo General de Navarra. Pertenece a los grupos Etniker de Euskalherria, para los que realiza encuestas etnográficas y es autor y editor de un trabajo sobre su pueblo, Solchaga, y de la obra Esparza, apuntes de Genealogía, Historia y Etnografía (Lamiñarra, 2015). Además, colabora con varios medios impresos y digitales.

“Fue la constatación de que no había nada escrito”, subraya, la que le llevó a recopilar datos sobre la Bizkaia y a elaborar su obra de investigación que aporta estructuras y formas de vida singulares.

Recalde divide su obra en dos partes: la primera, sobre la historia de cada asentamiento, y la segunda, la vida en la Bizkaia. Son más de 500 páginas en las que desgrana por capítulos (según el método de José Miguel Barandiarán) historia, casas, ritos, costumbres y actividades cotidianas del valle.

En su parte histórica, su trabajo revela que los moradores de la Bizkaia fueron pobres, no propietarios ni de tierras ni de casas, pertenecientes a nobles y mayorazgos que residían fuera, vendieron después a la Diputación foral, hoy propietaria, y ésta los pobló de pinos.

“Era una zona pobre y marginal y sus habitantes, renteros o caseros, desarrollaban tareas agrícolas y ganaderas. Las mujeres eran amas de casa. Se movían de un pueblo a otro, con sus enseres. Hacían hogar, sin darle valor a las casas. En ellas no tuvieron nunca ni agua ni luz, y sí, muchas carencias”, explica Recalde, al tiempo que añade que “estas condiciones de vida pudieron motivar su abandono”.

Entre las sopresas en su investigación, se ha encontrado la existencia de cinco palacios, con privilegios de hidalguía, varios de multipropiedad (vecinos foráneos). “Su historia es reveladora de continuos conflictos y pleitos desde el siglo XV hasta el XX”, resume.

En la segunda parte el autor ha efectuado un completo trabajo de campo en el que ha recogido las voces y giros de los últimos pobladores y su carácter “Son horas de historias de la Bizkaia que revelan su carácter alegre, se comunicaban cantando coplas guitarra en mano. Eran a su vez hábiles para el arte, observadores atentos de su entorno, con sus ritos, miedos, alegrías y fiesta. Hablaban de forma especial, por la influencia del romance y del euskera”.

En su recorrido de entrevistas a los supervivientes se ha encontrado con apellidos que se repiten en los núcleos poblacionales, topónimos que hunden su raíz en el euskera y, en conjunto, relatos de una vida rural dura “que en el fondo añoran y de la que guardan un buen recuerdo”, comenta.

Otra apreciación destacada es haber detectado el deseo común de ser rescatados del olvido. “Necesitaban contarlo, evocar sus recuerdos para que no desaparezcan, dice Recalde.

En el brillo de la mirada de sus fuentes primarias encontró este descendiente de una bizkaina ese sentimiento de hermanamiento que les convoca cada año en el lugar, desde 1966 oficialmente, a celebrar la fiesta del valle, suspendida este 2020 por la pandemia. Esas miradas brillantes mantienen latente el deseo de volver.

Entre piedras y zarzas con difícil acceso, siguen en pie los restos de la Bizkaia navarra habitada desde el siglo XII hasta mediados del siglo XX, y algo del corazón de sus pobladores obligados a partir. Tal vez por eso “es grande la emoción y expectación que despierta la obra de Recalde”, aporta su editor, David Mariezkurrena.

“Teníamos la obligación de rescatar del olvido el valle despoblado y sus historias de vida”

Investigador y escritor