Casi todos los de cierta edad que vivimos ahora en Iruña somos de pueblo. Yo tengo muchos años y soy de Dicastillo. ¿Qué familia no tiene su pueblo? Se mecanizó el campo sustituyendo, en pocos años, el arado romano de hacía 2.000 años, por la cosechadora más sofisticada. El pueblo pasó a la ciudad. ¿Supuso un trauma? Creo que logramos asimilar dos culturas, la riquísima cultura rural unida a la naturaleza y la modernidad de la ciudad; fue un enriquecimiento. El calendario del pueblo lo marcaban la vendimia, la siembra, la oliva, la trilla en la era€ En alguna de estas faenas como la vendimia, la escuela quedaba vacía. La hora sonaba en el reloj de la torre. Jugábamos al marro, la corrontxa, a tres navíos, a la pelota en cualquier pared de la iglesia o en el rebote y las chicas a las tabas. Había en el pueblo cuatro curas, uno pagado por el Ayuntamiento para alejar las tormentas con los conjuros y para decir misa en la ermita de San Isidro en el campo, los domingos de verano para los segadores. La venida de un coche al pueblo era un acontecimiento. Teníamos pan, aceite, vino, fruta, algo de verdura, gallinas, conejos y por supuesto el cerdo€ Necesitábamos poco más y lo conseguíamos con el estraperlo peligroso del aceite. ¡Qué bueno el pan que hacía mi madre, a veces con chorizo dentro! Y el olor del campo, el olor de la vendimia, y las mariposas€ Recuerdo tantas cosas. ¡Qué distinto todo! "¡O tempora o mores!”.