Treinta y ocho años después de la recuperación de las libertades, una democracia tan prudente que devino en cobarde, se atreve, por fin, a remover los restos de un general golpista y se dispone a entregarlos a su familia. Nuestras fuerzas tradicionales se llaman a escándalo aun disfrazándolo de aspectos formales.

Y, efectivamente, es un escándalo que el cuerpo de un elemento clave para un golpe de estado sea devuelto a sus familias mientras siguen sin conseguirlo miles y miles de familias de quienes fueron asesinados siguiendo las directrices que escribió don Emilio Mola Vidal, general traidor y terrorista.

Sí, traidor a una Constitución que juró voluntariamente acatar; debemos recordar que se permitió a los oficiales no jurar acatamiento a la Constitución de 1931 e irse a sus casas con el sueldo íntegro.

Sí, general terrorista, pues en sus directrices señaló como un elemento clave del golpe aterrorizar al enemigo mediante un baño de sangre. Este es el general del que hablamos.

Nacido en Cuba en 1887, ingresó en la Academia de Infantería y desarrolla su carrera como oficial colonial en África. Es ascendido a general en 1927, se pone al servicio directo de la dictadura, y en 1930 es nombrado director general de Seguridad, puesto desde el que desencadena una dura represión contra los movimientos estudiantiles y republicanos.

Con la llegada de la II República es cesado en sus funciones y en 1932, a raíz del fracasado golpe de Sanjurjo, es pasado a la segunda reserva. Será amnistiado en 1934 pasando a colaborar en el Estado Mayor Central con Franco. A finales de 1935 es nombrado jefe de las fuerzas militares en África.

Tras el triunfo del Frente Popular es trasladado a Pamplona, dentro de un ingenuo plan del Gobierno para neutralizar a los dirigentes de una conspiración ya en marcha.

En el momento de la victoria electoral del Frente Popular, Franco intenta que sea declarado el estado de guerra, fracasado su intento, se pone en marcha la conspiración. Mola participa en la reunión en marzo en Madrid de un grupo de oficiales, y de hecho se pone al mando de la conspiración, siendo su nombre en clave El director.

A través de sus decisiones, podemos ver en Emilio Mola un conspirador que tenía muy claros los intereses a los que servía el golpe que preparaba. Consciente, quizás, del desprestigio de la monarquía, plantea una dictadura militar republicana. Con la bandera republicana al frente se sublevarán muchas unidades militares. Queipo de Llano, el carnicero de Sevilla, la mantiene, y sólo es arriada y cambiada por la monárquica una semana después de la llegada de Franco a la ciudad.

Sus relaciones con el jefe carlista, Fal Conde, serán difíciles, ya que éste, que recibía apoyos del fascismo italiano, exigía la instauración de una monarquía tradicional en el marco de un estado corporativo copiado del italiano. Será el diputado Raimundo García, Garcilaso, director del Diario de Navarra, quien le ponga en contacto con la dirección en Navarra del carlismo, el conde de Rodezno, que tenía unidades entrenadas militarmente, y en los días previos al golpe consigue que acepten que la cuestión de la monarquía quede en manos del general Sanjurjo, previsto dirigente máximo.

Mola conoce bien la situación y sabe que enfrente tiene un enemigo fuerte, no ya el débil gobierno republicano, sino las organizaciones obreras. Prepara un golpe que es consciente que no va a triunfar en el momento en todo el país. Decide una organización que garantice el triunfo en unos días mediante la confluencia sobre Madrid de diversas columnas. No es, como se ha dicho a veces, un golpe de estado decimonónico aunque copie aspectos de éste. El golpe no va dirigido a hacer caer un gobierno, sino a establecer una dictadura de clase exterminando al enemigo.

Mola emite varias instrucciones organizando el golpe, de su dureza dan fe las frases siguientes: “Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado... es necesario crear una atmósfera de terror..., eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado”.

Llegado el día 16 de julio, Mola se reúne en el monasterio de Iratxe con el general jefe de la región militar, Batet. En esa reunión, Mola da su palabra de que no se va a sublevar. Al día siguiente emite la instrucción para iniciar el golpe; el general Batet será fusilado por mantenerse fiel al gobierno legalmente constituido. Traidor y terrorista, sí, pero también prudente, de forma que iniciado el golpe en África el día 17 y generalizado el 18, Mola no declara el estado de guerra en Pamplona hasta el día 19.

