EN febrero de 1917 lo impensable tomó forma en Rusia, el régimen imperial había caído sin derramamiento de sangre (a excepción de la que se perdía en las trincheras de la Primera Guerra Mundial). Así fue como la libertad de expresión y asociación brotaron temporalmente en el país de Tolstoi, a lo que debemos incluir la promesa de una asamblea constituyente elegida democráticamente.
Como en aquellos trascendentales días, las revoluciones del Mediterráneo sur han terminado su ciclo heroico, su febrero idealista. A excepción de Libia, estos procesos se han caracterizado por una actuación rápida y masiva contra las dictaduras mafiosas de El Magreb y Egipto. La celeridad y la relativa falta de víctimas mortales, contrastan con el actual rebrote de la violencia. Detrás de cada cambio rápido se esconden muchos problemas sin resolver.
Pero volvamos al ejemplo de la Revolución Rusa. Tras el cambio de jerarquías los meses iban pasando sin que nada se arreglara, los viejos problemas de la época pre revolucionaria llamaban nuevamente a la puerta del poder. A pesar de las promesas poco o nada se estaba cumpliendo. Eso dio lugar a tumultos, a una creciente radicalización y un nuevo episodio revolucionario: Octubre.
Apliquemos este esquema al norte de África (el ciclo revolucionario de 1789 también nos aporta analogías válidas). Por un lado, las viejas jerarquías militares cuyas promesas han caído en el descrédito a pesar de mostrarse partidarias de los cambios. Por otro, una sociedad empobrecida que continúa viviendo bajo los malos augurios de una crisis global. A ello tenemos que sumar otro problema colectivo pendiente de solución: la modernidad. Dos concepciones distintas vienen enfrentándose desde hace décadas por esta cuestión, una laica y otra confesional, cuya lucha quedaba congelada por las dictaduras ahora derrocadas. Los islamistas dicen imitar el ejemplo de Tariq Erdogan, pero olvidan que sus homólogos turcos gobiernan con una constitución laica. Mientras tanto en Libia proclaman la vigencia de la sharia nada más terminar la guerra. Además, los grupos afines de Túnez y Egipto siempre se han mostrado contrarios a la secularización que ahora heredan.
Hablamos de aspectos que afectan a la arquitectura del Estado y su regulación sobre la vida pública, la libertad individual, la igualdad, el respeto a las minorías,? la democracia en definitiva. La primavera árabe ha desbloqueado el problema pero no le ha dado respuesta, así que lo más difícil está por llegar. ¿Habrá un segundo ciclo revolucionario?
Jaime Aznar Auzmendi