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Gracias, Javier

¡qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz... (Isaías 52-7). Así comenzó la misa de despedida de nuestro párroco el sábado, día 27. ¡Qué hermosas son las huellas del mensajero renovador e insuflador de vida!, añado yo. En cualquier relación, la rutina es el peor enemigo de un afán revitalizador e ilusionante. Y más cuando el tiempo se convierte en eficaz colaborador del desgaste y la ruina.

Por Peralta ha pasado un hombre, que además es sacerdote, esa profesión anónima que a muchos de esta sociedad insulsa levanta urticarias y recelos y que ha recompuesto el paisaje religioso resquebrajado por los años y la rutina, al tiempo que ha devuelto el brillo y esplendor al patrimonio eclesial y antropológico.

Javier Leoz Ventura ha dejado en Peralta las huellas de una eficaz labor espiritual. Convocador indiscutible nuestra iglesia no ha quedado, como otras, desierta... Su gracia para dotar a los oficios religiosos de agilidad e interés, su voz templada al servicio de la oratoria y el canto espantando el tedio de los menos místicos, su habilidad para comprometer en la causa religiosa y cierto perfume de líder ha arrastrado a padres e hijos a jóvenes y ancianos a los pies de la esperanza. Las huellas de una labor pastoral: promoviendo la colaboración de múltiples equipos de laicos, comprometidos con el mensaje evangélico, conscientes de su importante labor y que juntos componen el sentido de parroquia, aquel que San Juan Crisóstomo dice que es vínculo de caridad, unión de espíritus y armonía de las almas, en medio de una sociedad que pasa hasta de sí misma, es un buen logro. La huella de su carácter perfeccionista, que tantas controversias desprende y que al igual que en lo inmaterial, haciendo que el humo del incienso dejase ver otra forma moderna de compromiso, en lo físico dio una reforma a fondo, para que nuestro patrimonio no fuera presa de la ruina y para que brillara en su justa contribución a la historia que lo formó. La huella de sus implicaciones sociales desde Caritas parroquial, en tiempos de borrasca permanente de desempleos y malestares, de penurias y tristezas. Hizo camino al andar.

Y tantas evocaciones al pasado de Peralta, en una Navarra defensora de sus tradiciones: a nuestros padres portadores del testigo de la fe, a viejas costumbres devolviendo procesiones y fiestas ya olvidadas como aquella primera patrona, la Virgen del Pero, que tuvo su basílica a la entrada del pueblo y cuyo formidable retablo puede verse en la iglesia de San Miguel. Reavivando las identidades trasmitidas. Y es que hay pies que caminan la vida sin dejar huella, por pasar blandamente como si no hubieran existido. Pero hay quien hunde sus pies en los problemas de la gente sin miedo a salpicaduras y oprobios y se implica valiente en hacerse presente y da presencia a su mensaje en todos los frentes que su sagacidad le ofrece, la radio, Internet y todo medio que pueda extender su eco. Lejos de aciertos y desaciertos, lo que nadie te puede imputar, Javier, es la pereza. Tu carácter incisivo, perfeccionista, tu sentido práctico, tu moderna forma de catequesis haciendo visibles y palpables las referencias del magisterio, tus llamadas permanentes a manifestar sin ambages nuestro credo, hacen que en ese camino que cruzaste durante esos veinte años de entrega de tu vida, queden las huellas de tu recuerdo, el aroma de tu valentía y en cada recodo de ese camino suenen las mercedes de un pueblo agradecido. Gracias Javier por dedicarnos parte de tu vida, que Dios te bendiga.