Copiar en un examen siempre ha sido un reto cuya complejidad deja pequeño el fraude. Desde la posición del examinado tramposo, pesa más el ingenio a la hora de elegir el método más discreto y eficaz que el posible remordimiento por un delito de engaño. En otro tiempo, donde no llegaba el conocimiento de las lecciones aparecía el recurso de la letra minúscula, el del cambiazo o el de echar mano del libro sacando ventaja de una posición más resguardada en el aula. Eran aquellos unos métodos de copiar tan rudimentarios como los de dejar escritas sobre la superficie de las mesas algunas fórmulas o fechas de referencia. Dependía del tercer ojo del vigilante, de su buen olfato para detectar al copión, el evitar el suspenso o el subir nota. Hoy, esa vista de lince sirve de poco; los profesores o sus ayudantes requieren de un escáner, de un barrido de ondas, para saber con certeza que hay juego limpio en la sala. Las nuevas tecnologías han dejado obsoleto al BIC de punta fina, al boli de carcasa transparente, al papelito enrollado, y ahora el juego más sofisticado incluye un mp3, un micropinganillo y un bolígrafo adaptado, todo ello, conectado a través de bluetooth, como ha quedado constancia en un reciente examen para técnico de la Hacienda Foral. En asuntos menos complejos, como el teórico para obtener el carnet de conducir, también detectaron el manejo de comunicadores externos. Una chuleta digital a tono con los nuevos tiempos.
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