ANTE el cercano final de ETA, veo con preocupación que todo el foco está puesto en el cómo y el cuándo se disolverán sus militantes, cosa que me parece muy bien porque es el elemento operativo que falta para dar por finalizada su existencia. En el cómo, tratamos sobre el necesario reconocimiento del daño causado y los beneficios penitenciarios (Ley General Penitenciaria) que deberán pedirse de manera individual, sin excluir indultos y, por qué no, facilitando la reparación de las víctimas y el perdón en reconciliación; hacia otra convivencia, en definitiva. Sobre el cuándo, eso es tema de la alta cocina política, ni focos ni taquígrafos, aunque quien más quien menos sabe un poquito, o le han contado un botón de muestra y, entre todos, nos imaginamos un escenario más o menos cercano.
Pero este esfuerzo necesario y muy loable que parece no tener marcha atrás empieza a dejar al descubierto una grieta inquietante, al reducirse todo a la historia operativa de ETA sin ningún interés por enmarcarla en el contexto histórico desde la que nació, mucho más doloroso que la propia ETA, que ya es decir.
Poco a poco se difumina la necesaria revisión ética y crítica del pasado. Veo alejarse lazos y puentes que conectan con Franco y su dictadura, identificada con Hitler y apoyada por Mussolini. Ahí tenemos al juez Garzón, que ha sido imputado por investigar los crímenes franquistas, aquel horror que nació de un grupo de desalmados capitaneados por Franco que arrumbaron la República, laminaron las libertades democráticas a base de represión, matanzas indiscriminadas a civiles, miles de muertos y exiliados, aplastaron cualquier vestigio de la nación vasca y del sentimiento euskaldun, todo ello desde la construcción de un relato basado en el nacional catolicismo que pasará a la historia como una de las más asquerosas perversiones de la verdad histórica y del mensaje de Jesucristo. Cuarenta años de crímenes contra la humanidad en nombre de España, ante lo que ningún español de bien debiera consentir que su españolismo quede empañado por aquellos años de plomo y fuego genocida que se pretenden olvidar pero que fueron el germen del nacimiento de ETA.
Afanados con el final de ETA, pocos se refieren a una memoria histórica más amplia; me parece muy bien por necesario, pero no suficiente. Incluso desde sus propios aledaños que buscan una salida para los presos a base de cumplir la legalidad actual -a base de jirones en la coherencia de su pasado cercano-, no están ligando el fin de ETA con la causa que les llevó a sus militantes a prisión. ¿Facilitaría la salida de ETA de la historia y sus presos de las cárceles no remover la historia negra de Franco? Algunos del otro bando estarían encantados con el resultado: desaparece ETA entregando las armas y cualquier revisión oficial de la peor historia de España y de Euskadi.
Resulta inaudito con hijos y nietos vivos de represaliados y ajusticiados no exista un reconocimiento oficial de la responsabilidad del Estado en los crímenes de Franco. Hace pocos años (27 de abril de 2006), el Congreso de los Diputados declaró 2006 el Año de la Memoria Histórica. Es lo máximo logrado hasta la fecha, y los 131 diputados del Partido Popular ¡votaron en contra!, llamando a sus impulsores "revisionistas de pacotilla", cuando lo que recogía el proyecto de ley aprobado era ayudar a cicatrizar heridas y la reparación a todas las víctimas.
Si ETA hubiese cerrado la persiana en 1978, casi seguro que la memoria y el perdón para Hegoalde hubiese sido una posibilidad real. Lo que decidieron fue huir hacia adelante abortando cualquier solución del conflicto vasco pendiente desde hace más de doscientos años. Pero el totalitarismo de ETA y los suyos no debe cegarnos ante la grieta por la que parece escaparse un cierre justo de nuestro negro pasado: el contexto histórico franquista mucho más doloroso que la propia ETA, que ya es decir.
Gabriel Mª Otalora