La vida de Óscar Ramos Cabodevilla no se entendería sin hacer mención a Muniain de Arce. Todo lo que le rodea en su día a día a este taxista y carpintero tiene relación con el origen de sus raíces, el Señorío de Muniain. Y, aunque el pueblo lleve 18 años sepultado bajo las aguas del pantano de Itoiz, la pérdida de su amado pueblo nunca ha disipado su memoria ni sus recuerdos. De ahí que, a través del libro 'Señorío de Muniain, esencia de un pasado', Óscar haya querido rescatar la historia y dejar constancia de lo que fue la vida del Señorío y del paso de las generaciones que moraron en este lugar desde el siglo XVI. “Siempre he oído a mi madre y a mi familia contar muchas anécdotas y chascarrillos y quería plasmar todo eso para que no cayera en el olvido la historia de nuestro caserío”, destaca desde su casa de Nagore.

Así, tras ocho años de exhaustivo trabajo e investigación, Óscar ha sacado a luz un volumen de 808 páginas colmadas de múltiples escritos y 800 fotografías de la existencia de Muniain. Porque, tal y como lo expresa en su título, es un lugar que existió en el pasado. “Es lo que queda de lo que fue Muniain, una esencia. Lo demás, los edificios, lo que le daba vida a Muniain, se ha destruido”, apostilla.

La caja de recuerdos:

En un mundo en el que la cultura de usar y tirar está a la orden del día, es casi un milagro encontrar familias como la de Óscar que guarden con tanto mimo y sensibilidad los objetos de sus antepasados. De hecho, el germen de este bonito proyecto es un baúl de madera con una cerradura de hierro que se ha ido conservando de generación en generación. Dentro de él, había un tesoro familiar compuesto por más de 400 documentos que contenían capitulaciones matrimoniales, herencias, inventarios o procesos judiciales datados desde el siglo XVI. “El primer documento que encontramos fue de 1534 y hasta el año 1800 había muchos más. En Muniain no se tiraba nada”, dice entre risas.

Con tal legado familiar, Óscar emprendió la marcha del proyecto. Primero acudió a su tío, el capuchino Elías Cabodevilla, para que le guiara en la organización del trabajo y le ayudara en la búsqueda de datos en el Archivo Diocesano. “Fue mi mentor, pero por desgracia, me dejó huérfano al poco de iniciar el libro”, lamenta.

Sin embargo, Óscar continuó con su investigación durante 4 años hasta que se topó con un problema: la dificultad de transcribir los archivos de la caja. Por suerte, le hablaron de Lola Mauleón, vecina de Lumbier e historiadora, experta en la transcripción de documentos antiguos. “Yo le dije de hacer unos 20, pero ella se ofreció a hacer la transcripción de todos los documentos (211). Tuve la suerte de encontrarla, ya que aportó su grano de arena sin pedir nada a cambio”, reconoce.

En el camino, también se topó con gente que le ha aportado datos interesantes para su investigación: las Hermanitas de los Pobres, el prior de Roncesvalles, sus familiares de Muniain o sus vecinos de Artzibar. La lista de agradecimientos es larga.

Vida familiar:

Además de los documentos antiguos Óscar también ha querido reflejar el paso de las 32 familias que vivieron en el Señorío de Muniain y sus formas de vida y costumbres. La última generación fue el matrimonio de Francisco Cabodevilla y Severa Garde y sus 9 hijos, que en 1970 partieron a Pamplona, aunque nunca dejaron de venir a Muniain.

El caserío estaba compuesto por un par de casas, cuadras y pajares, la iglesia de Santa Cecilia de finales del siglo XII y una borda. La vida allí no era muy distinta de cualquier otro lugar. Se dedicaban al ganado y a las labores del campo, tenían sus costumbres religiosas e iban a la romería del valle de Arce, celebraban sus fiestas, se relacionaban con gentes que allí pernoctaban o que venían de los pueblos vecinos y los niños iban a la escuela de Artozki. Sin embargo, hay curiosidades propias de Muniain como la gran afición a la caza, la existencia de la carpintería Zokoa, de Óscar, desde 1991 hasta 2003 (fue uno de los dos comercios operativos del valle de Arce) y la llegada de la electricidad antes que a ningún otro pueblo del valle. “Fue en 1904, había central en Artozki y los alemanes que vinieron a montar las turbinas se quedaron de patrona en Muniain”, relata.

Historietas y anécdotas de la vida cotidiana que hacen del libro una lectura amena e interesante no sólo para quienes vivieron en Muniain, sino para cualquiera que haya vivido en un pueblo. Muniain ya no existe, pero no hay duda de que su esencia pervive.