hace ya tiempo le oí a mi buen amigo Emiliano utilizar la frase que da título al artículo y, lamentablemente, cada vez la vida me va dando más ejemplos de su certeza. De ahí que más de una vez mi cerebro se dedique a analizarla para desmenuzarla en todo su significado.
“Poder más” no significa “valer más”. La palabra valer deriva de la palabra valor. El traidor carece de principios, de valores, sólo tiene intereses. Quien tiene valores y los defiende valientemente es fiel a sí mismo, no se traiciona. En un ejército, valiente es quien se juega la vida, no sólo por sus intereses, sino también por los de la sociedad que defiende. Un general ha de ser un líder entre los valerosos. Napoleón, Mandela, Assange, Olof Palme, Jhon Lenon, Mucio, y tantos otros, son ejemplos de valentía y liderazgo. El débil traiciona y el fuerte lucha.
Pocos inteligentes hay en cualquier campo del saber y, entre ellos, menos aún quienes detenten valores. Así ocurre que cualquier hábil o listo en su profesión, destaca en la medida que traiciona, descolla a fuerza de codazos y empujones. Lo que no es capaz de conseguir en el “cara a cara” lo obtiene a base de argucias y engaños. Entre los traidores todo vale con tal de medrar y así el traidor de traidores alcanza puestos muy elevados en su profesión.
Quienes mataron a Viriato para cobrar el dinero romano fueron tan traidores a la defensa de su nación, como fueron Aznar y F. González, traidores a la voluntad popular, al llevarnos, el primero a una invasora guerra criminal y el segundo a entrar en la OTAN. En todo traidor predomina su interés personal frente a los valores de la mayoría de su sociedad y todos, tras su traición, recogen sus frutos en forma de privilegios y prebendas.
Así mismo ocurre diariamente en multitud de otras actividades. El intelectual -como por ejemplo Vargas Llosa- que traiciona a la Humanidad defendiendo a los depredadores frente al pueblo; el periodista que redacta y publica falsedades a sabiendas, está traicionando a todos los profesionales de ese ramo y a toda la sociedad; el juez que prevarica (dicta sentencias que sabe indebidas por interés personal o por tibieza ante las presiones) hace un flaco favor a sus conciudadanos; el fotógrafo que truca con Photoshop, miente a sus valores, los traiciona porque sus fotos no reflejan la realidad; el profesional que conculca su código hermenéutico o deontológico defrauda a sus clientes y el que ejerce chapuceramente su oficio igualmente traiciona a la sociedad que le ha visto nacer y que le sustenta.
Aquel que habiendo sido educado por la élite dominante y enseñado en el arte de robar al pueblo sólo traicionará a sus educadores cuando su intelecto le permita entender que todos los humanos: vivan donde vivan, sean tontos o listos, guapos o feos, de piel blanca o amarilla, pertenecen a una única sociedad humana. Sociedad que se apoya y sustenta en otra multitud de sociedades animales, vegetales y minerales (el Universo).
En la clase dominante, como en todas, nacen pocos inteligentes y entre ellos menos aún que posean sensibilidad. De ahí que haya pocos traidores a su cruzada recaudatoria. Sólo algún inteligente y a la vez sensible, tipo Verstrynge, traiciona a los traidores del Universo. Y cuando actúa u opina se encuentra ante la indignación de sus otrora colegas. Al arrepentido corrupto que denuncia a sus antiguos camaradas le llueven las pedradas tal como le llueven los vituperios a quien no se doblega a la doblez y la mentira. Como dijo Séneca: “La honestidad no admite incremento”, o se es honesto o no. Pero 2.000 años más tarde bien sabemos que la deshonestidad “sí admite incrementos”. Todos somos un poco deshonestos con nosotros mismos pues nos sentimos mejores de lo que somos.