l covid-19 hizo que ayer San Fermín se quedase en su altar, en la iglesia de San Lorenzo. La Procesión es el acto principal del 7 de julio para muchos pamploneses. En un año cualquiera, la calle Mayor, uno de los puntos más demandados para ver pasar el santo, estaría esperando para acoger la hilera de “momenticos” que deja tras de sí la Procesión: la figura de San Fermín, los txistularis, la querida Pamplonesa, las jotas, las reacciones de los más txikis al ver acercar su querido o temido cabezudo. Miles de personas asisten siempre al acto, creando un pasillo estrecho e íntimo por donde desfila San Fermín. Sin embargo, ayer la imagen era totalmente distinta. Verjas de comercios cerradas y un sonido mudo que nada tenía que ver con el ambiente de las fiestas.

Al mediodía, desde el centro de la calle Mayor, en el punto donde se cruza con la calle Eslava, se entendían bien los ánimos del día. Mirando a un lado y al otro, no llegaban al medio centenar las personas que caminaban por la calle. Eran 350 metros casi vacíos en el día grande de los Sanfermines.

Solo la puerta principal de la Iglesia de San Lorenzo, en una de las esquinas de la calle Mayor, hacía entrever que en un 7 de julio cualquiera aquel lugar sería el centro de las fiestas para muchos pamploneses. Decenas de personas entraban y salían del templo durante toda la mañana, con el control de un vigilante. Con la ausencia de la salida de San Fermín, la Procesión se desarrollo dentro de la iglesia. Eso sí, las mascarillas arrebataron el protagonismo a los pañuelicos. Con el mandra del covid-19 en la conciencia, había personas que esperaban a que bajase la afluencia para poder entrar, con miedo a que se produjeran aglomeraciones. “Se había dicho que la entrada y la salida a la iglesia se harían por puntos diferentes, pero solo han habilitado una puerta”, criticaba Jerusalén Elías, vecina de Pamplona y habitual en el público de la procesión.

Como toda tradición de Sanfermines, los planes que rodeaban la Procesión han tenido que cambiar. Este año, las comidas y los almuerzos se hacen en casa, y en grupos más reducidos. Iñaki Iñigo asistió con toda la familia a ver a San Fermín. La Procesión es un acto obligatorio en su rutina anual de las fiestas, un acto para ir con su mujer y los hijos. “Este año ha tocado vivirlo de manera distinta, sin pasacalles, sin ambiente en la calle; pero es lo que toca, porque no estamos en situación de descuidar las medidas sanitarias”, afirmó Iñigo. Para su familia, es triste no disfrutar de los detalles de la Procesión; lo preferido de Iñigo, las jotas de Mari Cruz Corral y el colorido del acto.

La sensación general era de tristeza. María, una vecina que nació y creció en la Calle Mayor, en un portal a apenas quince metros de la iglesia de San Lorenzo, salía ayer de casa de sus padres vestida de blanco y rojo y con la intención de visitar al santo. “San Fermín y la Iglesia de San Lorenzo son parte de mi vida; ahí he hecho la comunión, mi boda, el bautizo de los hijos… todo”, explicaba María. Desde pequeña, ha visto la Procesión desde el balcón de casa. Es un acontecimiento familiar esperado durante todo el año: se juntan para el almuerzo y la comida, e incluso invitan a amigos que nunca han visto la Procesión. “Suele ser un momento emocionante, al ver el santo pasar, las reacciones de los niños cuando pasan los gigantes… indescriptible”, describió María, con un tono nostálgico.

La calle Mayor también es una parada para el vermut del 7 de julio, pero ayer solo abrieron tres bares: Katakrak servía con normalidad; García, con las verjas bajadas y sin música, atendía tímidamente a una decena de personas que no se querían perder el pote del mediodía; y el Olazti estaba completamente vacio. “Las pocas ganas de ayer se han esfumado, no queda nada” dijo Ana Pan, trabajadora del último establecimiento. La calle Mayor reflejaba los pocos ánimos de fiesta de la ciudad: no había nadie fuera de los bares.

Cruzar el Casco Viejo suele ser una odisea durante los Sanfermines. La gente se agolpa en grandes grupos, y se junta con charangas o actuaciones que reducen el ancho de las calles. Gentío, desorden, movimiento, contacto: eran las grandes ausentes de ayer en la calle Mayor. Solo alguna furgoneta rompía el silencio del mediodía, vehículos que no tendrían lugar en esa calle en un 7 de julio. De balcón a balcón, se veían cuerdas puestas por los vecinos con decoraciones hechas a mano; eran el único recuerdo de unas fiestas que no han llegado a ser.

“Este año nos ha tocado vivir la procesión de manera distinta, sin pasacalles, sin ambiente en la calle”

Pamplonés y habitual en la Procesión

“La iglesia de San Lorenzo es parte de mí; allá he hecho la comunión, mi boda, el bautizo de mis hijos...”

De pequeña vivía en la calle Mayor