la recuperada vida y muerte de la joven Hildegart Rodríguez, a manos de su madre, Aurora Rodríguez el 9 de junio de 1933, pone sobre la palestra el recuerdo de un periodista tudelano, Ezequiel Endériz, uno de los más importantes del panorama nacional quizá no por su influencia, pero si por su prolífica labor y su relación con la sociedad, la política y los protagonistas de la historia del primer tercio del siglo XX español.
Ezequiel Endériz, nacido en la tudelana calle San Marcial fue el único, junto con su compañero Eduardo de Guzmán (ambos redactores del diario La Tierra), que pudo entrevistar en la cárcel a Aurora Rodríguez, asesina confesa de su hija Hildegart de 18 años, una joven prodigio que había irrumpido como un huracán en la sociedad, la ciencia y la política nacional de los años 30. Con 17 años hablaba seis idiomas, había escrito 16 libros, terminado derecho, comenzado medicina, escribía artículos, daba mítines y era una de las mentes más avanzadas y preclaras en lo referente a los derechos y a la sexualidad femenina en la recién nacida Segunda República. La Tierra era uno de los diarios donde solía escribir Hildegart y donde publicó su último artículo el 19 de mayo de 1933, Caín y Abel. Las entrevistas y encuentros que Endériz y Guzmán mantuvieron con Aurora desde el 22 de julio hasta el 10 de septiembre fueron la base para que en 1973 Eduardo de Guzmán publicara Aurora de sangre. Vida y muerte de Hildegart, primer libro sobre el suceso. Aurora no quiso ofrecer su testimonio a ningún periodista más.
Todos los periódicos se hicieron eco del suceso atribuyéndolo incluso a unas oscuras y tormentosas relaciones sexuales entre madre e hija, “una pasión horrenda, inconcebible. Algo de drama griego. Un complejo a lo Mesalina o Lucrecia Borgia”, decía La Tierra. Sólo este diario trató de mantener un tono menos morboso. “En la segunda decena de julio —contaba Eduardo de Guzmán en su libro— recibo una noticia inesperada. Por conducto de alguien que la ha visto en prisión, Aurora Rodríguez agradece al periódico lo que hemos dicho en relación con la tragedia y más aún que hayamos rechazado de plano las morbosas acusaciones lanzadas contra ella. Le agradaría darnos las gracias personalmente... queda únicamente por designar a quiénes al día siguiente puedan ir a la cárcel de mujeres para ver a la madre presa. No hay en este punto grandes dudas. Aunque los interesados pretendamos negarnos para ceder a otros el puesto, la mayoría señala la conveniencia de que vayamos dos determinados. Uno, Ezequiel Endériz, veterano y brillante periodista con más de treinta años de labor profesional y algo más de medio siglo de edad. Otro yo, sin más mérito que ser el más joven de la redacción y que, aun siendo algo mayor que Hildegart, estoy en concordancia con la juventud de la muerta”.
Endériz se ve así inmerso en esos reportajes que fueron ampliamente seguidos día a día por miles de lectores en el Madrid republicano cautivado por el drama. Guzmán relata también en el libro las bromas que el tudelano solía gastar a Hildegart y su madre Aurora cuando aparecían por la redacción de La Tierra.
Esas entrevistas permiten al lector, por ejemplo, conocer cómo Aurora afirmaba en el periódico del periodista tudelano que “cuando mi hija firmó el artículo Caín y Abel firmó su sentencia de muerte” o cómo aseguraba que Hildegart, la misma noche del asesinato le suplicó “¿Por qué no me matas? Yo soy la criatura inservible que te ha fracasado, que te ha traicionado... ¡Cobarde, cobarde, si no me matas!...”, para terminar justificando la barbarie con un “aquella madrugada iba a poner fin a mi obra, a destrozar de un golpe lo que trabajosamente cincelé durante diecinueve años, a remachar a tiros de revólver el círculo alucinante que abriera con mis primeros sueños de juventud cuando aspiraba a regenerar a la pobre Humanidad. Su muerte era en gran parte mi fracaso, el hundimiento de mis esfuerzos y de mis anhelos. Pero era también mi victoria sobre cuantos la rodeaban, cobre quienes pretendían desviarla, sobre les que anhelaban prostituirla para transformarla en instrumento sumiso a sus maquinaciones”.
