CON este escrito no pretendo otra cosa que contar mi paso por las huertas de Aranzadi, qué supuso aquello para mí, y aportar un granito de arena a ese montón que tanto ha costado construir.
Corría el año 2002 cuando terminaba mis estudios en el IES Agroforestal de la Txantrea. Siempre ha habido algo dentro de mí que me empujaba hacia el campo, lo cual hizo que me matriculara en la Escuela Agraria. Salí de allí con el título de técnico superior en gestión agropecuaria, con eso y con un montón de amistades que todavía mantengo.
Fue entonces cuando caí en Aranzadi, concretamente en la huerta de la familia Beroiz-Goñi. Me acuerdo perfectamente del primer día: me dieron un xarde para recoger unos restos de poda del seto que rodea la finca y, señoras y señores, yo, con mi título de técnico superior, no sabía por dónde agarrarlo.
Fueron tres temporadas, unas más intensas que otras, en las que fui descubriendo muchas cosas. Conceptos y prácticas que antes no había tenido oportunidad de observar y que, posteriormente, cuando emprendí mi propio camino, tanto me han servido. Conforme pasaban los días, me iba dando cuenta de que no había caído en cualquier lugar. Era un sitio donde se trabajaba con mucha cabeza, sin perder un paso, sin correr pero sin parar, con mucho tesón, pero, sobre todo, con mucha conciencia. Conciencia de querer hacer las cosas bien. Porque en Aranzadi se trabaja con mucha cabeza y con mucho corazón. Corazón que siente que respetar la Tierra es imprescindible.
Y he aquí para mí la lección más importante que pude captar: el respeto a la Tierra. En la agricultura, en la vida, la Tierra es la base. De aquí parte todo. Comemos y existimos gracias a lo que la naturaleza, a través de ella, nos ofrece. Si no somos capaces de cuidarla y respetarla, vamos por mal camino.
Fueron unos años duros para mí, pero muy enriquecedores a la vez. Pude comprobar que otro tipo de agricultura es posible. Que para vivir en la Tierra no hacía falta de ninguna industria, ni de grandes infraestructuras, ni tratamientos químicos que lo arrasan todo. Que basta con ser capaces de observar y respetar a la Tierra y a todo lo que sobre ella se sostiene. Llegado a este punto la Tierra responde, puesto que es lo más agradecido que hay.
Por último, mi más sincero agradecimiento a la familia Beroiz-Goñi por acogerme con un cariño que nunca olvidaré. Gracias por ofrecerme la oportunidad de ver con mis propios ojos que la verdadera agricultura existe, que es posible y que merece la pena.
Solamente pido que, ante la amenaza de un proyecto que no comparto en absoluto, se trate con respeto a esa Tierra que con tanto trabajo y cariño ha llegado a ser la fuente de vida que es. También pido que se trate a estas personas con el mismo respeto que ellas han mostrado hacia la Tierra que trabajan y que con tanto esfuerzo cuidan.
Nos vemos.
Aingeru Tabar Cayuela
Joven agricultor