l vídeo en que un mostrenco con pinta de ser humano se dedica a disparar y simular que fusila a varios miembros del Gobierno -Sánchez, Marlaska, Iglesias, Montero- es simplemente inaceptable. La Policía ha localizado el lugar, un centro privado de tiro en Málaga, y ha detenido al tipo, un exmilitar español. Evidentemente, esas imágenes no tienen nada que ver con la libertad de expresión. Son un claro compendio de amenazas y de incitación a la violencia contra los miembros del Gobierno señalados. Ese ya es a partir de ahora su problema. Pero hay otro problema de fondo común, que afecta a la deriva política de una parte de la sociedad. La legitimación del discurso extremista, la valoración social del todo vale y la complicidad mediática con todo ello. Hace solo unos meses el fusilado entre risas en un pueblo de Andalucía fue un muñeco representando al president Puigdemont. Un acto igualmente inaceptable que, sin embargo, fue recibido con risas periodísticas, bravuconadas políticas y displicencia judicial bajo el falso argumento de que se trataba de una inocente fiesta lúdica y popular y el falso amparo de la libertad de expresión. Como el fusilado era Puigdemont, la cosa era aceptable. A Uxue Barkos, siendo presidenta de Navarra, un panfleto de mandos militares le insultó y le amenazó y el Gobierno, entonces del PP, se llamó a andana. Ese es el problema. La facilidad con que los discursos políticos de la amenaza y el insulto se han instalado en la política diaria y han ido calando en capas sociales. Ese miedo que se utiliza como instrumento político y se está utilizando ahora también para amedrentar a los ciudadanos y tratar de influir en su voluntad democrática. Vulnerar desde los tribunales judiciales, la manipulación mediática, la presión de los poderes empresariales y financieros y la agitación social el resultado de las urnas. En Navarra, esa estrategia de recurrir a los miedos diversos ha sido una constante electoral de la derecha para mantenerse en el poder antes y después de su derrota de 2015 y ahora tras su nueva derrota en 2019. Se abre la puerta a la política tóxica del insulto y la descalificación o incluso a las amenazas de muerte directas como únicos argumentos y por ahí se cuela la legitimación del fascismo -comenzó con las actuaciones e informaciones sobre Catalunya- y nunca se sabe cuándo se pueden volver a recluir en sus jaulas una vez que las han abandonado y la jauría campa a sus anchas de cacería. Por eso, esa legitimación política, mediática y social de la ultraderecha que recorre España es una excepción en las democracias de Europa.