Tras charlar con Patxi Bisquert, casi de manera inconsciente, guardamos el archivo en la grabadora con el nombre del personaje más icónico de cuantos ha interpretado: Tasio. Él mismo se refiere a sí mismo de esa manera en algún momento de la entrevista. Y hay niños y jóvenes que se llaman Tasio en honor al protagonista de la famosa película de Montxo Armendariz. Incluso se ha escrito alguna canción sobre él, como una cumbia del grupo Guarimba, cuyo videoclip se grabó en el mismo frontón del pueblo navarro de Viloria en que se rodaron algunas escenas del film. La fuerza y la huella de ese personaje tal vez tengan algo que ver con el hecho de que Patxi Bisquert comparta el mismo espíritu libre y tenaz del carbonero. Tras una vida de trotamundos y azarosa, en la que muchas de las peripecias de su vida, como convertirse en actor, han surgido de manera accidental, Patxi Bisquert dedica todos sus últimos y románticos esfuerzos en llevar a la gran pantalla la vida de un bertsolari afónico, Pello Mari Otaño, y lo hace a través de un gran auzolan en el que invita a participar a todo aquel que crea todavía en el cine en estado puro. 

PERSONAL

Nombre y lugar de nacimiento: Patxi Manterola Bisquert. Zizurkil, 19 de septiembre de 1952 (69 años).

Familia: Conserva como nombre artístico Patxi Bisquert, pero ha cambiado su nombre oficial, anteponiendo el apellido de su madre, que lo tuvo siendo madre soltera. Tiene tres hijos de dos matrimonios diferentes, Candela, Beñat y Uma.

Trayectoria: La primera película en la que participó fue La fuga de Segovia, en cuya evasión real participó, mientras cumplía condena como preso de ETA político-militar. A ella le siguieron La conquista de Albania, Akelarre, Tasio, Silencio roto, Celda 211, Oreina... Alternó su trabajo como actor con otros en fábricas, la construcción o como vendedor de libros. Durante años vivió en una aldea gallega, regentando una sidrería. Allí dirigió y produjo documentales como A terra do millo.

Otros: Es autor de la novela Rosa. En estos últimos años, ya instalado en Navarra, acomete el proyecto de llevar a la gran pantalla la vida del bertsolari Pello Mari Otaño.

Antes que nada, ¿le molesta, le incomoda o le cansa esa identificación tan recurrente y tan inevitable a la vez entre usted y el personaje de Tasio? 

Todo lo contrario, hoy todavía la gente me ve por Pamplona o por pueblos de Navarra y me reconoce por aquella película. Hace poco fuimos al nacimiento del Urederra, porque mis hijos no lo conocían, y enseguida se corrió la voz por Baquedano y alrededores: “¡Que está Tasio, que está Tasio!”. Que después de treinta y ocho años de haber hecho aquello que la gente te recuerde es muy gratificante, eso es algo que pasa pocas veces, con pocas películas. De hecho, a mí solo me pasa con esa, y habré hecho más de cuarenta títulos. Además es que me sucede incluso con gente joven. Esos que me saludaron en Baquedano tendrían como mucho cincuenta años, o sea que cuando salió la película eran chavales. Son muchas cosas las que me ha traído Tasio, y le estoy muy agradecido. 

Patxi Bisquert, de todos modos, es mucho más que Tasio. Empecemos por el principio. Usted nace en Zizurkil, en un ambiente rural...

Mi nacimiento en Zizurkil en realidad es totalmente accidental. Yo soy hijo de madre soltera, y era en Zizurkil donde estaba ubicada la casa cuna de la diputación de Gipuzkoa, Fraisoro, que era a donde iban a dar a luz mujeres como mi madre. Allí pasé mis primeros cinco años, es decir, el plazo que te permitían estar, a no ser que decidieran darte en adopción, pero mi madre me quería recuperar, así que entonces es cuando a empecé a vivir en Hondarribia en un baserri, en el barrio de Jaizubia, con la abuela, mis tíos… 

¿Recuerda algo de aquellos primeros años en Fraisoro?

