En memoria de Koldo Méndez, luchador por las pensiones y la izquierda, que el coronavirus se llevó

l pasado 17 de marzo comencé con síntomas claros que podrían indicar me había contagiado del famoso coronavirus. Febrícula, malestar, tos seca persistente, dolor de cabeza, que se fueron ampliando a fiebre de 38 y cólicos.

Ante mis sospechas llamé al teléfono de coronavirus de Navarra y una señorita muy amable me indicó que "dé usted al 100% que está infectado". Para a continuación transmitirme que sólo había test de confirmación para casos muy graves u hospitalarios. Tremendo.

Pertenecer a un grupo de riesgo, 71 años y diabético siempre preocupa más y volví a insistir en la necesidad de testarme. La respuesta siguió siendo la misma. Me metían como infectado por coronavirus y me harían el seguimiento desde casa. Por cierto, nada de presencial que era muy peligroso, sino exclusivamente telefónico.

La verdad es que agradezco la gestión de mi médico de cabecera que ha estado pendiente de mí constantemente.

¿Medicación? Pues paracetamol y posteriormente Algidol, hidratación, "sopitas y buen vino". En un momento en el que el monstruo ya se había llevado mi apetito y una parte importante de mis fuerzas y supongo que de mis neuronas, a la vista de la extrema torpeza en la que me vi envuelto.

A partir de ahí días de aislamiento sin ganas de nada, ni de comer, ni de hablar o escribir. Era como si me hubiera arrebatado la energía vital, como si me hubiera secuestrado.

Por cierto, una reflexión que me ha costado muchas críticas desde el sector juvenil. Entendí que la cosa no estaba para juergas, que los que lo estábamos pasando mal o los familiares de fallecidos u hospitalizados no estábamos para mucha fiesta. Por eso no comprendía las que algunos comenzaron a realizar desde sus ventanas y terrazas, por cierto fomentado desde las televisiones con mucha irresponsabilidad en mi opinión.

Puedo asegurar que la mejor terapia para esos días duros que he pasado era el silencio, el respeto del silencio. Pero parece que plantear esto es de "viejo gruñón". Ahí lo dejo€

Mucho tiempo para pensar, para dialogar con el monstruo cara a cara, en plena lucha por mi propia supervivencia. La sensación de que me tenía atrapado en sus garras y quería acabar conmigo, de que en cualquier momento daría el salto para llevarme al hospital, en un momento en el que las imágenes que nos mostraban no eran como para aceptarlo de buen grado.

Era una lucha desigual, especialmente por el desconocimiento del enemigo contra el que luchaba. Tampoco los expertos me han ayudado demasiado en este aspecto. Escucharles me aportaba una mayor inseguridad y miedo. Después, la sensación de que poco a poco se iba retirando, que le había vencido, aunque siempre con la precaución de que podía volver y pillarme ya exhausto. Por cierto, otro de mis síntomas fundamentales, la extrema debilidad que casi no me permitía que pudiera vestir o desnudar. Ahora se han ido retirando y parece que las neuronas van volviendo lentamente.

En esa dura batalla reflexionaba sobre que este cruel ser se estaba cebando con lo mejor de nuestra generación. Con las gentes mayores de 65 años, los que luchamos en el tardo franquismo por la democracia, después en la Transición para que fuera posible, que vivimos la reconversión industrial, nos echamos a las calles contra la OTAN o la histórica huelga general del 14 de diciembre de 1988.

Esa generación que además dio la cara en la crisis de 2008 ayudando a las nuevas generaciones a sobrevivir a la misma. Aportando sus pensiones, abriendo sus casas a hijos y nietos.

Esos que ante una generación mal criada y comodona ha cuidado de los nietos sin olvidar la lucha por nuestras pensiones, o porque venga de nuevo la República. Es como si este monstruo quisiera arrebatarnos la parte más luchadora, más rebelde, fuerte y aguerrida de nuestra sociedad y en cambio respetara a la generación más acomodada, más débil y mal criada. Algo muy extraño porque parece un virus cargado de ideología.

Cuando pase todo esto deberemos reflexionar como sociedad por qué no han funcionada los sistemas para proteger a nuestra generación, a nuestros ancianos, que están cayendo como moscas en unas residencias diseñadas, no para cuidarlos sino para que algunos hayan hecho un gran negocio.

O cómo es posible los déficits detectados en un país avanzado como el nuestro. Cómo que haya un nivel intolerable de personal sanitario infectado por faltas de elementos de protección, o que a 60 días de su inicio aún tengamos falta de test, especialmente los PCR.

Pero terminaré con mi relato. Al cabo de 23 días me informaron que daban mi curación como definitiva y soy dado de alta, eso sí, sin hacerme el correspondiente test de negatividad porque, según el protocolo, no me corresponde (también en una Navarra avanzada por falta de ellos). Me consta que incluso personal sanitario ha vuelto a trabajar después de dar positivo sin hacérselo.

Bueno, pues nada, porque yo deseo donar mi plasma para utilizar mis anticuerpos, que han sido capaces de hacer huir al monstruo que, según parece, no ha podido conmigo, para ayuda de otras personas. Nuevamente sale la parte solidaria de nuestra generación.

Esa es mi experiencia, física y psicológica, lo he sentido dentro, he luchado contra él y ahora me queda recuperar la confianza, volver a pensar, a dialogar, a reflexionar y escribir, sobre la parte social y no sólo médica o científica de este cruel coronavirus.

Que nos ha demostrado que somos muy pequeños, muy débiles, nos ha puesto ante el espejo de esa realidad. Que algo minúsculo haya sido capaz de poner en riesgo la salud de toda la humanidad y nos vaya a llevar a la peor crisis económica de la historia, es como para hacérnoslo mirar.

Ahora, a los 34 días de mi encuentro con el monstruo, salgo, parece que definitivamente, del túnel, dicen que soy inmune y ya no puedo contagiar. Salgo con escepticismo porque no me creo casi nada de lo que me dicen, pero con las ganas de seguir luchando. Ya se sabe que "los viejos rockeros nunca mueren".

El autor es exparlamentario y concejal del PSN-PSOE