Ocho años han transcurrido desde que un grupo de jóvenes decidiera comprar varias casas en Zoroquiáin, en el Valle de Unciti, propiedades en ruinas que levantarían para construir sus futuros hogares. Procedentes de Pamplona, Tafalla, Ansoáin... se agruparon en la asociación Errekazar y se convirtieron en un caso casi excepcional de adquisición de un casco urbano, incluida la iglesia que les vendió el Arzobispado. De este modo, han llevado el aliento de nuevo a un núcleo despoblado desde hacía dos décadas. El motor de la ilusión les condujo hacia el destino rural elegido, con su equipaje cargado de ideas y valores para vivir en una comunidad abierta en contacto con la naturaleza y desarrollar sus proyectos de vida.

La iglesia fue lo primero que les permitieron rehabilitar como edificio dotacional. El resto fue más complicado. Pero hoy es el día que levantan sus viviendas tras un proceso nada fácil repleto de proyectos y permisos, de urbanización y saneamiento. "Para obtener la licencia de obras era preciso que las calles estuvieran urbanizadas y aceptamos las exigencias urbanísticas aunque nos alejaban de nuestra idea inicial de ejecutar una mínima intervención en el entorno natural y desarrollar una acción más sostenible", recuerda Fermín Lorda López-Tello, que no pasa por alto la implicación del Ayuntamiento desde el inicio.

"Al principio era difícil que nos tomaran en serio, pero pronto vieron que había que hincarle el diente al tema", recuerda Javier Navarlaz Rodríguez, vocal de la gestora que administra el valle. En ocho años han conocido tres alcaldes. El actual, Javier Ibiricu Astrain, se muestra encantado con la nueva vecindad. "Iniciativas como esta son muy valiosas y deseables. ¡Ojalá hubiera más jóvenes sí! Han sido cumplidores que han salvado todas las dificultades para rehabilitar el pueblo, respetando su entorno y distribución", dice.

Piedra y ladrillo para siete obras en marcha y tres a punto de comenzar enseñan el nuevo Zoroquiáin. Serán doce familias que sumarán 24 adultos y 20 niños y niñas (hace tres años contaban 8 y un nuevo ser en camino). La mayor tiene 8 años; 32 cumplidos, el adulto más joven y 43 el mayor. Es el pueblo con más joven del valle, y será el segundo en población.

Cuentan además, con tres actividades artesanales, en activo y en camino: artesanas de la lana, taller de ebanistería y estudio de grabación. En cuanto a servicios, su ubicación les abre dos vertientes: una más rural ,Urroz-Villa o Aoiz, a cuya Zona Básica de Salud pertenecen. Además, forman parte de la Mancomunidad de Izaga. La otra vertiente es la urbana. Pamplona está a 18 km y antes, Noáin. Afrontan la educación de sus hijos e hijas según se presenta. En el campo de las comunicaciones, la conexión a a internet les llega vía satélite procurada por ellos mismos. "Aquí en invierno no viene ni el panadero, ni el carnicero, ni traen la fruta. No es rentable", anota Irantzu Sánchez Zazpe. Como en otras zonas rurales, la rentabilidad llega con el verano cuando se multiplican las casas abiertas del valle.

CONSTRUIR Y COLABORAR

Pero los nuevos pobladores de Zoroquiáin no llegaron solo a edificar sus casas, si no también a contribuir con el valle y ejemplo de ello es el compromiso de Navarlaz .

"La Administración local requiere colaboración. Hemos venido a hacer valle desde nuestras posibilidades. Teníamos claro que había que implicarse".

Llegaron a practicar su filosofía. Construir su propia casa, en auzolan si es posible y hacer más allá de ella. Decidir y consensuar cada banco que colocan, cada árbol que se planta, vincularse a la comunidad y dedicarle parte de su tiempo.

Recuperar la vida en la calle y una relación basada en la confianza, es fundamental para Irantzu, que alumbrará a mediados de mayo a su segunda hija en común con Fermín. La joven madre imagina el pueblo libre, vivo y alegre. Ya lo es. En Zoroquiáin juegan y pintan txikis, crían las gallinas y se elabora el pan. Trabajo, crianza y alimento son símbolos de vida que invitan a creer en el futuro.