Recuerdo muchas cosas y todas buenas, tengo un gran recuerdo del hospicio, he ido muchas veces a lo largo de mi vida, le tengo un cariño especial, y a Zizurkil también. Una de las últimas veces que fui a Fraisoro con mis hijos, para enseñarles dónde había nacido, vi que ahora lo han reconvertido en un hogar de ancianos, la última casa para muchos de ellos, el lugar donde van a morir. Pensé que puede que incluso alguno de ellos podía haber nacido allí, que tal vez fuera uno de esos de hasta cien niños que a veces nos juntábamos en Fraisoro. Y me entró una gran tristeza, la verdad. 

Bisquert, un actor tenaz de vida viajera y variopinta. Oskar Montero

Después usted se va a vivir a Eibar, un ambiente completamente distinto, comienza a trabajar en una fábrica con solo catorce años.

Sí, yo en Hondarribia podía estudiar en la escuela de Jauzubia, que estaba muy cerca de nuestro baserri, allí estuve hasta los doce años, pero a partir de allí ya tenía que ir a Rentería o Irún, y entonces mi madre decidió llevarme con ella y su marido a Eibar. Imagínate el contraste que supuso para mí: Jauzubia, un lugar abierto, con Jaizkibel a la espalda, a la izquierda la bahía de Txingudi, enfrente Peñas de Aya, y de repente te meten en un agujero como Eibar… Lo que más me sorprendió cuando llegamos un domingo fue cómo al día siguiente, de repente, a las ocho empezaron a ulular todas las sirenas de las fábricas, algo que me sobresaltó.

Y poco después es usted quien entra a trabajar en una de esas fábricas.

Primero estuve en una academia durante dos años, para conseguir el certificado de estudios primarios, y luego ya antes de cumplir los catorce empecé de pinche en una fundición donde hacían cabezales de máquinas de coser y tijeras de aquellas de cortar el pelo.

¿De pinche?

Sí, yo era el que limpiaba el coche del jefe lo sábados, iba a la ferretería a comprar o hacer recados, el que llenaba los botijos… Así estuve hasta los dieciséis, cuando empecé como especialista.

¿Es entonces cuando tiene sus primeros contactos con el mundo sindical y de la política?

Bueno, entonces no existían sindicatos, aparte del Sindicato Vertical, pero había un grupo tolerado, la HOAC, la Hermandad Obrera de Acción Católica, que tenía una sección juvenil, las JOC, Juventudes Obreras Católicas, a la que yo me afilié. Luego, enseguida empecé a militar en otras juventudes, como EGI, del PNV, y cuando en el año 1969 en Ultzama murieron cuando iban a colocar una bomba Artajo y Asurmendi, eso ya marcó una distancia. En ese momento ya veníamos un poco peleados con la dirección de PNV, lo que ellos hacían nos parecía casi algo folclórico, de vez en cuando se desplegaba una ikurriña en alguna excursión al monte, y poco más, no había activismo, así que algunos nos desligamos y entramos en EGI-Batasuna, donde milité hasta que fui a la cárcel. 

¿Es entonces cuando entra en ETA político-militar?

Yo entré en la cárcel de Vitoria con esta organización, EGI-Batasuna, en el año 1972, y en el Aberri Eguna de ese año, esa organización se fusiona con ETA, con quienes en realidad ya llevábamos haciendo algunas acciones, o reivindicándolas en su nombre, después de que quedara bastante desmantelada tras el proceso de Burgos, y el proceso de fusión fue lógico. Así que yo entré a la cárcel siendo de EGI-Batasuna y salí siendo de ETA. Estuve libre, como liberado, muy poco tiempo, desde el 8 de julio al 1 de septiembre, cuando volví a caer en una redada en Lekeitio.

Inicia entonces un periplo por varias prisiones que le lleva Segovia, algo que sin saberlo acabará por marcar su destino.

Sí, yo estuve en la cárcel de Basauri, de ahí pasé a Carabanchel y de ahí a Segovia… Mi paso por la cárcel de Segovia determina en buena parte mi vida, en la que todo son accidentes. Lo del cine, de hecho, viene de ahí, si no yo nunca me habría planteado en mi puñetera vida ser actor. Era aficionado, iba dos o tres veces a la semana, pero como espectador, nada más… Luego, cuando salí de la cárcel, Ángel Amigo publicó aquel libro, Operación Poncho, sobre la fuga de Segovia, en la que él y yo participamos, y luego ese libro se publicó por fascículos en el diario Egin, donde me hicieron una entrevista y una foto en la fábrica de Vitoria donde trabajaba entonces. Y cuando Imanol Uribe estaba documentándose para hacer la película se encontró con esa foto, y dijo: “Buscadme a este tipo”. Ese fui mi primer casting. 

