Álvaro era un hombre de paz. Un hombre de palabras y de sentimientos pacíficos. Siempre conciliador desde la diferencia. Un hombre también de notas musicales. Porque si algo ha sido una constante en su vida es su amor por la música. De hecho, aprendió música por amor... El coro, la txaranga, la cantera de músicos y músicas en su localidad de Aibar no se pueden entender sin él. Su herencia ahí esta. Incluso el Auditorio del pueblo lleva su nombre. Un detalle muy merecido. Y por supuesto fue siempre un hombre de amor por su familia (su querida Angela, Iñigo y Nerea) y su pueblo, Aibar. Pueblo en el doble sentido de "lugar" y de "sujeto colectivo". Porque Álvaro, un hombre de profundas convicciones humanas y de un gran compromiso político y social, fue sobre todo un trabajar incansable por lo común. Cultivó el comunal de los valores y los derechos. Predicó con el ejemplo de anteponer lo general a lo particular. Las ideas a los intereses. Las personas frente a las cosas. Y no lo tuvo fácil.
Nacido en Aibar, en su juventud dejó sus viñas y calles soleadas para ganarse un jornal en las oscuras minas de Potasas en un trayecto de su vida previo a cuando montó su conocida granja de pollos con la que sacó adelante a los suyos. También tuvo antes de todo eso unos años de lo que se llamaba el "Seminario de formación de vocación tardía" en Salamanca. Nunca llegó a cantar misa, pero cantó en muchas misas en las que su pareja tocaba el órgano de la Iglesia. Álvaro transformó sus creencias religiosas en una implicación continua con el movimiento cristiano de base. Sobre todo en la Comunidad Orreaga. Era de esos cristianos y cristianas que se ganan el cielo pisando la tierra. Su tierra natal donde, además, tiene el honor de haber sido alcalde durante varias legislaturas. Y de serlo en los tiempos difíciles y apasionantes del inicio de la democracia.
Alcalde de un pueblo, por cierto, que desde la muerte del dictador Franco solo ha conocido ayuntamientos progresistas. De izquierdas. Como era él. Un hombre de izquierdas. Pero, sobre todo, un hombre bueno que nunca vio enemigos en sus adversarios y que se volcó -junto a su pareja, hijos y amigos- en muchas causas y cosas, pero respetando siempre las de los demás. Entre ellas el euskera. Siempre buscando lo mejor para sus vecinos y vecinas. Le votaran o no. Y le votaban muchos. Fue un obrero del bien común. Un hombre honesto y de palabra. De los que cuando daba la mano transmitía calor y serenidad. Como sus ojos, que en los últimos años le fallaron, aunque su voz y su corazón siguieron transmitiendo cariño hasta que una mala caída se cruzó en su día a día. Seguramente estará ya por ahí arriba entonando una jota. O una habanera. O quizá uno de esos himnos populares de fiesta y reivindicación. Canciones con contenido. Con sustancia. Como él. Si se dice que un pueblo que canta nunca muere... , ¿qué podemos pensar de un hombre que hizo cantar a todo un pueblo? Goian Bego Álvaro.