Einstein, un judío universal
albert Einstein, uno de los grandes genios de la humanidad, llevó a cabo en el ámbito de las ciencias físicas una revolución cuyo alcance no ha podido calcularse todavía en toda su magnitud: abrió los misterios del átomo (cuando se cuestionaba la existencia del mismo) y del universo, y lo hizo con humildad. La explicación que daba este científico para explicar sus logros era su curiosidad, “no tengo ningún talento especial, solo soy apasionadamente curioso”, solía decir. Su curiosidad no provenía solo del deseo de descifrar lo misterioso, sino que surgía de una capacidad de asombro casi infantil, que le llevaba a cuestionarse conceptos que raramente se plantea un adulto. Einstein sentía una profunda admiración por la maravillosa estructura de la realidad y manifestaba reverencia por la naturaleza. Todos sus experimentos fueron mentales y eran guiados por una imaginación que rompía los límites del saber convencional.
En sus teorías, la gravedad no es una fuerza sino una consecuencia de la geometría curva del espacio-tiempo. Imaginó la gravedad como una deformación del espacio y del tiempo e intuyó que la luz debería curvarse por efecto de la gravedad. Sus teorías fueron posteriormente confirmadas. En 1919, al fotografiarse el eclipse solar del 29 de mayo, se realizaron unas mediciones que confirmaban en qué medida la gravedad hace curvarse la luz. Einstein adquirió una fama internacional que le obligó a multiplicar sus conferencias de divulgación por todo el mundo, popularizándose su imagen de viajero de tercera clase de ferrocarril, con un desgastado estuche de violín bajo el brazo.
Albert Einstein formuló su teoría mucho antes de que existiera la tecnología necesaria para comprobarla experimentalmente. Ahora, un siglo después, se ha comprobado que la gravedad terrestre deforma el espacio y el tiempo. Un complejo experimento realizado por la NASA demostró en 2011 las teorías que elaboró el genial físico. Los objetos muy pesados, como las estrellas o los planetas, distorsionan con su gravedad el espacio y el tiempo a su alrededor.
El hombre con mayor capacidad de asombro y reflexión de los últimos siglos nació en 1879 en la ciudad alemana de Ulm en el seno de una familia judía. El pequeño Albert fue un niño quieto y ensimismado, que tuvo un desarrollo intelectual lento. El mismo atribuyó a esa lentitud sus logros: “Un adulto normal no se preocupa por los problemas que plantean el espacio y el tiempo, pues considera que todo lo que hay que saber al respecto lo conoce ya desde su primera infancia. He tenido un desarrollo tan lento que no he empezado a plantearme preguntas sobre el espacio y el tiempo hasta que he sido mayor”. Su paso por el Instituto de Bachillerato no fue gratificante por la rigidez y la disciplina militar de los institutos de Secundaria alemanes que le granjearon no pocas polémicas con los profesores. Un profesor llegó a decirle que nunca conseguiría nada en la vida. El colegio no le motivaba y, aunque era bueno en matemáticas y física, no se interesaba por las demás asignaturas. A los 15 años, sin tutor ni guía, emprendió el estudio del cálculo infinitesimal. Su familia intentó matricularle en la Escuela Politécnica de Zurich pero, al no tener el título de Bachiller, tuvo que presentarse a una prueba de acceso que suspendió a causa de una calificación deficiente en una asignatura de letras. A los 16 años obtuvo el título de Bachiller alemán en la ciudad suiza de Aarau, renunciando poco después a la ciudadanía alemana, presuntamente para evitar el servicio militar. A los 22 años se graduó en la Escuela Politécnica Federal de Zurich obteniendo el diploma de profesor de Matemáticas y de Física, pero no pudo encontrar trabajo en la Universidad. Un compañero de clase le ofreció un empleo en una oficina de patentes de Suiza. A los 26 años, siendo un físico desconocido, empleado en la oficina de patentes, publicó su teoría de la relatividad especial. Una de las consecuencias de la relatividad restringida es el descubrimiento de la existencia de una energía E=mc2 en toda masa m. Esta famosa y casi mágica fórmula nos dice que la masa puede transformarse en energía, y viceversa; de ahí el memorable anuncio hecho por Einstein sobre la posibilidad de la desintegración de la materia. Elegido en 1913 miembro de la Academia Prusiana de Ciencias, fijó su residencia en Berlín. En los años 20, su fama despertó acaloradas discusiones en Alemania, donde se podían leer editoriales que atacaban su teoría y se convocaban conferencias tratando de desprestigiar la teoría especial de la relatividad. Algunos físicos de ideología nazi intentaron desacreditar sus teorías y otros físicos que enseñaban la teoría de la relatividad fueron vetados en sus intentos de acceder a puestos docentes. Ante el ascenso del nazismo, el científico abandonó Alemania en 1932 y se instaló en Estados Unidos, donde se dedicó a la docencia en la Universidad de Princeton. Defensor del pacifismo y del federalismo mundial, siempre manifestó simpatía por los oprimidos y antipatía por el racismo. Era humanista, no le gustaban los nacionalismos y llegó incluso a manifestarse en contra de la creación de un estado judío, aunque se mostró a favor de la inmigración judía a Palestina. Sus simpatías se extendían también a los árabes que se veían desplazados por la afluencia de judíos. Se sintió consternado por los métodos militaristas de Menahen Beguin, y firmó una petición publicada en el New York Times donde se denunciaba a Beguin como terrorista. La violencia es contraria a la tradición judía, manifestó reiteradas veces. En el año 1929 le escribió al líder sionista Weizmann que “si no somos capaces de encontrar una forma de cooperación honesta y unos pactos honestos con los árabes, es que no hemos aprendido nada en dos mil años de sufrimiento”. Einstein propuso que se creara un consejo privado de cuatro judíos y cuatro árabes encargado de dirimir cualquier disputa. Los dos grandes pueblos semitas -decía en su misiva- tienen un gran futuro en común. Si los judíos no se aseguraban de que las dos partes vivan en armonía -advertía a sus amigos del movimiento sionista- la guerra les atormentará en las décadas futuras. Una vez más fue tachado de ingenuo. Pero una vez más, el tiempo le ha dado la razón. A Einstein se le ofreció en 1952 la presidencia de Israel, pero no la aceptó. El 11 de abril de 1955, le visitó el embajador de Israel en Estados Unidos, Abba Eban, para ofrecerle la lectura del discurso radiofónico que habría de pronunciar en la conmemoración del séptimo aniversario de Israel. En la madrugada del 18 de abril, Einstein murió. Sobre la mesilla de su dormitorio quedaba el borrador del discurso que nunca llegó a pronunciar y que comenzaba de la siguiente manera: “Hoy les hablo no como ciudadano estadounidense, ni tampoco como judío, sino como ser humano”.
El autor es economista de la UPNA