"La única batalla que se pierde es la que se abandona”

¿Cuál era su función en la fuga real?

En la fuga yo formaba parte del equipo técnico, que éramos cuatro o cinco. Éramos picadores, los mineros, digamos.

Es decir, en la película en cierto modo se interpreta a sí mismo... Y así, casi sin quererlo, usted se convierte en actor.

En la peli me interpretó a mí mismo y a otro personaje, Txutxo Abrisketa, que ahora está en Cuba. Es una mezcla de ambos. A la película llego como digo gracias a Ángel Amigo, que, valga la redundancia, era muy amigo mío. Él produjo después La conquista de Albania, donde intervengo ya con un papel de más peso. Yo entonces vivía en Zalduondo, en la Llanada alavesa, era ganadero, un pequeño ganadero, en realidad tenía doscientas gallinas ponedoras y cincuenta conejas pariendo constantemente, y vivía de eso. Y como lo de la película iba a durar un tiempo y a los animalicos hay que cuidarlos a diario, darles de comer, de beber, limpiar las jaulas, etc., fue mi hermano, que estaba en paro entonces, el que se vino a Zalduondo y yo me fui a conquistar Albania. Y estando rodando esa película me llamaron de la productora de Pedro Olea, me hicieron un casting y me cogieron para Akelarre. Y luego, rodando Akelarre —en Segovia, precisamente— me llamó Elías Querejeta para otro casting, en este caso para Feroz, la película de Manuel Gutiérrez Aragón, pero resultó que en esta película había una piel de oso en la que el actor se tenía que meter, y yo, aunque soy muy delgado, no cabía y no pude hacerla. De todos modos se quedaron con las pruebas del casting, y al poco tiempo volvieron a llamarme. Yo pensé: “Pues habrán comprado otra piel de oso”, pero no, era que me había visto Montxo Armendariz, y así fue como salió lo de Tasio

¿Qué recuerdos tiene del rodaje de Tasio?

Me acuerdo del frío que pasamos, ¡mecagüen zotz! Sobre todo en la escena que estoy con el padre y le cuento que la Paulina “está preñada”. Aquel día llovía y hacía un frío…, pero el agua de la lluvia no marcaba suficiente en cámara, así que los bomberos nos tiraban cisternas por encima, y el agua de los bomberos estaba más fría que la de la lluvia. Además era un plano-secuencia, o sea que duraba un rato, y recuerdo que cuando iba a hablar me castañeaban los dientes y había que cortar. Lo rodamos diecisiete o dieciocho veces, ese día fue de sufrir, aunque no fue el único, también el día de la caza del jabalí, monte arriba, monte abajo, o el de la bicicleta. Fue un rodaje duro.

¿Conoció al Tasio auténtico?

Sí, nada más firmar el contrato para la película quedé un día con Montxo y fuimos a Zúñiga a que me lo presentara. Yo entonces vivía en Vitoria, pero empecé a ir a visitar a Tasio dos o tres veces a la semana, me interesaba ver su forma de andar, cómo se movía en el monte, cómo preparaba las trampas, el deje al hablar… Lo que pasaba era que el cabrito de él las primera semanas se limitaba a meterme en su cocina, me sacaba chorizo de jabalí, que era más duro que una piedra, pero no me llevaba al monte. Luego ya sí, ya cogió confianza y me enseñaba dónde ponía los cepos, las trampas… Entonces Tasio tendría ya unos setenta años. 

¿Por qué cree que esa película y ese personaje de Tasio han marcado a tanta gente?

Todo ese mundo que envuelve al personaje, y cómo está cosido, es un canto a la libertad y a la tierra, y eso es algo universal. A nosotros, por ejemplo, nos sorprendió en el primer pase que se hizo para la prensa en el festival de San Sebastián, cómo antes de que fuéramos a la rueda de prensa dos periodistas, uno de México DF y otro de Buenos Aires, vinieron a buscarnos emocionados al hotel, nos abrazaban, se veía que el personaje, a pesar de ser tan local, les había tocado muy profundamente. Tasio representa ese aldeano que todos tenemos metido dentro, por muy urbanita que seas.