En el artículo Caín y Abel, Hildegart defendía la figura de Caín, frente a la de Abel, como adalid del progreso y la rebeldía. “Caín no es un personaje ingrato y antipático. Es el símbolo del progreso. Caín es el primer anarquista que se presenta en la leyenda hebraica. Y como tal, ha de ser simpático, rebelde, personal o iconoclasta. Caín no es de los que-espíritus gregarios y mediocres- vienen para perpetuarlo que ya encontraron hecho. ¡Qué feliz sería una humanidad de Caínes! Cuando tropecemos con un Abel en nuestro camino, que en nombre de esos prejuicios borreguiles se ría de nuestros esfuerzos, la única conducta acertada, legítima, justa, es la que hubo de seguir el auténtico Caín si es que existió. El criminal halla siempre quien le defienda, y hasta cuando es más monstruoso halla un eco de admiración en la masa que conoce sus gestas. La víctima es siempre el pobre cuerpo muerto que pasa al ayer de los recuerdos. Evoquemos, pues la figura progresiva, de trazos audaces, del Caín rebelde que tuvo la maestría en el triple arte de Amar, Luchar y Matar”.
Periodista, escritor, compositor, político, poeta, sindicalista y fundamental en la sociedad y en la historia de España y Navarra de la primera mitad del siglo XX, Ezequiel Endériz Olaverri es, al mismo tiempo, uno de los personajes más desconocidos y relevantes de aquellos años. Nació en 1889 en el número 10 de la calle San Marcial y sus padres eran fotógrafos. Pocos saben en la capital ribera de su existencia, no tiene una calle y ni siquiera la Biblioteca Municipal de la ciudad cuenta con alguna de sus numerosas obras que salieron de su pluma, la misma que creó la mayoría de las canciones que hicieron famoso al que se considera mejor jotero de la historia, Raimundo Lanas, el llamado Ruiseñor Navarro, incluso la que lleva por título La Mejana, quizás por su amor a Tudela.
Estudió en los Jesuitas y de ahí se trasladó a Pamplona. De él, y de su trabajo como periodista y escritor, se ha dicho que era “agresivo, polémico, demoledor, republicano de tradición, anticlerical de convicción y razonamiento”, pero también “periodista batallador... hombre revuelto de mesas de redacción y de bastidores” y “poeta hondo y natural”, respecto a su labor de compositor de jotas y canciones.
Desde muy joven comenzó a publicar en la revista que creó, La Pulga. Tras ese bautismo literario pasó por más de una decena de publicaciones de todas las tendencias, dentro del marco de la izquierda, desde el anarcosindicalismo (compartiendo redacción con la que sería ministra anarquista Federica Montseny) hasta la visión más socialista. No en vano fundó la primera sección sindical de Periodistas y Empleos Administrativos, en la UGT, del que fue secretario general convocando la primera huelga del sector en 1919, y también tesorero y fundador de la Sociedad General de Autores en 1935. Por su legado como articulista y periodista pasan cabeceras como El Demócrata Navarro, El Liberal, El cine, El Porvenir Obrero, El Gallo, El Cantábrico, Nuevos Mundos, Cosmópolis, Grecia, El Pueblo Navarro, Las izquierdas, El Soviet, La Libertad, Diario del Pueblo, La Tierra, Solidaridad Obrera, CNT, Umbral o Nuestra Lucha, siempre desde una órbita republicana e izquierdista. Su unión con las letras también le llevó a traducir a escritores portugueses, crear zarzuelas, obras de teatro, novelas, ensayos e incluso a fundar compañías para poner en escena sus obras, como lo hizo en el teatro Maravillas de Madrid.
Por su vida se cruzaron nombres que retratan aquella época como Luis Araquistáin (escritor y político español, miembro del PSOE), Alejandro Lerroux (fundador del Partido Radical y uno de los políticos más destacados de la Segunda República), Blasco Ibáñez (escritor, periodista, político republicano y masón), Manuel Azaña (político, escritor y periodista español, presidente del Consejo de Ministros entre 1931 y 1933 y presidente de la Segunda República entre 1936 y 1939), Salvador Seguí (una de las personas más destacadas del anarcosindicalismo de España de principios del siglo XX), César González-Ruano (periodista que tras declararse de izquierdas “hasta mi muerte” en 1929 pasó a defender a Hitler y la ideología nazi en 1933), Teresa León (escritora y feminista integrada en la generación del 27), Rafael Alberti (escritor y poeta español, miembro de la generación del 27 y del PCE), el general Sanjurjo (militar que, igual que Endériz, vivió en la calle Mayor de Pamplona y que trató de dar un golpe de Estado en 1932), Raquel Meller (nacida en Tarazona con el nombre de Francisca Romana Marqués López, cantante, cupletista y actriz entre 1920 y 1930) o incluso Lázaro Cárdenas (masón y presidente de México entre 1934 y 1940).