En el bando que emite ese día se ve reflejado su pensamiento, profundamente reaccionario: “Restablecimiento del principio de autoridad... castigos ejemplares... Por lo que respecta al elemento obrero, queda garantizada la libertad de trabajo... Las aspiraciones de patronos y obreros serán estudiadas con la mayor justicia posible... confiando en que la sensatez de los últimos (los obreros) y la caridad de los primeros (los patronos) sabrán conducir las luchas sociales a un terreno de comprensión...”.

Armadas unas milicias carlistas que habían venido recibiendo instrucción militar con el control total sobre las fuerzas militares y de la Guardia Civil una vez asesinado su jefe, comandante Rodríguez Medel, Mola se dispone a poner en marcha su plan. Mientras, varios miles de personas son asesinadas a lo largo de toda Navarra.

Su prioridad era avanzar rápidamente sobre Madrid, sin embargo, debe atender otras dos preocupaciones; por una parte, desvía una parte de sus fuerzas a apoyar al general Cabanellas en Zaragoza; por otra, el fracaso de la sublevación en Bilbao y con la guarnición de San Sebastián aislada en los cuarteles de Loyola, que se rendirá el día 28, le obliga a enviar a una columna en dirección a Gipuzkoa con resultados variables, y tras la conquista de San Sebastián el 15 de septiembre, el frente se estabiliza hasta la ofensiva de la primavera de 1937.

El 23 de julio se constituye una junta de defensa presidida por Cabanellas en la que está presente Mola, pero no Franco, que no formará parte de ella hasta que la ayuda militar italiana y alemana le permita pasar a la península el Ejército de África.

Mola, erigido en jefe del Ejército del Norte, se instala en Burgos y atiende a su mayor preocupación, la tenaza sobre Madrid. Pero las columnas sublevadas encuentran en Logroño y pueblos de La Rioja una fuerte resistencia; siguen a Madrid por Somosierra, y aunque logran tomar el alto del León, son frenados por las fuerzas republicanas. En todo el arco de la sierra de Guadarrama se estabiliza el frente.

A partir de este momento, la guerra de columnas se dirige a Madrid desde el sur hasta que, desde principios de noviembre, el frente se estabiliza también en esa zona, lo que tendrá una importancia política de primer orden. Mola ha fracasado en su objetivo y es Franco quien dirige la ofensiva desde el sur. Esto le permitirá, en las reuniones de septiembre, ser nombrado jefe del Gobierno y del Estado, pese a las iniciales resistencias de Mola, que al final da su apoyo.

Fracasadas las ofensivas de los sublevados para aislar Madrid, y tras la derrota de las fuerzas sublevadas e italianas en Guadalajara, Mola se dispone, en la primavera de 1937, a iniciar la campaña del norte.

Con 30.000 soldados, con un fuerte apoyo artillero y la cobertura de la Legión Cóndor alemana, Mola inicia el 31 de marzo la ofensiva hacia Bilbao. Ante la resistencia, la aviación alemana pulveriza los pueblos vascos. Gernika ha quedado como símbolo, pero Durango será también testigo del terror. El 8 de mayo llegan a las alturas de Sollube, mientras con el apoyo del Vaticano se comienzan a producir confusos intentos de negociación con el PNV que continuarán hasta la rendición de los batallones de disciplina peneuvista en Santoña.

El día 28 de mayo las brigadas navarras ocupan Lemona, y el 11 de junio emprenden la ofensiva final, el 17 se evacúa Bilbao, volando algunos puentes pero dejando, por decisión mayoritaria del Gobierno vasco, intacta la industria pesada, espléndido regalo para el esfuerzo militar fascista. El día 3 de junio el avión de Mola se estrella en Burgos y muere. Tras un solemne entierro, se le concede la Laureada, al igual que más tarde a Navarra, se le entierra en el cementerio de Pamplona, y en 1961, siendo alcalde Miguel Javier Urmeneta, se le traslada al denominado monumento a los Caídos, donde ha permanecido hasta ahora acompañado por otro general golpista, Sanjurjo, y en la plaza de conde de Rodezno, jefe de los carlistas navarros que lo acompañó desde el 19 de julio hasta que hace bien poco se cambiara de nombre a esa plaza.

Qué tarde, qué vergüenza, por fin.

Firman este artículo: Javier de Miguel, Angel Sanz, Alicia López, Patxi Díaz, Santiago Larrañeta, Juan Sánchez. Junta Republicana de Izquierdas de Navarra