"Este país necesita otro resurgimiento cultural”

A pesar del éxito de la película, usted tuvo que volver a trabajar algunas temporadas en fábricas o en la construcción.

Sí, en este trabajo hay muchos bajones, temporadas que no salía nada, yo además nunca he tenido agente; si salía algo, bien, si no, pues me buscaba la vida, en la construcción o donde fuera. Volví a la misma fábrica donde había trabajado antes, en Vitoria, también intenté irme con un atunero, que era algo que siempre había querido hacer, de hecho fui a Bermeo buscando algún barco… Luego empecé a trabajar con una empresa de construcción, donde si salía algo me daban permiso, por ejemplo en Silencio roto, con Montxo Armendariz. También estuve un tiempo viviendo en Fuerteventura, con esa misma empresa…

Y también fue vendedor de libros y enciclopedias, a puerta fría...

Sí, pero eso fue antes, entre 1979 y 1982, más o menos, después de la primera película. Vendía los libros por metros, la gente los compraba para decorar. “¿Cuánto miden las obras completas de Barandiarán? “75 centímetros”, “Ah, pues bien, me caben”. La verdad es que me iba bien. Me costó un poco empezar, pero cuando ya no me quedaba casi un chavo, de tres citas que tenía conseguí vender dos enciclopedias Auñamendi, que cada una de ellas me daba un mes de salario. Y vendí un montón, a veces vendía una enciclopedia y ya no trabajaba más ese mes, me dedicaba a buscar fósiles, porque por entonces vivía en Ollerias, en Álava, por donde el embalse de Legutio. De todos modos me hice con bastante dinero, y cuando me cansé de los libros, me fui a Zalduondo y es cuando me compré la granja… 

O sea, que ha sido siempre un poco trotamundos, porque también estuvo viviendo unos años en Galicia, ahora en Navarra...

A Galicia fui después de trabajar en Fuenteventura, en el año 1988, con una gallega, la madre de mis dos primeros hijos. Allí, en Fuerteventura, también hice bastante dinero, y entonces mi mujer yo nos replanteamos qué queríamos, ella no quería vivir allí, así que compramos una casa en una aldea gallega, en la Ribeira Sacra, la rehabilitamos, y pusimos un asador-sidrería.

Y en Galicia, de nuevo sin buscarlo, usted se convierte además en productor.

Ese fue otro paso más en mi vida, otro accidente. Yo hasta entonces en el cine solo había trabajado como actor, no me había planteado nunca dirigir o producir películas. La cuestión es que me hicieron una entrevista y salió que Tasio había montado una sidrería en la Ribeira Sacra, y entonces Emilio Arauxo, un periodista gallego, poeta, profesor, que vio esa entrevista, apareció un día en mi casa, me dijo que había que hacer pelis como Tasio, pero allí, en Galicia, y comenzamos a trabajar en un documental sobre el carnaval gallego, la memoria histórica... Y así fue como me convertí en productor. Con menos de mil euros saqué la película, en la que prácticamente casi todo lo hice yo. Luego llegaron algunos encargos, para un ayuntamiento, una bodega… Y ahora con la misma productora, después de haber vuelto ya de Galicia y haberme instalado en Navarra, ya me he metido en un largometraje de ficción, que son palabras mayores.

Estamos hablando de Ombuaren itzala, la película sobre el bertsolari y poeta Pello Mari Otaño, que además es un regreso a los orígenes, porque Otaño como usted nació en Zizurkil. ¿Qué fue lo que le llamó la atención de este personaje?