Así pues, solo un repaso por las personas con las que tuvo contacto supondría un viaje por la política y la sociedad de aquellos años. Pero también su vida y sus acciones. De lo prolífica de su pluma da idea que con solo 25 años ya había publicado tres libros, a los que siguió en 1914 la biografía Belmonte, El torero trágico, consecuencia de su trabajo como cronista taurino (en El Liberal desde 1911 con el seudónimo de Goyo Faroles), sirve para retratar a uno de los diestros más importantes en el mundo de la tauromaquia y emblema de una época. Elogiado por toda la intelectualidad de los años 20, Belmonte fue gran amigo de pintores como Ignacio Zuloaga y era un habitual en las fiestas de la casa que el pintor tenía en la localidad guipuzcoana de Zumaia, y compartió divertidas anécdotas con Endériz que se reflejan en esta obra.
Pocos años después, realizó un relato detallado de la revolución blanca que estaba teniendo lugar en Rusia con su obra La Revolución rusa. Sus hechos y sus hombres (1917), un inmenso reportaje escrito desde España a la vez que se desarrollaban los acontecimientos que, según escritores como Jesús Arana Palacios, “relata con una rapidez tan vertiginosa que obliga a Endériz a escribirlo casi al pie del telégrafo”. Ese mismo año, cuenta el escritor Javier Barreiro en su blog, fue detenido por haber gritado “¡Viva la República!” en un mitin el 13 de diciembre de 1918 en la estación de tren de Barcelona por el que le sometieron a un Consejo de Guerra del que fue absuelto en 1923. Pocos años después de concluir su obra sobre Rusia, y ya terminada la Revolución Rusa en todas sus fases, Endériz tuvo otra visión del conflicto y él mismo escribiría que “de los frutos de esta guerra de desolación que acaba de finar, ninguno tan contagioso y tan grave para las bases de la actual sociedad como ese bolcheviquismo”.
Pero su relato de la actualidad, como periodista, no se quedó ahí, tras el desastre de Annual (1921) viajó a Marruecos para realizar crónicas para El Liberal (donde coincidió con Manuel Machado) donde abordó la derrota española y la recuperación de los territorios pocos meses después de aquella crisis. Sus crónicas del conflicto le costaron ser detenido en Melilla y encarcelado en Málaga por “injurias al Sr. Cambó (ministro de Hacienda y Fomento en varios gabinetes del reinado de Alfonso XIII) y escarnio al dogma”, delitos de los que le absolvieron un año después. En esa etapa coqueteó también con la masonería.
Como periodista también pisó más charcos, arremetiendo contra Manuel Azaña en 1931 por la quema de conventos e iglesias que se produjeron con la llegada de la ansiada República ya que pensaba que podrían poner en peligro la estabilidad de esta forma de Estado.
En ese mismo año, su nombre apareció en un artículo en El Ribereño Navarro donde el también escritor tudelano José María Iribarren (que acabaría siendo secretario del organizador del Golpe de Estado Emilio Mola) arremetía contra Endériz por un artículo titulado Los frailes maestros, escrito en el diario La Tierra en septiembre de 1931. En él defendía el anticlericalismo y criticaba duramente al colegio de Jesuitas de Tudela.
Durante la guerra creó el Comité Nacional de Amigos de México, en la que colaboró con la ministra anarquista Federica Montseny y con el que consiguió en 1937, entre otros logros, llevar varios barcos cargados de niños republicanos hasta el país azteca, los que pasarían a ser denominados Niños de Morelia.
Ya en el exilio, en 1939, conoció en Toulouse a los escritores Teresa León y a Rafael Alberti. Posteriormente se trasladó a París, donde realizó numerosas alocuciones en Radio París en La Rebotica, un espacio guionizado, a modo de tertulia, en la que, desde el exilio, los tertulianos comentaban lo que ocurría en aquellos años de Dictadura en España. Durante esos años empleó el pseudónimo Tirso de Tudela, lo que da cuenta de cómo recordaba a su localidad natal. Falleció en París en 1951.