La pregunta es: ¿son capaces nuestros políticos de gobernar sin mayoría absoluta?

Parece ser que no lo son, y que si no la tienen, necesitan llegar a la legislatura con unos pactos previos, realizados a espaldas de la ciudadanía y a espaldas del origen de los votos que los han puesto ahí, que les permita la utilización de un rodillo que se parezca a una mayoría absoluta, por no decir una forma de totalitarismo como el que ha utilizado el Partido Popular en los últimos cuatro años de gobierno.

Hay palabras que se usan como sinónimos pero que no lo son, como lo de gobernar o mandar. Mandar es a lo que se refiere nuestra clase política cuando dice poder gobernar, o lo que es lo mismo para ellos, tener el poder. Gobernar, en cambio, sería encontrar el consenso de la cámara para resolver los problemas de todos los ciudadanos. Ostentar la presidencia no tiene por qué ser tener el poder, ya que en una democracia bien entendida el poder radica en el conjunto de los 350 diputados que componen la cámara, y en su capacidad para resolver, entre todos, los problemas del país.

La cuestión es que, en nuestro caso, todos estos señores no sirven para nada, son una comparsa, y muy cara por cierto, para decir amén a lo que digan las directivas de sus partidos, que demuestran día a día su talante antidemocrático, quizás en sus genes después de tantos años de dictadura.

Nuestros partidos tradicionales no son demócratas, sus preocupaciones se limitan a sus propios partidos, a enriquecerse y a enriquecer a sus amigos, no pasan de ahí. Son una forma de estafa permanente e interminable, al parecer imposibles de erradicar ya que cuentan con la estimable colaboración de millones de cómplices, ciudadanos de este país, estómagos agradecidos unos, irresponsables, indiferentes y cobardes otros, que siguen aupándoles a esta farsa con sus votos, sin tener conciencia de que les estamos permitiendo cargarse el futuro de nuestros nietos, porque el de nuestros hijos ya lo han destrozado.