Dos cosas, primero lo olvidado que está entre nosotros, pues es más reconocido en Argentina que aquí. Allí hay, por ejemplo, en la Universidad Nacional de la Plata, una cátedra de euskera con su nombre, y al contrario que aquí es la gente joven la que lo recuerda y reivindica. En Euskal Herria, por el contrario, Otaño solo es conocido por gente mayor o muy ligada a la bertsogintza. Por otra parte, yo a Otaño lo comparo con un personaje que fue muy importante para la cultura vasca en los años 50 y 60, que es Oteiza. Otaño, en su época, fue —como Oteiza en la suya— un revulsivo para la cultura. Los años de Otaño fueron prodigiosos para la cultura vasca. Tras la abolición de los fueros Euskal Herria quedó hecha unos zorros, y de la mano de hombres como él llegaron nuevas ideas. En la película hay una escena en la que Txirrita, que era carlista, conversa con Otaño, liberal, a pesar de lo cual eran muy amigos, y Txirrita le dice “Ideia berriak jorratu behar ditugu”, necesitamos ideas nuevas. Y es en esos años cuando surgen esas nuevas ideas, nace el nacionalismo vasco, el socialismo... Fueron, en fin, años de despertar cultural, que yo comparo con los años 50 y 60, la escuela de Deba, el Ez Dok Amairu, la nueva literatura, las ikastolas… Y ahora que han pasado otros sesenta años veo que este país necesita otro resurgimiento cultural, es como si la historia fuera por ciclos, necesitamos ese revulsivo, y por eso oriento este proyecto hacia la gente joven. Me gustaría que llegaran a Otaño, porque llegando a Otaño entenderán la necesidad de buscar nuevas vías, estímulos… Eso es lo que me gustaría. 

¿Es una idea casi romántica del cine como herramienta para despertar conciencias y cambiar las cosas?

Sí, pero es que además los años que se reflejan en Ombuaren itzala son los años del nacimiento del cine, y el cine nace sin artificios, sin grandes efectos especiales, que es como yo voy a rodar esta película, en la que no vamos a tener ni siquiera grupo electrógeno — en parte es porque no tenemos dinero—, pero en este caso es además una bendición, como fue una bendición que Otaño fuera asmático, que fuera un bertsolari afónico y no un bertsolari de plaza, porque eso le llevó a desarrollar otros recursos y fue enriquecedor. La película la planteamos de eso modo, sin artificios, es cine en estado puro.

Un cine que ya casi no se hace. Si alguien fuera con un proyecto como Tasio... 

No les interesaría. Hoy, una película como Tasio no interesaría a los productores. Yo a veces oigo series en la televisión o en Netflix —y digo oigo porque ya ni las veo, igual las tengo puestas mientras leo o hago sudokus—, y me parecen irreales, con unos diálogos sin ningún sentido, con todos los ruidos de los efectos especiales… Todo eso parece que interesa más que contar una buena historia.

Otra particularidad de Ombuaren itzala es que usted está produciendo la película con un auzolan gigantesco, vendiendo treinta mil entradas anticipadas, de pueblo en pueblo.

Si no abrimos estos caminos, el cine vasco como tal va a desaparecer de las pantallas. De hecho ya ha desaparecido. Nosotros, con La fuga de Segovia teníamos ciento cincuenta pantallas en el País Vasco, Tasio tuvo trescientas cincuenta… Hoy Handiak, con tres goyas, ha tenido cincuenta, Oreina no ha llegado a las cuarenta, solo se ven en las capitales o capitales de comarca. Pero en realidad, a la vez hay infraestructura, pantallas en las casas de cultura de todos los pueblos, y habrá que abrir esos caminos. Actualmente se gastan unas cantidades impresionantes de dinero para hacer cine y verlo en televisión, y eso nos tiene que hacer recapacitar. En nuestro caso, con una inversión mucho más pequeña la película se verá en las euskal etxeak argentinas, en ikastolas, escuelas, pueblos pequeños… Así hasta llegar a las cuatrocientas pantallas. Hay que espabilar, porque si no el cine vasco va a quedarse reducido a algo testimonial, que estará solo presente en festivales, en algunos cines de las capitales y poco más.

Volviendo al inicio de la conversación, da la impresión de que en usted hay bastante de Tasio, de su tenacidad, y que afronta este proyecto con el espíritu libre, un poco salvaje del carbonero navarro. 

Sí, yo no sé cuánto duraré, ¿igual diez años más?, pero seguiré hasta el final con esto. Llevo con esta historia desde que mi niña estaba en la tripa de su madre, y ahora Uma hará once años. Podría haber tirado la toalla varias veces, pero acabaré haciendo la película, eso me parece básico, creer en algo e ir con ello hasta el final. Siempre lo digo: la única batalla que se pierde es la que se abandona. En eso creo que, efectivamente, me parezco bastante a Tasio.